Columna de Jorge Burgos: El horizonte político de Chile
A este país le ha pasado de todo en los últimos cinco años, vale decir, a partir del llamado estallido social de 2019, aquella ola de violencia sin precedentes que tuvo repercusiones sociales, políticas y culturales. Se quebró el orden público, se extendió el miedo, cambiaron los comportamientos, la política se degradó hasta un punto crítico y Chile estuvo al borde del quiebre institucional.
Luego, vino el intento refundacional de la Convención, que se tradujo en un proyecto de nueva Constitución apoyado por el actual gobierno, y que, de haberse aprobado, habría provocado un retroceso institucional, económico, social y político de alcance histórico. En otras palabras, la postración y la decadencia, y sabemos bien cuánto cuesta salir de allí. Nada bueno nos trajo el segundo intento constitucional, también partisano y por ello rechazado.
Lo impresionante es que, pese a todo, y pese al debilitamiento de los liderazgos, el país resistió la ola de irracionalidad que fue visiblemente alentada por fuerzas políticas que buscaron la caída del gobierno constitucional. En realidad, es casi un milagro que el país haya podido sortear las tendencias autodestructivas de este período y que incluso permiten, como dijo recientemente el analista británico Michael Reid, que Chile se vea mejor desde fuera que desde dentro.
No es un misterio que Chile perdió el paso hace algunos años y se fue estableciendo la auténtica matriz ideológica del gobierno actual. El intento voluntarista de desconocer la dinámica del mercado, y hasta tratar de ir en su contra, de raíz antigua como es sabido, está en la base del actual estancamiento.
Si el país consiguió evitar males mayores y mantenerse a flote en estos años, es porque los propósitos originales de los conductores no pudieron cumplirse. La sociedad opuso resistencia, y la economía de mercado en particular ha mostrado capacidad para navegar en las aguas agitadas por las supersticiones anticapitalistas de la vieja y la nueva izquierda, que en los hechos intentaron imponerle al país un rumbo distinto de aquel que le permitió progresar en las décadas anteriores como nunca antes.
Sin embargo, son inmensos los retos del futuro porque los devaneos falsamente progresistas de estos años dañaron nuestra sociedad en muchos sentidos. La pesada herencia del 2019 contribuyó en la crisis de la seguridad pública y el incremento del poder de las bandas criminales. Nada preocupa más a la mayoría de la población que el avance de la delincuencia, los asaltos y balaceras, los homicidios frecuentes, la inseguridad en los barrios. Todo ello afecta, entre otras cosas, el clima de confianza que se requiere para que la actividad económica retome un ritmo sostenido de crecimiento.
La naturaleza de las dificultades que ha enfrentado Chile en estos años no ha sido propiamente social, como se quiso hacer creer, ni tampoco económica, sino rigurosamente política. El factor central es que la brújula se descompuso como consecuencia del intento por llevar a Chile hacia otro lado, de contornos borrosos.
Todos los actores, o al menos casi todos, repiten con aparente convicción que se requiere con urgencia cambios a nuestro sistema político que permitan recuperar grados de gobernabilidad hoy muy afectados, pero pasa el tiempo y tal intención no se concreta. Si de verdad se quiere que el horizonte político nos traiga mejor país, llegó la hora de hacerlo.
Por Jorge Burgos, abogado