Los amnésicos



Por Jorge Burgos, abogado

No tengo dudas que cuando el editor -hace ya algo más de tres años- me extendió la atractiva y desafiante invitación de escribir columnas quincenales, no tenía en vista incursionara en algo parecido a una especie de crítico literario amateur. Aun a riesgo de terminar mereciendo una especie de tarjeta amarilla por intentar un género que me es ignoto, me atrevo a insistir. La cuarentena bien cumplida, que tiene harto de la cautelar denominada arresto domiciliario, mal que mal la circulación irresponsable tiene bastante de “peligro para la sociedad”, otorga más tiempo para el sano hábito de la lectura.

Hace poco termino de leer de Geraldine Schwarz “Los amnésicos. Historia de una familia europea”, en ella la autora se introduce de manera notable en una investigación que describe, con fundamento, la forma y modo en que el pueblo alemán transitó de una dictadura oprobiosa a la democracia. Y lo hace a partir de su propia historia familiar, cuando descubre que su abuelo compró, a precio irrisorio, la empresa de una familia judía, amparándose en la legalidad nazi. Las culpas colectivas, en diversos países de la Europa continental, las aceptaciones silenciosas, son tratadas magistralmente en el libro aludido. Para entusiasmar a los eventuales lectores, me permito citar un párrafo que refleja el sentido final del libro “nosotros los europeos venimos de lejos. Nuestras memorias y nuestros sueños están divididos, a veces son contradictorios. Pero, en esa diversidad, existe un denominador común: la experiencia del totalitarismo, que aplasta la identidad de las personas que las aterroriza, las tortura, las ciega, las manipula para fabricar un ejército de clones al servicio de la locura mortífera de una idea”. Se trata de un descarnado análisis de los efectos letales del oportunismo, del conformismo.

Cuando presenciamos el surgimiento de nacionalismos, de intentos de marcar superioridad a partir del color de la piel, tal vez sea más oportuno que nunca recordar la historia reciente.

En lo que va quedando de estas líneas vuelvo a la dura cotidianidad por la que vamos pasando. No olvido que hace quince días manifestaba mi esperanza que el llamado a un acuerdo económico-social, bien recibido por casi todos los partidos, cayera en tierra fértil. Al momento de cerrar este artículo, la esperanza aún no se concreta, tampoco se ha frustrado. No tengo duda que los negociadores están de buena fe, tanto el ministro Briones, cuando pide distinguir y distribuir entre la urgencia de hoy y en las bases para una futura reactivación, como los parlamentarios de oposición que negocian, cuando piden centrarse con preferencia en el Ingreso Familiar de Emergencia. La intervención de un amplio espectro de economistas connotados debe ayudar a que con la mayor brevedad nos den una buena noticia, tan escasas en estos días.

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