Opinión

Cuando el centro no se sostiene: monstruos, caos y el nuevo (des)orden internacional

Militares ucranianos operan un vehículo militar blindado en una carretera cercana a la frontera con Rusia, en la región de Sumy, el 14 de agosto de 2024. Foto: AFP ROMAN PILIPEY

Por Daniel Zovatto. Director y editor de Radar Latam 360. Investigador Senior del CEI de la PUC.

Vivimos tiempos sombríos, donde la historia parece avanzar sin brújula y el vértigo se impone sobre la razón.

Lo advirtió el poeta y dramaturgo irlandés William Butler Yeats hace más de un siglo, en su inquietante poema La Segunda Venida (The Second Coming): “Todo se desmorona; el centro no puede sostenerse… la mera anarquía se ha desatado en el mundo”. La frase resuena hoy con una claridad escalofriante.

También lo hace la lúcida advertencia de Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

Ambos captaron la esencia de los períodos de transición histórica: cuando el viejo orden colapsa y aún no ha emergido una alternativa clara, el caos se convierte en terreno fértil para la llegada de los monstruos. Precisamente en ese punto desafiante nos encontramos hoy.

El llamado orden internacional liberal, nacido en 1945 y consolidado tras el fin de la Guerra Fría, está hoy en plena descomposición. Las reglas que lo sostenían -multilateralismo, cooperación, resolución pacífica de los conflictos, respeto al derecho internacional y a la integridad territorial- se erosionan aceleradamente ante el regreso de la ley de la jungla.

Un nuevo súperciclo geopolítico se abre paso, caracterizado por la competencia sin restricciones entre grandes potencias, la fragmentación económica, las guerras comerciales, la militarización de la política exterior y un desprecio cada vez más abierto por las normas globales.

La escena internacional se asemeja hoy a un escenario hobbesiano donde las reglas no se respetan y lo que prevalece es el uso de la fuerza. Cómo dice el presidente Donald Trump, los que “tienen las cartas” se las imponen a aquellos que no las tienen.

La actual guerra en Gaza es ejemplo de esta suerte de “tierra baldía”: miles de civiles inermes asesinados, en su mayoría mujeres y niños, mientras el mundo asiste impávido a la destrucción sistemática de una población cercada. El ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre de 2023 -gravísimo y condenable- no justifica el genocidio que lleva adelante el gobierno israelí. Ojalá el cese al fuego que actualmente negocian Trump y los cataríes entre las partes se concrete pronto y ponga fin a esta barbarie.

En Ucrania, la agresión de Rusia ha provocado una sangrienta contienda bélica en el que conviven combates de trincheras del siglo XX con las armas más sofisticadas del siglo XXI. Esta guerra, que atraviesa un período de recrudecimiento de los ataques rusos, acelera la carrera armamentista en Europa, hasta hace poco considerada la zona de paz por excelencia. Por su parte, la OTAN, nacida para contener al bloque comunista, ha resucitado -por la presión de Trump y la amenaza de Vladimir Putin- como maquinaria bélica expansiva, exigiendo a sus 32 miembros aumentar su gasto militar en plena era de crisis climática y desigualdad obscena.

A la vez, el enfrentamiento entre Estados Unidos e Israel con Irán -hoy en paréntesis gracias a un frágil alto el fuego- evidencia la amenaza constante del armamento nuclear y el riesgo de una nueva proliferación descontrolada en una zona explosiva como Medio Oriente.

En este tablero internacional complejo, volátil e impredecible -atravesado por una policrisis y una permacrisis-, la “bestia tosca” de la que hablaba Yeats, que se arrastra hacia Belén para nacer, adopta hoy nuevas formas: el resurgimiento del autoritarismo, el tribalismo identitario, el ultranacionalismo, la hiperpolarización y el odio racial, el negacionismo climático, una renovada carrera armamentista -incluida la nuclear- y el peligro existencial de una inteligencia artificial sin regulación ni control democrático.

En síntesis: la historia no siempre avanza hacia adelante; a veces gira en espiral hacia el abismo. Y ese abismo -si no actuamos con urgencia, responsabilidad y compromiso ético- está más cerca de lo que creemos.

Hoy, más que nunca, necesitamos de la poesía, del pensamiento crítico y, sobre todo, de la historia. No como refugios estéticos, sino como herramientas políticas y brújula moral. Yeats y Gramsci -como tantos otros- no son solo voces del pasado, sino advertencias urgentes que debemos escuchar con atención en este punto de inflexión. Porque en este claroscuro, si no somos capaces de construir alternativas justas y sostenibles, los monstruos del pasado regresarán disfrazados de novedad... y la democracia será su víctima principal.

Frente a esta amenaza, la historia no espera. Si el centro no se sostiene, todo se desmorona. Y sin centro, sin pacto, sin reglas, sin ética, lo que avanza no es el progreso, sino la regresión. Vivimos momentos de máxima tensión en los que -como bien recordaba Yeats con escalofriante claridad-: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de intensidad apasionada”.

Y en esta ruptura de época, en esta recesión democrática global en la que nos encontramos, nuestra tarea es reconstruir un nuevo consenso democrático con convicción, coraje moral y visión de futuro. Y debemos hacerlo ya. La experiencia comparada enseña que la democracia no se defiende sola. Requiere liderazgo ético, convicción y, sobre todo, acción colectiva. No hay democracia sostenible sin demócratas comprometidos.

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