Columna de Joaquín Trujillo: El resentimiento creativo
El resentimiento es el más burdo de los realismos. Es uno de esos saberes que consumen los necios, aquellos que encuentran una verdad parcial y se la creen enteramente. El resentimiento no comprende nada, excepto una cosa, que el mundo es injusto y con eso se queda. Todo pensamiento, análisis, conjetura que no sea el del día a día, el del minuto a minuto, le parece innecesario, irrelevante, un distractor para su rabia. Por lo mismo, termina volviéndose analfabeto: desaprende la lectura, no sabe leer ninguna realidad que no esté claramente definida en los términos en que él espera encontrarla. Pues es una filosofía excesivamente práctica, una que desespera ante cualquier indicio de metafísica, vale decir, un plano que no sea inmediatamente aprehensible.
Casi nunca es frontal, va siempre de lado y especialmente por la espalda. Es de puñales, jamás en el corazón, donde los ojos lo vean. No pertenece al género heroico, de ahí que grandes retratistas de lo plebeyo (Stendhal, Balzac, Flaubert) hayan hecho de la novela su tierra fértil.
El gran historiador chileno Francisco Antonio Encina (a cuya memoria se han dedicado calles pequeñas en lugar de amplias avenidas) observaba que Chile es enemigo de la ficción. Un pueblo propenso a la no-ficción, que no le gusta que le cuenten cuentos. Es cierto, el resentimiento odia los cuentos, en especial si no son los de sus fábulas. Solamente le interesan cuando se los puede resumir en una forma instrumental de verso, su versión denigrada: un eslogan para poderlo vociferar y nunca recitar pacientemente.
Pero el resentimiento cree entenderlo todo. No hay nada que pueda reconfigurar sus resultados. Y, aunque no lo parezca, el que se apellida “social” no es uno más de los resentimientos, y pueda calificárselo tal vez del menos insano. Este resentimiento ha sido verbalizado tantas veces, se han escrito inspirado por él infinidad de libros, se ha logrado transmutarlo en una suerte de ciencia (ciencia social), que por este procesamiento reiterativo se lo purgó de mucha materia ominosa. Otros resentimientos, en cambio, más solapados por inconfesables, a diferencia de volcanes o tormentas, aparecen sin anunciarse como misteriosos ojos de mar.
El punto entonces será quizá el talento para procesarlo. Hay un resentimiento creativo que se ha expresado en el ingenio. Se trata de una solución no muy realista, una que acontece a veces en esa segunda naturaleza del lenguaje. Cierto, opera como anestesia, pero una que, a la larga, levanta un castillo, una fortaleza interior. El resentimiento creativo estuvo presente en la inmensa economía de recursos de la picardía chilena, su energía salvífica podía desnudar a cualquier emperador, desvestir a santones de turno, bajar todo lo sublime de su pedestal y valsearlo en lo ridículo. Fue la operación política magistral, por ejemplo, de un Nicanor Parra: aprovechar la tendencia realista chilena para que no se tragara los cuentos de la ideología.
Por Joaquín Trujillo, investigador Centro de Estudios Públicos
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