Columna de Diana Aurenque: Las “verdades” del estallido
El ser humano es aquel animal que celebra cumpleaños y conmemora aniversarios. Es por su capacidad de memoria histórica, de poder y hasta tener que volver al pasado, que no solo lo recuperamos, sino al recordar también lo transformamos -incluso sin ser conscientes de ello-. Algo de nuestro presente se filtra, interviene y renueva el pasado. Con ello, la memoria histórica se dinamiza o, mejor dicho, se vitaliza -como un organismo.
Se cumplen cinco años del estallido social. Al recordarlo lo pienso en oblicuo; en relación con otro aniversario que se me vino de inmediato a la mente -el de los 50 años del Golpe de Estado- y, en concreto, las palabras del expresidente Eduardo Frei: “Si queremos imponer una verdad oficial no vamos a llegar nunca a acuerdo”. Repaso, como si fuera ayer, lo molesta que me sentí. No fue solo que estuviera en descuerdo lógico o ideológico, sino que sentí tristeza y decepción. Hoy, que cada vez me convenzo más de que la política, y la racionalidad en general, está profundamente atravesada por estados afectivos (Heidegger diría, por “estados de ánimo”) y emociones, me es evidente que muchos de nuestros desacuerdos en política no tienen un fundamento solo discursivo o argumentativo que identificar, sino una emoción. Y las emociones, como los recuerdos y la racionalidad, también cambian.
Así, a poco más de un año, las palabras de Frei ya no me decepcionan o entristecen, más bien las comprendo -precisamente cuando pienso en el estallido-. Contrario a lo que pude sentir y pensar antes, pienso en lo certero que fue Humberto Maturana al enseñarnos, desde hace años, que mientras más defendamos la democracia con discursos que contengan pretensiones de verdad, más la amenazamos; mientras más intentemos convencer(nos) de que el estallido tuvo solo una verdad -social o delictual-, por razonable y justificada que nos parezca, transformamos sin querer esa verdad democrática en tiranía potencial.
Renunciar a una “única” verdad, no obstante, no significa aceptar mentiras, desinformaciones o fakenews; se trata más bien de reconocer que hay “verdades”, es decir, interpretaciones antagónicas e irreductibles justamente por su valoración afectiva -por la emoción que está de fondo-. Con todo, la pluralidad también requiere límites. ¿Cómo proponer lecturas plurales, incluso antagónicas sobre acontecimientos históricos fundamentales sin aceptar lo inaceptable?, ¿sin genocidios, dictaduras o tiranías?
Quizás ya estamos afectiva y emocionalmente más preparados, como país, para replantearnos la propuesta de Maturana en su llamado a superar la fragmentación y el desencuentro nacional; quizás lo clave esté precisamente -al repensar y recordar el 18/10- en superar la obsesión narcisista de satanizar al adversario político o estilizar la propia lectura como redentora. Quizás con intentarlo al menos reconfiguramos un pasado que nos siente mejor hoy, y ojalá mucho más juntos mañana.
Por Diana Aurenque, filosofa Universidad de Santiago de Chile