Entre el Chicho y la chicha

CHILE-MILITARY COUP
Foto: AFP


¿Sobre qué se puede escribir entre el 11 y el 18 de septiembre? Es la época más curiosa del año. La existencia secular se ve suspendida y la comunidad es empujada entera a un rito que involucra, primero, una etapa de división y polarización radical que, luego, cede el paso a un festejo tan unitario como excesivo. Este movimiento pendular, que acompaña el paso del invierno a la primavera, es uno de los resabios culturales más peculiares de la dictadura. Es, por un lado, como si no pudiera representarse y festejarse la unidad del país sin antes hacernos presente el odio y la muerte que nos hemos dispensado. Y, por otro, como si buscáramos un impulso final en la inquina de la memoria para lanzarnos con más fuerza hacia la embriagante abundancia atemporal de la fiesta. ¿Se conservará este esquema en el futuro, una vez que hayan pasado, digamos, 80 o 100 años del golpe? ¿Cambiará su forma? Es siempre sorprendente la gramática de los ritos populares.

¿Qué pasará, en cambio, con los esfuerzos por generar una memoria oficial de las brutalidades del régimen militar, con el fin de prevenir violencias futuras? Todo parece indicar que este proyecto está condenado. Primero, por su instrumentalización político-contingente: la sacralidad de las víctimas de la dictadura no puede ser, al mismo tiempo, patrimonio común y propiedad de un grupo político. Segundo, por su carácter irreflexivo: declarar inexplicable lo injustificable con la esperanza de que ese tabú prevenga su repetición es algo que carece de sentido. Y, tercero, porque el principal mecanismo adaptativo chileno es, en el lenguaje de José Donoso, "correr un tupido velo" sobre los recuerdos incómodos. Por eso, como muestra Alfredo Jocelyn-Holt en El peso de la noche, nuestra imaginación histórica afirma regularidades allí donde la inspección honesta del pasado revela desorden, además de cubrir con lagunas nuestros momentos más escabrosos, como el saqueo de Lima, la ocupación de la Araucanía o la guerra civil de 1891.

¿Será que la polaridad entre el 11 y el 18 de septiembre es una forma de digerir la excepción radical de la dictadura mediante la regularidad ritual? ¿Será lo propiamente chileno el combate contra el pasado? ¿Somos un pueblo en pie de guerra contra el tiempo? Es, después de todo, dudable que la noción judeo-cristiana del sentido histórico haya echado raíces profundas en nuestro territorio. El texto escrito, al menos, fracasó: casi nadie lo entiende. Esto nos dejaría anclados en un eterno presente estructurado a partir de la regularidad de los ciclos naturales, con saberes sometidos a la ambigüedad de la tradición oral. Y eso, a su vez, podría explicar, en línea con el Balance patriótico de Huidobro, que confundamos la inteligencia con la desconfianza irónica: "a mí no me vengan con novedades". Y también el lado práctico de esta confusión: la lucha tenaz, pillerías mediante, por destruir cualquier innovación. La "viveza" como afirmación del eterno retorno de lo mismo.

Puede que algunas respuestas a estas preguntas surjan entre asado y borrachera, o como una revelación en medio de las arenas blancas "all inclusive" recién conquistadas por el turista neochileno. Puede, también, que no.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.