Primera Dama, un cargo que ya no va con los tiempos

Debido a que la ciudadanía cada vez aprecia más la despersonalización de los cargos de Estado, y que a estos se acceda por mérito o por elección popular, la institución de la “Primera Dama” debería ser reformulada por completo.



La decisión de Irina Karamanos -la pareja del Presidente electo Gabriel Boric- de asumir el cargo de Primera Dama generó desconcierto dentro de algunos núcleos del mundo feminista, considerando que el propio Boric había manifestado tiempo atrás que el cargo debería ser suprimido, en tanto que Karamanos había puesto en duda asumir dicha posición. Según ha explicado, decidió tomar este rol con el fin de reformularlo, sin que haya entregado mayores detalles al respecto.

La controversia en torno al cargo ha permitido volver a preguntarse por la pertinencia de este rol, el cual existe desde los inicios de la República, y que tradicionalmente ha recaído en mujeres, en virtud de ser cónyuges del Presidente de la República. Durante mucho tiempo las funciones fueron fundamentalmente protocolares o de acompañamiento al Jefe de Estado; con el tiempo también se fueron añadiendo labores sociales, que con el paso de las décadas terminaron cristalizando en una serie de fundaciones. Con el fin de brindarle una institucionalidad a esta labor benéfica, a comienzos de los años 90 se creó la Dirección Sociocultural de la Presidencia de la República, cargo que por defecto recayó en las primeras damas -salvo en el caso de la presidencia de Michelle Bachelet, por no tener cónyuge-, y que actualmente tiene a su cargo siete fundaciones, con personal propio.

Si bien el rol de la Primera Dama fue valorado como una tradición importante, no hay duda de que en los tiempos actuales dicho cargo aparece a contracorriente de cómo se debe entender esta función a la luz de los códigos culturales de hoy, por lo que es el momento de repensar completamente esta institucionalidad. Desde luego, resulta fundamental evitar que los roles en la sociedad aparezcan estigmatizados, y en tal sentido mantener en pie la figura de la “Primera Dama” como una suerte de cargo institucional asociado tradicionalmente a la mujer ya resulta extraño, en circunstancias que también debería resultar natural hablar de un “Primer Caballero”. Ya es común que en democracias desarrolladas los cónyuges o parejas de los mandatarios sigan adelante con sus carreras profesionales o en sus quehaceres domésticos, sin que deban cargar con rótulos especiales o que se vean forzados a asumir un determinado cargo.

Pero hay razones todavía más de fondo para pensar en su reemplazo, considerando que la sociedad valora cada vez más que a los cargos públicos se acceda por mérito profesional o en virtud de haber sido electos en votaciones. Ocupar un cargo del Estado de alta relevancia porque es una “tradición”, sin que nadie haya votado para su elección, ya no hace sentido, sobre todo cuando hay en trámite legislaciones para acabar con las prácticas de nepotismo en los altos cargos del Estado. En el caso del cargo de la “Primera Dama”, el rol no es meramente simbólico, sino que maneja un presupuesto público considerable, por lo que no se ve por qué este rol no debería ser también profesionalizado.

Ahora que parece haber piso para hacer cambios en esta institucionalidad, parece fundamental separar lo que toca al manejo de las fundaciones y presupuesto que maneja la Dirección Sociocultural -funciones que bien podrían ser asumidas por alguien que ejerza profesionalmente dicho rol, o bien ser redireccionadas a distintos ministerios-, del rol protocolar que ha de desempeñar el hombre o mujer que acompañe al mandatario en su calidad de cónyuge o pareja, un papel que debería quedar establecido con sus competencias claras, y que va en sintonía con lo que ocurre en las democracias más desarrolladas. Ahorraría también las eventuales complicaciones que podrían surgir de mandatarios que vivan en soltería o que convivan -en este caso, existe mayor probabilidad de que puedan cambiar de pareja durante el mandato-, haciendo de esta manera que su estado civil sea irrelevante desde el punto de vista de las responsabilidades de Estado, lo que es sano.

Siendo pertinentes estos cambios, resulta en todo caso poco atendible la razón que ha entregado la pareja del Presidente electo para justificar su asunción en el cargo de Primera Dama, parecer que también comparte Boric. Para modificar una determinada institucionalidad no se requiere entrar a desempeñarse en ella, y es legítimo preguntarse hasta dónde podrá existir suficiente independencia y voluntad de reformular el cargo una vez que se está haciendo ejercicio del mismo, con todos sus privilegios asociados.

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