Columna de Daniel Matamala: Lo dimos vuelta

FOTO: FRANCISCO VICENCIO/AGENCIA UNO


¡Qué semana! Por unos días, hemos pasado de enfrentarnos unos con otros, a enorgullecernos todos juntos. A admirar la carrera de perseverancia de Hugo Catrileo, a empujar el salto de Emile Ritter, a aplaudir las últimas brazadas panamericanas de Kristel Köbrich

Al momento de escribir estas páginas, el Team Chile suma 29 medallas, 5 de ellas de oro. Y, con una semana aun por delante, son varias las historias que nos seguirán ilusionando. Ya cumplieron, y con creces, el ciclismo de montaña, el remo y el esquí náutico. Ahora es el turno del karate, el canotaje, el patinaje y el atletismo, entre otros.

Hasta hace poco, esto parecía imposible. ¿Cómo resucitó el deporte chileno? Y, ¿hay alguna lección que sacar de esta historia?

En los albores del deporte internacional, Chile se hizo cierta fama de tener atletas esforzados y dirigentes competentes. Fuimos el único país iberoamericano en participar en los primeros Juegos Olímpicos, en Atenas 1896. Sumamos esporádicas medallas olímpicas en atletismo, equitación y boxeo. Fuimos potencia en el básquetbol. Nos movimos entre el cuarto y el sexto puesto en los tres primeros Panamericanos, en 1951, 1955 y 1959.

Chile entendía el deporte como un bien social. En 1927 se creó la Dirección General de Deportes, Educación Física y Moral, el germen de la Digeder, con el objetivo de “mejorar cultural, física y moralmente a nuestro pueblo”.

La inauguración del Estadio Nacional en 1938 fue el símbolo más tangible de este espíritu. El presidente Arturo Alessandri se la jugó por construirlo, pese a las críticas por su costo para el Fisco ($25.976.264) y su tamaño (se le calificaba de “elefante blanco”, por su capacidad de 60 mil espectadores). El Estado trabajó junto a la sociedad civil, reconociendo al Comité Olímpico de Chile (Coch) en 1941, y financiando la primera Casa del Deportista, en 1943.

Luego comenzó una lenta decadencia.

Mientras el deporte se profesionalizaba en el mundo, y países vecinos implementaban planes de alto rendimiento, en Chile el Estado se retiró: la mano invisible del mercado debía actuar.

Chile renunció a organizar los Panamericanos de 1975 y 1987, y boicoteó los Juegos Olímpicos de 1980, en Moscú. Por razones políticas, dirigentes históricos como Sabino Aguad fueron marginados, y el Coch cobró triste fama como una institución corrupta hasta la médula, cada uno de cuyos presidentes quedaba envuelto por escándalos de corrupción.

Sin infraestructura ni soporte económico para los deportistas, los resultados reflejaron la decadencia. Entre 1971 y 2003, Chile promedió apenas un oro por cada Panamericano. Nos resignamos a repetir hasta convencernos tonteras como que “no servimos para el deporte” o “es mala la raza”.

Pero desde 2007, estamos de regreso en la competencia, promediando siete oros por cada Panamericano.

¿Cómo, para usar un término deportivo, “lo dimos vuelta”?

Tal como lo hicimos al principio: remando todos juntos.

Los presidentes Bachelet y Piñera dieron continuidad a la construcción de infraestructura. La Red de Estadios Bicentenario dotó a distintas regiones de estadios, centros de alto rendimiento, polideportivos y centros náuticos. Paralelamente, desde 2004, la gestión de Neven Ilic limpió la imagen del Coch.

Es un círculo virtuoso. En 2006 el Estado y el Coch crearon en conjunto la Corporación de Deportistas ADO Chile, que incluyó a los protagonistas en la gestión, y la marca “Team Chile”, una idea brillante importada de España que atrajo a la empresa privada, los medios de comunicación y las universidades con un producto atractivo.

En 2010 llegó el Plan Olímpico, con dinero fiscal para financiar deportistas de alto rendimiento y para contratar head coaches de primer nivel internacional: múltiples “Bielsas” que han cambiado la historia en disciplinas como el hockey césped, el balonmano y el rugby.

Un ejemplo es el remo. El Estado diseñó y financió la política de head coach. La Federación consiguió a un técnico de nivel mundial como Bienvenido Front. Y este sacó el máximo rendimiento al milagroso talento de las mellizas (¡y los cuatrillizos!) Abraham. El resultado: siete oros en los últimos dos juegos en una sola disciplina, más que todos los oros que consiguió el deporte chileno entre 1967 y 1995.

Como destacaba en 2019 la dirigenta de los deportistas y medallista dorada Francisca Crovetto, “el Plan Olímpico ha sido vital en el desarrollo del Alto Rendimiento en Chile, ya que funciona como una política de Estado, donde las energías de todos los stakeholders del deporte chileno son capaces de converger en una alianza estratégica que no depende de los cambios de gobierno”.

En resumen: un Estado que financia y fija metas a largo plazo. Una sociedad civil que gestiona y coordina. Empresas privadas que ven una oportunidad de negocio e invierten. Y lo más importante: el talento y esfuerzo de nuestros deportistas, cuyas semillas ahora tienen un terreno algo más fértil sobre el cual germinar.

Y todo esto, con continuidad. No hay una vuelta a fojas cero con cada nuevo gobierno, como ocurre en los crispados debates sobre pensiones, educación o impuestos (o, para qué decir, sobre la Constitución).

¿Podemos replicar este éxito en otras áreas?

Claro que sí.

Pensemos en las energías renovables, donde en 2016 el ministro Máximo Pacheco diseñó una megalicitación a largo plazo para que las empresas invirtieran fuerte en energías renovables. Lo logró, convirtió a Chile en líder mundial en el área, y la política se ha mantenido ya por tres gobiernos.

O en el litio. En 2017, Eduardo Bitran empujó a Corfo y Albemarle a asegurar parte de su suministro a proyectos de inversión con valor agregado. Eso rinde frutos hoy, dos gobiernos después, con el anuncio de una empresa china de instalarse en Chile para producir cátodos, y tal vez baterías, gracias a ese suministro garantizado a largo plazo.

El Estado no tiene la varita mágica. Tampoco es solo la mano invisible del mercado. Un gobierno siembra, y otros, cosechan.

Como nos enseñaron las Abraham, hay que remar en conjunto, coordinadamente y con la vista puesta en el horizonte. Es la única manera de alcanzar el oro.

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