¿La alegría ya viene?



Por Álvaro Pezoa, ingeniero Comercial y doctor en Filosofía

“La alegría ya viene” rezaba la letra de una emblemática canción de la propaganda del “no” para el plebiscito de 1988. Treinta y dos años después, a juzgar por las celebraciones, parece ser que ella habría llegado para muchos compatriotas la noche del pasado domingo. En especial, considerando las esperanzas que han depositado en la redacción de una nueva Constitución. De hecho, aunque se dan diversas explicaciones al holgado triunfo de la alternativa Apruebo en el reciente acto electoral, una de las poderosas razones que subyace a ese resultado se sustenta en los sueños que la ciudadanía ha asociado a la apertura del proceso de confección para la Carta Magna aludida. Se trata de altas expectativas, bien concretas, que han sido sembradas entre la población. Se han alimentado en ella todos los anhelos asociados a sus múltiples necesidades, además con propuestas gratuitas o de bajo costo personal. Ya se sabe: mejores pensiones, salud oportuna, educación de calidad, vivienda digna, seguridad, más empleo y otros. Paralelamente, no se le ha explicado que el proceso tomará tiempo y, menos, que el estatuto jurídico mencionado no aborda ni soluciona directamente ninguna de las materias prometidas. El escollo que este escenario plantea es obvio, ahora corresponde satisfacer la generosa oferta y ¡pronto!

La clase política, particularmente desde los poderes Ejecutivo y Legislativo, tendrá que ingeniarse para avanzar desde ya en las reformas sociales que permitan mostrar avances sustantivos en los ámbitos que realmente importan a la sociedad. Habrá de compaginar esta ardua tarea con el complejo trabajo que deberá desplegar la convención constitucional, para acordar un cuerpo jurídico que pueda ser ratificado por votación popular. De no lograr sortear con relativo éxito esta exigente prueba, la frustración popular que eventualmente pueda generar un cúmulo de promesas incumplidas comporta un severo riesgo de desestabilización, dando cabida a la posibilidad de que se genere una crisis social tanto o más profunda que la que recientemente ha estado experimentando la nación. En consecuencia, pesa una gravísima obligación sobre los principales actores políticos. Al respecto, aparte de los recursos requeridos, la dificultad radica en que, en general, aquellos no han mostrado -hasta el momento- ser singularmente responsables ni efectivos a la hora de ejercer sus atribuciones públicas. ¿Por qué habrían de serlo en el futuro próximo?, ¿qué ha cambiado para esperar soluciones de quienes, más bien, han sido parte del problema?

Sin duda, resulta siempre tentador seguir el camino de augurar a otros una felicidad cuasi mágica, en el afán de contar, para proyectos propios, con voluntades ajenas. No obstante, la historia enseña que suele ser similarmente habitual que se defraude el encantamiento inicial. ¿Cuál será el desenlace del derrotero que Chile ha comenzado el fin de semana? Está por verse. Entretanto, un cierto grado de escepticismo realista sería recomendable.

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