Columna de Sebastián Edwards: ¿Un sistema parlamentario para Chile?



Hace unos días la Comisión Experta recibió la visita de académicos que disertaron sobre qué tipo de sistema político debiera tener el país. Fueron de particular importancia las exposiciones de los economistas Guillermo Larraín y Klaus Schmidt-Hebbel, ambos fervientes partidarios de reemplazar el sistema presidencial por un sistema parlamentario. Las dos presentaciones fueron contundentes y profesionales, con citas a la literatura y una profusión de datos y gráficas.

Los argumentos de Larraín y Schmidt-Hebbel son casi convincentes. Y digo “casi” por dos razones. En primer lugar, no ahondaron en los riesgos que acarrea un cambio tan profundo y drástico. Porque – y esto lo hemos aprendido en Chile a costa de porrazos y traumas- las cosas que en el papel lucen bien y prometen un futuro esplendor, pueden salir mal. Las asociaciones positivas entre parlamentarismo y performance económico y político que ambos expositores presentaron pueden no resultar en la delgada y larga franja de tierra. De hecho, dada la idiosincrasia de nuestros políticos, es posible que los escenarios que preocupan a los detractores del parlamentarismo -entre los que destaca Arturo Fontaine- se materialicen. Entre los escenarios de terror destaca el que haya largos periodos durante los cuales los partidos no se ponen de acuerdo para formar una coalición de gobierno. Durante esas semanas (o meses) el país no tendría un primer ministro. Otra preocupación es que pequeños “partidos bisagras” – los llamados “king makers” en inglés – se transformen en enormemente poderosos, cargados de oportunismo y tendencias corruptas. Algo así ha pasado en Israel, donde los partidos súper religiosos tienen una influencia enorme, que supera con mucho su respaldo ciudadano.

Lo anterior sugiere que debiéramos tener un Plan B, una válvula de escape en caso de que un sistema parlamentario no resultara tener, en Chile, las bondades que tiene en otras latitudes.

Pero más serio que lo anterior es que, en sus presentaciones, ni Larraín ni Schmidt-Hebbel pusieron suficiente énfasis en el sistema electoral y en las reglas usadas para elegir al Congreso y, en particular, a la cámara baja.

Porque resulta que el gran desafío que enfrenta el país es diseñar un sistema electoral que genere un parlamento razonable, sin la fragmentación ideológica y partidaria del actual, sin la inestabilidad y los extremismos de los últimos años.

Esto requiere reemplazar el actual sistema proporcional, en el que cada distrito elige múltiples congresistas, por uno con distritos mucho más pequeños y con tan solo un representante. Si el sistema proporcional actual se mantiene, lo más probable es que ninguno de los beneficios del parlamentarismo mencionados por Larraín y Schmidt-Hebbel se cristalicen. De hecho, es altamente probable que un sistema parlamentario con una cámara baja elegida con proporcionalidad distrital generaría un sistema aún más inestable que el actual.

La razón por la que un sistema uninominal, con un diputado por distrito, genera más estabilidad es simple: si cada distrito elige tan solo a un representante, es muy improbable que éste tenga una posición política extrema. En este escenario tiende a funcionar lo que los expertos llaman el “teorema del votante mediano”. Vale decir, se tiende a elegir a alguien que está ubicado en el centro de las preferencias ideológicas de esa jurisdicción. Aquellos distritos con mayoría de ciudadanos progresistas elegirán a un representante progresista; algo similar sucederá con los distritos conservadores.

Más de alguien podrá argumentar que, si bien un sistema con estas características es políticamente estable, tiene una falencia grave. Aquellos ciudadanos con posiciones minoritarias tendrán muy pocos representantes en el Congreso. Esa aseveración es correcta, y tiene una solución simple que ha sido implementada en Alemania, Japón, y Nueva Zelandia, entre otros. Al ciudadano se le entrega una segunda papeleta para elegir, a nivel nacional, a congresistas en listas cerradas por partidos. Es a esta segunda papeleta – y no en la que elige a los representantes distritales únicos – a la que se le aplica el umbral mínimo del 5% para que un partido tenga representación parlamentaria.

El sistema de dos papeletas ha sido promovido por el abogado Enrique Barros, entre otros, y la Comisión Experta debiera considerarlo seriamente. Hace sentido, independientemente de si el sistema político termina siendo presidencial (lo más probable) o parlamentario. He aquí una propuesta concreta. Tener una cámara baja con 160 miembros. 128 serían elegidos en distritos electorales uninominales del mismo tamaño, y 32 en listas nacionales cerradas, afectas al umbral mínimo del 5%.

El sistema de dos papeletas funciona muy bien en Alemania (donde además hay un mecanismo de corrección que es tema de otra columna), y a nosotros nos daría estabilidad y gobernabilidad. Obviamente que otras medidas, como la verdadera democratización de los partidos, debieran ser implementadas simultáneamente.

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