Las historias del club de jazz más antiguo de Latinoamérica que busca nueva sede
Desde Louis Armstrong hasta el baterista Elvin Jones han pasado por el Club de Jazz de Santiago. El primero comió porotos con arroz en 1957, mientras que el músico de John Coltrane tocó durante un toque de queda en 1974. Hoy, cuando el organismo se enfrenta a la pérdida de su local de Ñuñoa, estas memorias y las de los jazzistas chilenos se hacen aún más patentes.

Más temprano que tarde la emblemática casona de Macul e Irarrázabal donde funcionó por 30 años el Club de Jazz de Santiago será echada abajo y en su lugar una inmobiliaria comenzará los trabajos de una nueva construcción. El alto precio de este codiciado sector de Ñuñoa pudo más que los esfuerzos de los integrantes del Club de Jazz de Santiago, el organismo más antiguo en su estirpe en Latinoamérica y que por ahora sólo itinerará de centro cultural en centro cultural a la esperar de encontrar una nueva plaza estable.
"Lamentablemente la dueña de la casona vendió la propiedad mientras yo estaba de viaje. Es muy doloroso, pues incluso teníamos planes de comprar la sede a futuro y ella se había comprometido a esperar. Estábamos haciendo conciertos en otros lugares, juntando dinero para reconstruir la casa. Tras el terremoto quedó inhabilitada", cuenta Cucho Cruz, director del Club de Jazz.
"No nos queremos apurar y buscaremos con tranquilidad una nueva sede. Tenemos 67 años de vida y ya cuando el club se trasladó de calle Mac-Iver a Lota estuvo ocho meses sin local, con gente tocando en garages del centro de Santiago", dice Cruz.
Húerfanos de la sede
Las tres principales alternativas para tocar jazz en Santiago son El Perseguidor, Le Fournil Jazz Club y Thelonious, recintos de Bellavista que en los dos primeros casos son restaurantes. En Valparaíso la actividad se concentra en el pub La Piedra Feliz (Avenida Errázuriz 1054).
A pesar de estas alternativas, el legendario Club de Jazz (y sobre todo su sede de Ñuñoa, la que más tiempo lo cobijó) es irreemplazable. "Era el único local en Santiago donde podías estar cuatro horas viendo a un músico y te tomabas apenas una cerveza. Nadie te exigía consumir cenas o algo así. A mi juicio era barato e iban los que querían escuchar jazz. Todavía estoy shockeado por esta pérdida", dice el bajista y compositor Christian Gálvez.
El músico (que ha tocado entre otros con el estadounidense Stanley Clarke, uno de los grandes bajistas contemporáneos) recuerda la ex sede de calle Macul como una suerte de remanso del guerrero. "Yo grababa en el patio de esa casa. Todos los estrenos de mis nuevos discos los hice ahí. Cuando retornaba de alguna gira en provincia me iba buscar el auto que había dejado estacionado en el club. Era un lugar entrañable. Empecé a ir a los 15 años y ahí me eduqué" recuerda.
Uno de los hombres que atesora más recuerdos en el país sobre el club es José Hosiasson, pianista, socio fundador y actual miembro honorífico del organismo. "El club ha tenido al menos cinco sedes desde la primera que encontró en calle Merced. Tengo recuerdos muy vivos de la visita de Louis Armstrong, quien en el año 57 se presentó en el teatro Astor y luego vino al club, cuando estaba en Huérfanos. Le dimos porotos con arroz, que es un clásico plato de Nueva Orleans, la ciudad de Armstrong", rememora Hosiasson.
Pero el músico que primero se le viene a la cabeza a Hosiasson a la hora de sus shows en el Club de Jazz es el baterista Elvis Jones, el hombre que tocó con John Coltrane entre 1960 y 1966, registrando el clásico disco A love supreme. "Vino en el 74, en pleno gobierno militar. Había toque de queda y después de la presentación no pudo salir del local. Así es que lo escuchamos tocar toda la noche, desde la una hasta las seis de la mañana, que es cuando se podía salir. Creo que tocó la batería con plumilla para no importunar a los vecinos", cuenta Hosiasson.
Ya en la sede de Ñuñoa, el club vio pasar por sus salas a músicos del calibre del trompetista Wynton Marsalis, el pianista Herbie Hancock y el saxofonista Paquito D'Rivera.
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