Columna de Ascanio Cavallo: Tenemos que hablar de Lagos

Ricardo Lagos Escobar, ex Presidente de Chile Foto: Andres Perez


El expresidente Ricardo Lagos dijo las únicas tres cosas que son lógicamente correctas en el ambiente que lo rodea y que empieza a extenderse por el resto del país: que, a simple vista, los textos constitucionales en juego no satisfacen a una mayoría nacional clara y suficiente; que, por lo tanto, el debate constitucional tendrá que extenderse mucho más allá de que triunfe la opción de aprobar o rechazar la propuesta, y que es preciso anticiparse a analizar los elementos que se desearía reformar en cualquiera de los textos que sobrevivan al 4 de septiembre. Él mismo ofrece su listita seleccionada, only for your consideration.

Para adoptar este razonamiento es preciso situarse después del plebiscito; desde el 5 de septiembre en adelante. Ese es, en otras palabras, el problema: si algunos creen -sugiere Lagos- que podrán “pasar máquina” al día siguiente de un triunfo que parta al país en dos mitades (y esto no son décimas, sino puntos, incluso varios puntos), entonces lo que sobreviene es otra cosa. Probablemente -esto no lo dice-, otro largo ciclo de confrontaciones como las que Chile se prodigó a lo largo del siglo XX.

Lagos ha constatado, como cualquier político, que los votantes netos de Apruebo o Rechazo son más bien rara avis. Nadie se atreve a defender la perfección de ambos textos. Como se viene repitiendo desde que la Convención entregó su último producto, son demasiados los que se prometen “aprobar para reformar” o “rechazar para reformar”.

Los más blandos en cada una de esas posiciones tienen justificaciones con cierto aire táctico; los más duros son los que desconfían radicalmente de la voluntad de sus adversarios de continuar el debate desde el 5 en adelante. Algunos dicen que es preciso concentrarse en los valores del texto propuesto y no en el proceso vitriólico que lo acompañó; por lo general, son los mismos que antes aseguraban que era tan importante el resultado como el proceso. Otros dicen que la Constitución vigente ha demostrado tener serias imperfecciones institucionales; por lo general, son los mismos que durante 20 o más años se resistieron a modificaciones en ese y otros ámbitos. Y unos y otros dicen que la culpa del mal sabor la tienen unos pocos convencionales -el ranking ya se conoce-, pero son los que permitieron que se les dispensara un sistema nunca usado para ser elegidos.

La realidad del 4 será otra. Ninguna de esas reflexiones estará en el voto. El país se encamina hacia una reproducción de lo que vivió en octubre de 1988, cuando tuvo que decidir entre dos opciones polares, Sí o No, respecto de la continuidad de Pinochet por ocho años más en el poder. Es una situación obviamente distinta en casi todas las dimensiones posibles, excepto una: el efecto divisivo que tiene el tipo electoral del plebiscito, que convierte al país en grandes cámaras de eco: sólo se escuchan los que están de acuerdo y el principal instrumento de debate es la descalificación bajo cualquier pijama, y proliferan las listas, las firmas, la política como recolección, patota, pintada y grito. Es una modalidad que fascina a los grupos que creen en el manejo del voto y deprime a los que constatan que en sociedades complejas los matices son más abundantes que la rajatabla. Ya no se puede ser bobo en esto: las autocracias del siglo XXI -incluyendo algunas de las peores tiranías- han sido construidas sobre la base de la llamada “democracia plebiscitaria”.

Los impactos de esa polaridad forzada se empiezan a sentir en los partidos de la centroizquierda (de un modo similar al que se sintieron, ay, en la centroderecha en 1988): como ya es ritual, en la DC de manera más dramática, cada vez más cismática, cada vez más tentada a expulsarse entre harapos; y de manera más olímpica, en el PS y el PPD, que han aprendido a usar el cuchillo con sus disidentes cuando nadie esté mirando. ¿No es un anticipo de lo que viene en las próximas ocho semanas?

Lagos se niega a entrar en este juego. ¿Cómo podría hacerlo de otro modo? Desde que dejó el gobierno, ha sido atacado en forma inclemente desde la izquierda, sin que el PS, cuyos dirigentes que lo declaran ahora “equivocado” o “decepcionante”, movieran un dedo para defenderlo. No le dieron tregua el PC, el Frente Amplio, los estudiantes universitarios, en fin, todo lo que después de su gobierno se quisiera llamar “izquierda”. Sus esfuerzos de cuatro años por reformar la Constitución a fondo son tan abiertamente despreciados, que parece que no hubiese alterado nada del diseño de Pinochet, nuevamente ante el silencio de sus aliados. No son el PS ni el PPD los que recuerdan que la Constitución tan malditamente vigente lleva su firma y la de todos sus ministros. ¿Lo defendieron cuando se discutía sobre invitarlo o no al cierre de la Convención? Es raro que partidos que se han portado de esa manera puedan siquiera inquietarse por lo que diga Lagos. Y parece más sorprendente que para este momento, que reputan tan trascendente, le exijan una opinión simplificada, partisana, atrincherada. Es una paradoja un poco infamante, si no fuese también un tanto frívola.

Los expresidentes suelen comprender -a veces un poco tarde, a veces un poco lento- que su papel está con el futuro del país, no con el pasado ni tampoco con el presente si es que este significa una marcha hacia el abismo. El abismo de hoy es la polarización, que en su peor momento se llevaría por delante incluso al gobierno, o primero que todo al gobierno. Los expresidentes también aprenden eso: que La Moneda es, en realidad, el lugar más peligroso del país.

Lagos intenta prevenir, de una manera razonada, lo que ve venir tanto de la mano del inmovilismo como del proyecto de la refundación. Si las encuestas se mantienen en la tendencia favorable al Rechazo que llevan hasta ahora, serán los partidarios del Apruebo los que tendrán que ir a pedirle ayuda después del 4 de septiembre. Al contrario, si el Apruebo logra dar vuelta las cifras, estará entre quienes le exijan cumplir con esa humildad de la imperfección proclamada in articulo mortis por la propia Convención.

Para quebrantar el razonamiento de Lagos no hay que escucharlo: hay que insultarlo, denigrarlo, volver a acusarlo, atribuirle intenciones, en fin, lo de siempre.

No basta. A sus años, Lagos sigue luchando por su lugar en la historia, sigue siendo ese político arrogante que ofrece resistencia a la banalización de la política, ese político insoportable que tanto crispa a los espíritus del bosque, ese sujeto intratable que desde los 80 le viene exigiendo a la política chilena la razón esencial de la igualdad ciudadana. ¿Que se ha equivocado? Cómo no. Varias veces, no pocas. La mayoría de esos errores sucedieron cuando se enfrentaba a mayores o iguales, ante cuya sagacidad tuvo que doblegarse. No cuando ya se ha extinguido la mayoría de esos iguales.

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