El mito de la fuga de capitales
El relato sobre una supuesta fuga de capitales que estaría afectando a Chile resulta simple y, por ello, seductor. Sin embargo, es profundamente equivocado. Su lógica es la siguiente: Chile impone trabas a la inversión —impuestos, permisología y regulaciones laborales—, por lo que las empresas se van y los inversionistas extranjeros eligen otros destinos. El problema es que los datos desmienten este diagnóstico.
Recientemente, se dio a conocer la noticia de que la salida de capitales desde Chile alcanzó los US$ 161.000 millones en 2024. Ese dato es incorrecto, como lo demuestran los registros del Banco Central. Si fuera cierto, estaríamos frente a la peor crisis financiera jamás vista: mucho peor que la de Argentina 2001-2002. La cifra real es de aproximadamente US$ 35.000 millones, es decir, cerca de una quinta parte del número señalado antes.
Chile atrae de manera sistemática más capital del que expulsa vía Inversión Extranjera Directa (IED). Desde 2003, el ingreso neto promedio anual supera los US$ 6.000 millones. La conclusión correcta, entonces, es que Chile sigue siendo altamente atractivo para invertir capital foráneo directamente en la producción chilena, lo que desarma el relato de una fuga generalizada por las razones mencionadas arriba.
Por otro lado, la salida de IED —empresas chilenas invirtiendo en el exterior— no implica baja competitividad de nuestro país. Cuando Cencosud adquiere una cadena en Perú, no refleja una economía chilena en crisis, sino la capacidad de expansión de una empresa sólida. Así como las firmas de países desarrollados invierten en mercados emergentes, lo mismo ocurre desde economías intermedias como la chilena.
Otro componente clave son las utilidades remitidas al exterior por filiales de empresas extranjeras. En un país abierto, con libertad de movimientos de capital y alta rentabilidad exportadora, es natural que las empresas que invirtieron en Chile retiren ganancias. Esta transferencia de rentas es reflejo del éxito de sus operaciones en Chile. El hecho de que fluctúan fuertemente en el tiempo responde al tipo de cambio, el precio del cobre, los ciclos económicos y decisiones corporativas.
Finalmente, están las inversiones de cartera: colocaciones de personas o empresas en acciones, fondos u otros instrumentos financieros. Dado el débil sistema previsional estatal, hay altos incentivos para que los ahorros individuales se canalicen hacia inversiones financieras. Y frente a la volatilidad del precio del cobre y del tipo de cambio, la diversificación internacional es un comportamiento racional. Si además existen beneficios tributarios asociados, es esperable que muchos los aprovechen.
En síntesis, estos flujos de capital responden a características estructurales de la economía chilena, no a coyunturas políticas. De hecho, cuando al país le va bien, suele haber mayor flujo de capital hacia fuera. No son síntomas de debilidad, sino señales de una economía abierta y funcional.
*El autor de la columna es director del Instituto de Geografía UC e investigador del Núcleo Milenio Impactos de China en Latinoamérica
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