El queque milagroso



Por Rolf Lüders, economista

Durante las elecciones tuve la oportunidad de seguir las numerosas entrevistas que los periodistas le hacían a un buen número de los electores. Me llamó poderosamente la atención que, con respecto a la nueva Constitución, la inmensa mayoría de los primeros esperaban que pronto ella se tradujera en menor violencia, en más libertad, en menores desigualdades, en un país más próspero, y en mejoras sustanciales en las pensiones, la educación, la salud y la vivienda. No parecía haber consciencia alguna de las posibles contradicciones entre algunos de esos fines, ni de las restricciones presupuestarias que enfrenta el país.

Pues bien, implícito en las citadas esperanzas hay una significativa redistribución de la riqueza y/o los ingresos, la que tiende a ser contradictoria con las expectativas de prosperidad y de aumento de los grados de libertad individual.

Es cierto que una distribución de las rentas considerada justa genera paz social y contribuye así al crecimiento. Lo óptimo social probablemente sea entonces redistribuir lo necesario para mantener dicha paz. De allí en adelante, la redistribución termina por perjudicar a los que se quiere beneficiar. Por los incentivos afectados, un mayor grado de redistribución se tiende a pagar con menor crecimiento, con más pobreza y con menos libertad. Al respecto, Friedman decía que si antepones la igualdad a la libertad, no tendrás ninguna de las dos. Para verificar esto basta con comparar, por ejemplo, el desarrollo de Cuba y Venezuela (en que unos pocos -la elite gobernante- tienen un altísimo estándar de vida y el resto vive en la pobreza), con aquellos de Nueva Zelanda y Chile.

Incluso más que lo anterior, me sorprendió que los entrevistados no dieran señal alguna de que estuvieran conscientes de las restricciones presupuestarias que enfrenta el país. Me dio la sensación de que la mayoría de los mencionados -y creo que esto es cierto para una buena parte del resto de los ciudadanos- siente que se puede aumentar el gasto social nacional sin necesidad de recortar otros gastos. Esta noción es probablemente el producto de un discurso que ha calado hondo y que sostiene que en Chile hay mucha riqueza, por lo que lo único que falta por hacer es redistribuirla. El reparto de los fondos de pensiones -que en parte se tradujo en una descapitalización del país- no fue percibido como tal, sino como una confirmación de que en el país había plata.

Es como si por arte de magia los recursos disponibles en el país fuesen, como dice el refrán americano, un queque que se puede comer y simultáneamente mantener incólume. Esta curiosa -y por supuesto muy errónea- percepción, explicaría entonces por qué la oposición siempre encuentra insuficientes los programas de ayuda del Estado, incluyendo aquel recién ingresado al Congreso.

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