Ojo con la letra chica del FES
En un contexto político difícil, el Senado inició ayer las audiencias públicas sobre el FES, proyecto que busca reorganizar el CAE y reemplazarlo con una forma de impuesto a los graduados. Los presentadores fueron fundamentalmente rectores de universidades y expertos nacionales y extranjeros. Aunque uno debe admirar la capacidad del Mineduc de hacer de tripas corazón, la opinión sobre el proyecto fue negativa y lapidaria. Obviamente no es todo malo, pero al revés de lo que intenta instalar el ministro Cataldo, la conclusión general es que el FES no es un buen sistema y no cumple con las condiciones para ser aprobado.
Lo que mantiene en pie la tramitación es la promesa de modificar el diseño de forma sustancial. Pero cuesta creer, porque a la fecha esta voluntad no se ha reflejado en cambios concretos. Tampoco se puede obviar que el subsecretario dijo repetidas veces en la Cámara de Diputados que no estaban disponibles para cambios sustanciales al diseño del FES, si no solamente “paramétricos”. Lo cierto es que no estamos pisando tierra firme, aunque nuestra chilena y atávica tendencia a no decir las cosas de frente sigue primando en la discusión. La conclusión del seminario es que el CAE debe reemplazarse por un crédito contingente al ingreso.
¿Puede convertirse el FES es un crédito contingente al ingreso? La respuesta es no, a menos que sea totalmente sustituido por otro proyecto. Veamos.
El FES no es ni puede ser un crédito. La razón es muy simple: no hay una deuda. La obligación que adquieren los estudiantes beneficiados es a pagar un impuesto a la renta adicional por un plazo de tiempo. No hay tope máximo en lo que un estudiante beneficiado deba pagar. Podría ser 10 veces el valor de su carrera, o más, como también podría ser menos, pues depende de sus ingresos formales. Mientras siga habiendo este sistema de reparto, o de “deuda colectiva” (sic) como se dijo en el seminario, el FES seguirá siendo un impuesto a los graduados, diseño que no se aplica en ninguna parte del mundo, y no un crédito.
Y aquí hay otro punto clave, que fue el que hizo ver el Consejo Fiscal Autónomo, y confirmó la Contraloría General de la República. Solo si el FES se convierte en un crédito, con un monto conocido a devolver y relacionado con el gasto en que incurre el que presta, es posible hacer la treta contable de considerar el gasto en aranceles como inversión. El esfuerzo del gobierno por no admitir este hecho tan obvio y la escandalera de los diputados oficialistas por el dictamen de la Contraloría es la muestra más clara de que no tienen disposición real a convertir el FES en un crédito. Los senadores deben estar especialmente atentos a los juegos de sombras que probablemente seguirá haciendo el Mineduc para esconder este simple hecho. En efecto, cuando usted oiga “¡el FES ya es prácticamente un crédito!” en la voz del oficialismo, ojo con la letra chica.
¿Y el copago? Si uno sigue las declaraciones de las autoridades, pareciera que ya no es un problema: se entendió que el sistema de educación superior requiere mantener el aporte privado de las familias, tanto para sustentar su operación como para mantener la necesaria autonomía institucional. Pero hay que ver antes de creer, pues habrá letra chica. Lo que se requiere para mantener la salud financiera y la autonomía universitaria es que no haya fijación de precios. Por lo tanto, dos cambios copulativos son fundamentales: debe disminuirse el aporte fiscal por estudiante (con un arancel de referencia menor que el de la gratuidad) y permitirse el copago libre, sin los topes que tiene la gratuidad. Esto evita la dependencia excesiva de las universidades del Estado (y alivia la carga fiscal que implica sostener con dinero público la totalidad del sistema de educación superior) y asegura la autonomía financiera. Nuevamente, si usted oye “¡lo del copago está resuelto!”, ojo con la letra chica.
Por Daniel Rodríguez Morales, director ejecutivo de Acción Educar
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