Punto de partida
A una semana del plebiscito y a un año del 18 de octubre, hoy parece un buen día para detenerse a pensar sobre este último año y los desafíos que tenemos como país. ¿Qué estalló el 18 de octubre? Es difícil responder esta pregunta considerando únicamente los acontecimientos. La violencia y la pandemia son dos factores distorsionadores, que impiden ver con claridad el substrato que da vida al estallido. A ello se suma lo amorfo de este malestar, que se manifiesta en su transversalidad política, etaria y social.
La encuesta Elsoc, cuyo trabajo de campo se realizó entre noviembre y febrero, nos muestra que el nivel de malestar en la población aumentó significativamente en 2019. Según esta, cerca de un tercio de las personas participó de las manifestaciones en 2019, mostrando un incremento superior al 50% respecto del año anterior. Este dato es sumamente importante, pues significa que dos tercios de los ciudadanos no participó de las manifestaciones. De ahí el extremo cuidado que se debe tener a la hora de interpretar los movimientos sociales y extrapolar ese malestar al resto de la ciudadanía silenciosa (algo que los políticos suelen olvidar cuando les conviene). Esto es especialmente delicado, cuando se observa que hay grupos que están sobrerrepresentados y otros subrepresentados. La encuesta encuentra alta heterogeneidad entre los participantes en las manifestaciones, pero encuentra una significativa mayor concentración de jóvenes con estudios superiores. La democracia, a diferencia del populismo, se legitima en las urnas y no en las calles, por la sencilla razón de que el acceso a estas últimas es tremendamente desigual, no así las urnas. Este aspecto esencial de la democracia se ha venido debilitando en el tiempo, siendo hoy más rentable marchar que votar.
El dato tal vez más relevante de la encuesta tiene relación con la rabia. La gran mayoría de quienes participaron frecuentemente en 2019 de alguna manifestación sentía mucha rabia por el nivel de desigualdad económica y por el costo de la vida en el país. Hasta ahí nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, estos solo representan una fracción menor de todos los que sienten mucha rabia. Cerca del 90 por ciento de los encuestados siente mucha rabia y la gran mayoría de estos no participó de las manifestaciones.
Esto sin duda es sumamente preocupante. Que la gran mayoría del país tenga mucha rabia y que sea transversal en rango etario, posición política y socioeconómica nos muestra la profundidad del problema. El estallido social no denota una polarización de la población, no se deja interpretar como la clásica lucha de clases; más bien devela el hastío generalizado hacia una clase política, que ha fracasado en responder a las demandas de la ciudadanía que producto del desarrollo social del país se han vuelto universales.
El plebiscito de la próxima semana fue la respuesta que nos ofreció la clase política ante el estallido social. Una jugada magistral, pues busca desviar la atención de nuestro principal problema, a saber, nuestra clase política, en particular, el Congreso y los partidos políticos. ¿Logrará una nueva Constitución resolver este conflicto? No; esto es tarea de la política y no de la Constitución. Pero la redacción de una nueva Constitución nos ofrece un punto de partida y, en este momento cuando la democracia está en crisis, un punto de partida no es poco, es bastante.