Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: A la deriva, esperanzados



Las izquierdas a cargo del timón no garantizan unidad ni brújula. Lo confirman nuestro gobierno que de sobra conocemos y la Cumbre Iberoamericana en que primaron los choques entre quienes uno supondría acuerdos (“un tipo de izquierda casi por cada país y en cada gobierno” destacó el diario El País). Igual porfían con lo de siempre a modo de retórica y convicciones compartidas, empezando por la esperanza.

Y es que ésta es lo único con que se dispone para redimir la revolución, naufragada de un tiempo a esta parte. Justamente la propuesta de Enzo Traverso en Revolución: Una historia intelectual (FCE, 2022), autor que antes en Melancolía de izquierda (2016) hizo el duelo, reconoce la derrota, las autotraiciones, las falsas “leyes históricas”, aunque ahora recula y se aboca por reivindicar el desastre. Para lo cual se empeña en que admitamos su perspectiva con que pretende convencer. Por qué no pensar la revolución, afirma, como imágenes icónicas a partir de las cuales podría uno despertar ese ánimo inicial, sea de 1789, 1848, 1871, 1917, es decir, su fase de “estallido” en tanto espíritu generador, que es ahí cuando debiera constatarse su dimensión más espontánea, auténtica e impoluta. Cae la Bastilla pero aún no aparece la guillotina, Lenin no cuelga kulaks, Stalin aún no asoma su bigote, Trotski sigue vivo… De ahí que ofrezca, no una historia de la revolución, sino una historia intelectual y de imágenes buenistas de lo que en algún momento se ha querido que ésta fuese, repitiéndose dicho afán ritualmente.

Es evidente el propósito. Más que un rescate de la revolución con toda su complejidad a fin de entenderla en serio, Traverso aspira a devolverle la fe a quienes ya creen pero se han vuelto tibios. Claro que ofreciendo lo supuestamente rescatable “a la carta”. Como si se tratara de una degustación a la manera de hoy: el hágase una idea y discurso a la medida de su propia subjetividad sobre estos temas y verá que se le devuelve el entusiasmo. Un realismo social, si bien aggiornado, no menos propagandístico, que tratándose de Traverso, resulta elocuente, envidiable su virtuosismo, aunque forzado.

Es curioso apostar a esperanzas. Recuerda a Paulino que, en el cuento de Horacio Quiroga (“A la deriva”), mordido por una víbora, no pierde la esperanza que sus amigos lo asistan, pero muere igual envenenado. Para empezar, las esperanzas son menos optimistas que lo que aparentan. Según la sabiduría popular es lo último que se pierde, bajo el sobrentendido de que, ya antes, se ha perdido todo. Es más, se recurre a ellas “en circunstancias sabemos que desesperadas” (Chesterton), por ende, puede que terminen matándolo a uno. “El que vive de esperanzas se expone a morir en ayunas”, reza el viejo refrán. Quizás eso, no el veneno, fue lo que hizo que Paulino pasara a mejor vida.

Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

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