Adaptación y colaboración

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Foto: Referencial | Aton


El panorama de la educación técnico-profesional en Chile no se puede capturar en una foto. Los cambios son permanentes y los desafíos mayores a los que hemos experimentado en la última década, que incluso tienen el potencial de producir una fractura social que no hemos visto en mucho tiempo. El salto responde a la profunda transformación que vive la sociedad y las necesidades productivas del país, como consecuencia de la irrupción de la tecnología.

Existe consenso -como quedó plasmado en diversas intervenciones en el último Encuentro Internacional de Rectores Universia, en Salamanca-, que se trata de un desafío común de la educación superior, que no distingue entre la técnico-profesional de la universitaria y que supone nuevas competencias y la capacidad de adaptarse a ellas. Hoy más que nunca, la educación integral y la calidad se vuelven un imperativo, que nos traza un camino ineludible. También emergió en el encuentro, un acuerdo amplísimo de que en el sistema chileno hemos dejado pasar demasiadas oportunidades de cooperación entre instituciones, no sólo entre el mundo universitario y el técnico-profesional, sino dentro de cada uno de ellos.

La tecnología y su impacto sobre el trabajo nos exigen responder con creatividad a través de nuevas estrategias de apoyo al aprendizaje, orientadas a dar mayor adaptabilidad a los estudiantes. Para una base de estudiantes cada vez más amplia y diversa, el aula debe transformarse y ser capaz de satisfacer una demanda de competencias más generales para responder a necesidades cambiantes.

Hablamos de pasar de un aprendizaje basado en conocimientos a uno anclado en competencias y habilidades, que requiere de un drástico cambio en la forma de enseñar. Es decir, profesores capaces de adaptarse y hacer suyos métodos y formas que hasta hoy son muy ajenos pero que resultan familiares para sus estudiantes. Hoy, además, el mundo digital da la oportunidad de servir a los alumnos de diferentes perfiles y necesidades.

Sabemos de los enormes desafíos que enfrenta la educación superior, algunos de los cuales son especialmente atingentes a la educación técnico-profesional. Por ejemplo, si bien la mayoría de los estudiantes optan por la formación técnico-profesional, una gran cantidad de estas instituciones, fundamentalmente pequeñas, carecen de la acreditación necesaria para ofrecer una educación de calidad. Por su parte, sabemos que más de la mitad de los alumnos estudia y trabaja, y que un alto porcentaje lo hace en formato vespertino, el que observa altas tasas de deserción. Sabemos además que hoy la educación nos exige ser más creativos, desarrollar pensamiento crítico, para adaptarnos a un entorno fascinante.

Después de más de una década en la que el financiamiento copó la discusión pública, es el momento de cooperar, de compartir mejores prácticas, de fortalecernos en las diferencias y de diseñar nuevas formas de enseñanza que faciliten el aprendizaje.

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