Comentario de ópera: Madama Butterfly protagoniza toma en La Araucanía

Madama Butterfly siempre ha sido y es de esas óperas que gustan de por sí. Su emotivo argumento, al que en gran parte le debe su popularidad, y las expresivas páginas musicales hacen de esta obra de Giacomo Puccini un título que se ha convertido en un imprescindible en las carteleras líricas.




El Teatro Municipal de Temuco, ya con más de una década con producciones operísticas propias, a las que suele convocar a artistas chilenos y argentinos, trajo nuevamente la historia de la geisha a su  escenario. Y con ello, cumplió con una doble función, la de satisfacer a un público que la pedía -y que ya una semana antes arrasó con la venta de entradas- y seguir con su labor de formación de audiencias en la región de La Araucanía.

Con la joven Orquesta Filarmónica de Temuco, dirigida por David Ayma, que ya ha abordado repertorios líricos diversos y que se ha ido consolidando poco a poco, la obra pucciniana fue encabezado por la soprano trasandina Mariela Schemper, quien ya estuviera en nuestro país en el 2011 como Micaela en el Teatro Regional del Maule. Aunque Cio Cio San no es un rol vocalmente adecuado para ella, su interpretación fue encaminándose para terminar en un tercer acto en el que resolvió teatralmente el sufrimiento de la geisha. El odiado Pinkerton -al que es inevitable que el público termine pifiando por el desagradable papel que juega dentro de la ópera-, fue abordado por Patricio Saxton con voz robusta y de firmes agudos. Carta segura suele ser Evelyn Ramírez, y como tal, Suzuki se vio reflejada en ella con gran dignidad escénica y poderío vocal; así también Sergio Gallardo que configuró un benevolente Sharpless al que le imprimió suavidad cantoril.  Buen desempeño tuvieron Javier Weibel, en el doble rol de Bonzo y el Príncipe Yamadori, y Daniel Farías, como el intrigante Goro. Aunque aún le falta rodaje operístico al Coro Municipal de Temuco, éste se vio con mayor seguridad, pero fue curioso, eso sí, que su conocido momento coral a bocca chiusa (con boca cerrada) fuera interpretado a bocca aperta (con boca abierta).

Ya figuras de planta de la sala temucana, Rubén Torre en la dirección escénica, y Tatiana Messina, en escenografía y vestuario, prosiguieron con sus propuestas de convencionales líneas que caracterizan a las iniciativas líricas del teatro. Torre recalcó la fineza y los pequeños gestos nipones, contrapuestos con la extroversión del marino americano, y Messina se mantuvo dentro del tradicional aspecto visual, acentuado por un atractivo y colorido ropaje japonés.

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