Columna de Carolina Tohá: Candidaturas y encuestas



Desde el retorno a la democracia, ninguna elección presidencial ha contradicho el pronóstico de las encuestas. Siempre ha ganado el favorito o favorita. Siempre. Esta vez eso no pasó, porque quienes encabezaron los sondeos de opinión durante el último tiempo ya quedaron fuera de la carrera: Joaquín Lavín y Daniel Jadue.

Es predecible que se abrirá una discusión apasionada sobre la solidez metodológica de las encuestas, sobre quién estuvo más cerca y más lejos en sus pronósticos, sobre la dificultad de anticipar resultados con voto voluntario. Pero el debate que más importa es otro: cuál es la forma de seleccionar candidaturas si las encuestas ya perdieron el poder predictivo del pasado. Más aún, es válido preguntarse si la excesiva delegación a las encuestas de la definición de candidaturas no jugó un papel en la escasa renovación de liderazgos de la centroizquierda y en el tan postergado relevo generacional.

Durante el reinado de las encuestas era casi imposible que un liderazgo emergente fuera apoyado por un partido para la contienda presidencial. Si a falta de un nombre posicionado en el top ten se optaba por algún otro postulante era solo para negociarlo a cambio de cupos parlamentarios o puestos en el comando del favorito o favorita. El resultado fue que ningún sector político hizo verdaderas apuestas de liderazgo, es decir, proponerle alternativas al país y desplegar un esfuerzo genuino para convencer, convocar y conectar. Esa pega debían hacerla antes los potenciales postulantes y para ello necesitaban visibilidad, televisión o mucha plata. Los liderazgos interesantes que no estaban en los primeros lugares de las encuestas fueron descartados una y otra vez. El caso más dramático fue el año 2009, cuando Marco Enríquez-Ominami peleó por ser candidato a pesar de que las encuestas no lo favorecían y su partido no lo quería apoyar. Tanto peleó, que logró que la Concertación aceptara hacer una primaria en la que se pudieran inscribir todos los interesados que mostraran el patrocinio de un cierto número de alcaldes o parlamentarios. Eso hubiera llevado a una competencia de Marco, socialista en ese entonces, con Frei (DC) y Gómez (PR). Pero cuando el proceso estaba en curso hubo un sorpresivo cambio de las reglas del juego y se exigió que sólo pudieran postular quienes fueran proclamados por su partido. Resultado: Marco se salió del PS, compitió por fuera y sacó 20 puntos. Frei, 29. Piñera ganó la elección.

Volvamos ahora al presente. Si Boric se hubiera basado en las encuestas nunca debió haber sido candidato. No marcaba nada. Sichel marcaba, pero debajo de Lavín. Ambos ganaron. En el caso de Unidad Constituyente se levantó una propuesta hace más de un año que sugería cambiar radicalmente el modo de selección de candidaturas. Consistía en olvidarse de las encuestas y de las proclamaciones partidarias y abrir con anticipación un proceso amplio de postulaciones donde todos los liderazgos que tuvieran un número de firmas pudieran participar. En ese proceso, que duraría varios meses, se irían decantando las candidaturas con mayores posibilidades y avanzarían recogiendo el apoyo de quienes fueran quedando en el camino. Independientes cercanos al sector, líderes sociales y dirigentes ajenos a las directivas partidarias tendrían una opción de desplegarse, y los que lograran mantenerse como favoritos participarían finalmente en la primaria legal. En lugar de eso se optó por el camino tradicional, y hemos visto cómo los hechos lo han desbordado y han obligado a enmendar las decisiones, subir y bajar candidaturas y pasar por bochornosos desencuentros.

Si las encuestas decidieran las elecciones, Barack Obama nunca hubiera sido presidente. Partió desde abajo, y en la prolongada primaria demócrata fue mostrando el portento de líder que era y terminó ganándole a la tremenda Hillary Clinton y venciendo finalmente al republicano John McCaine. En Chile debemos aprender una nueva forma de levantar liderazgos, sin la seguridad de una carrera corrida sino con el coraje de quien aspira a ganarse la confianza y el respaldo popular. La política actual es para valientes e innovadoras, quienes quieran triunfos seguros pueden comenzar a empacar.

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