La RM ha bajado casi en un 40% sus emisiones de material particulado en los últimos 30 años
Un análisis de tres décadas de datos confirma mejoras sostenidas en la zona central, pero también revela brechas urgentes: el sur sigue dominado por el humo de la leña, el norte por la minería y un nuevo protagonista comienza a escalar como amenaza silenciosa en las ciudades más expuestas durante los días de calor.
Durante más de 30 años, Chile ha acumulado uno de los registros de calidad del aire más extensos de América Latina. Y, por primera vez, un estudio sistematiza esa enorme base de datos para evaluar qué ha cambiado en materia de contaminación atmosférica y cuáles son las brechas que persisten. La investigación, publicada en la revista Atmosphere, revisó más de 180 millones de mediciones de contaminantes entre 1993 y 2024, obtenidas desde 191 estaciones del Sistema Nacional de Calidad del Aire (SINCA) que administra el Ministerio del Medio Ambiente.
Los resultados confirmaron una tendencia clara: Chile ha logrado avances sustantivos en la reducción de contaminantes asociados a fuentes industriales y al transporte, especialmente en la zona central. Pero también revelan un panorama heterogéneo, donde el extremo norte y el sur del país siguen experimentando concentraciones críticas, influenciadas por minería y por el uso masivo de leña, respectivamente.
Según el estudio, elaborado por investigadores del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), la Universidad del Desarrollo y la Universidad de Chile, solo 125 de las 191 estaciones analizadas presentan niveles adecuados de completitud para estudios de largo plazo. Aun así, el volumen de datos permite observar tendencias amplias y diferencias territoriales significativas.
“Los esfuerzos realizados por varias administraciones para instalar estaciones de monitoreo en ciudades con más de 100.000 habitantes son dignos de mención. A diferencia de otros países en Latinoamérica, Chile se destaca por tener una infraestructura que permite obtener mediciones precisas y constantes”, dice el profesor de la Facultad de Ciencias de la U. de Chile y coautor del estudio, Manuel Leiva.
Uno de los resultados más relevantes es la reducción cercana al 40% de las concentraciones máximas de material particulado (PM2.5) en Santiago desde inicios de los 2000. Esto representa una caída atribuida a estándares más estrictos para fuentes móviles, mejoras en combustibles, potenciación del transporte público y la aplicación de planes de descontaminación. Las estaciones de la capital mostraron descensos sostenidos de entre 0,5 y 1 µg/m³ por año, llegando a una reducción total de 11,7 µg/m³ por década.
A esto se suma que este año fue el tercero con menor cantidad de horas en episodios críticos en la Región Metropolitana. Esto, desde que comenzó a operar el primer Plan de Prevención y Descontaminación Atmosférica de 1997. De hecho, en 10 años, las horas en que las personas estuvieron expuestas a niveles altos de contaminación disminuyó en un 66%. Solo se registraron 314 horas de episodios por material particulado 2,5 (MP2,5), repartidas en 290 horas en alerta ambiental y 24 horas en preemergencia. En específico, fueron 3 preemergencias y 20 alertas ambientales.
“Es una mejora sustancial en comparación a lo que había en los años 80 o 90. Ahora, con mejoras en las emisiones de los autos hay menos camiones contaminantes y esto ha reducido mucho el material particulado. También los industrias, con mayor fiscalización en la ciudad”, señala Zoe Fleming, coautora del estudio y académica de la U. del Desarrollo.
Un patrón similar se observa en los óxidos de nitrógeno (NOx), que han caído entre 3 y 6,6 partículas por billón (ppbv) en 10 años. Esto, según remarca el estudio, refleja el impacto de la renovación de flotas, la normativa Euro VI y el endurecimiento de los límites de emisiones. La reducción fue especialmente marcada durante la pandemia, cuando las restricciones de movilidad generaron una caída histórica en los niveles de gases vehiculares.
En los polos industriales del norte y la zona centro-sur, los avances también son notorios. El dióxido de azufre (SO₂), históricamente vinculado a fundiciones, termoeléctricas y combustibles de mayor contenido de azufre, mostró una disminución sostenida de entre 5 y 10 ppbv por año. En Quintero-Puchuncaví y Huasco —zonas que en los años 90 registraban episodios superiores a 300 o incluso 500 ppbv— los niveles actuales rara vez superan los 50 ppbv. El cierre gradual de centrales a carbón y la incorporación de sistemas de abatimiento explicarían gran parte de esta tendencia.
Pero el panorama cambia drásticamente al mirar hacia el sur. Ciudades como Temuco, Osorno, Padre Las Casas o Coyhaique presentan concentraciones invernales de PM2,5 que superan con facilidad los 100 µg/m³, impulsadas por la combustión residencial de leña. Por otro lado, el informe remarca que las comunas de Coronel y Talcahuano aún superan episodios con concentraciones por sobre la norma, debido a la combinación de industria y calefacción a leña.
La investigación concluye que tanto la infraestructura térmica deficitaria y las condiciones meteorológicas de estas zonas favorecen la acumulación de contaminantes en los meses de invierno.
El peligroso verano
Por otro lado, el estudio también evidenció un comportamiento complejo del ozono troposférico, un contaminante secundario cuya formación depende de la radiación solar y de la disponibilidad de emisiones precursoras como óxidos nitrosos (NOx) y compuestos orgánicos volátiles, tales como los gases producidos por procesos naturales de la vegetación, así también como emanaciones vehiculares, industriales y uso de solventes.
En Santiago o zonas del Norte Chico se registraron alzas de este desconocido contaminante. Los investigadores explicaron que este es un fenómeno documentado en diversas grandes ciudades del mundo y que plantea desafíos adicionales para su control.
“Está ganando relevancia, especialmente en áreas con alta radiación solar. La interacción entre los contaminantes en la atmósfera es compleja, y su medición de manera más exhaustiva es crucial”, señala Leiva. En la RM, estos gases se concentran principalmente en el sector nororiente de la capital, y pueden producir irritación en las vías respiratorias e incluso afecciones cardiovasculares en las personas.
El análisis territorial revela además desequilibrios importantes en la distribución de estaciones de monitoreo. Mientras el norte y la zona central industrializada cuentan con alta densidad de mediciones —incluyendo estaciones privadas integradas en los últimos años—, la zona austral posee solo cinco estaciones con datos horarios. Esta baja cobertura, combinada con extensos periodos sin registros, dificulta evaluar tendencias y diseñar políticas basadas en evidencia, acusan los resultados de la investigación.
Pese a las brechas, el estudio destaca que Chile mantiene una posición de liderazgo regional en materia de monitoreo y acceso a datos. La red SINCA, desarrollada desde los años 90, es hoy la más extensa y completa de América Latina. Sin embargo, los autores advierten que la mejora de la calidad del aire no está garantizada: requiere continuar fortaleciendo los sistemas de control, modernizar la medición de emisiones, avanzar hacia combustibles más limpios en todas las macrozonas y acelerar la transición energética en el sur.
El informe concluye que, aunque los avances en PM2,5, PM10, SO₂ y NOx son indiscutibles, las desigualdades territoriales, el impacto del uso de leña y la complejidad del ozono seguirán marcando la agenda ambiental de la próxima década. Y plantea una advertencia: sin políticas diferenciadas por macrozona y una mejora sustantiva en la completitud de los datos, la reducción de riesgos para la salud seguirá siendo un desafío pendiente.
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