
¡Hurra! Un gobierno feminista

Por Diana Aurenque, directora del Departamento de Filosofía, U. de Santiago
Ayer 11 de marzo de 2022 quedará en la memoria para muchos y, especialmente, para muchas, como un día histórico: no solo termina (at last!) el mandato de Sebastián Piñera y asume Gabriel Boric, sino que se inicia un gobierno que se declara abiertamente feminista. Por lo inédito del énfasis surgen, empero, temores: “¿Será que Boric no quiere ser un Presidente para todos los chilenos?”; “¿Tendremos un Presidente “feminista”? “¿Uno que privilegie intereses identitarios por sobre los de la mayoría?” -se preguntan algunos.
Nada más errado.
Partiendo por señalar que Boric no se autodenomina “feminista” (probablemente, y a lo sumo, de “aliado”), sino que el adjetivo va asociado a su gobierno. Pero, ¿qué significa un gobierno feminista? ¿Uno administrado fundamentalmente por mujeres?
Pese a que en la cartera de los nuevos ministerios efectivamente predominan, y también de forma histórica, mujeres, el sello feminista de su gobierno parece querer ir más allá de su mera adición cuantitiva.
Boric no solo aumenta significativamente el número de mujeres encomendadas en las tareas de gobernanza nacional -un hecho ya de tremenda relevancia-, sino que además trasladó el Ministerio de la Mujer a La Moneda -es decir, lo ubica en el centro mismo de las decisiones políticas.
Esta decisión, que no estaba mencionada en su programa, demuestra una clara voluntad de que su gobierno no replique errores del pasado ni invite a errores en el futuro cuando se trata de incluir la perspectiva feminista. Porque con la instalación del Ministerio de la Mujer en el Palacio de Gobierno, el Presidente rechaza seguir comprendiendo los “temas de las mujeres” como agregados, apéndices anexados a los grandes temas de la política -como se ha entendido durante tanto tiempo.
El mensaje no puede ser más claro en contenido literal y simbólico: no más comprender el lugar de las mujeres a un “costado”, “al lado”, de los asuntos políticos y de relevancia para el entramado social.
No. La mujer no es más “costilla” -ni del hombre, ni de los gobernantes.
Pero, para quienes temen, no se confundan. Dejar de ser “costado” tampoco significa convertirse en “centro”. Costado no tiene antónimo -y Boric lo sabe. Se trata más bien de proporcionar un lugar y saldar una deuda pendiente; de incluir la posibilidad de que las mujeres, no solo las ministras designadas, sino que, a partir de su ejemplo, su impronta se expanda análogamente como una nueva socio-localización de todas las mujeres.
A poder ser parte (también aquí, at last!) de una nueva narrativa simbólica y de prácticas que genuinamente reescriban una política y una realidad cultural renovada, parece invitar su gobierno; uno que no se atrinchera con luchas identitarias, como si las mujeres “solo” pudiésemos tener esos propósitos, sino reconocer y fomentar nuestra presencia transversal -silenciada o marginada por siglos- en todo ámbito del entramado social.
¡Hurra! Al gobierno feminista.
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