Quintana y la utilidad de la violencia

Jaime Quintana


Por Sergio Muñoz Riveros, analista político

Al referirse al acuerdo del 15 de noviembre de 2019, Jaime Quintana declaró a LT el sábado 16: “Sin estallido no hubiese ocurrido nada de lo que ocurrió en el acuerdo”. El periodista le preguntó si eso incluía la violencia. Y él respondió: “Yo no la comparto, pero la violencia generó temor en la población y también en actores políticos y en las instituciones también, negarlo es un error cultural. Pero la violencia hizo lo suyo, sin justificarla”. Se trata de una confesión descarada sobre la capitalización del vandalismo para imponer el reemplazo de la Constitución vigente por algo que todavía no conocemos. Pudorosamente, Quintana dice que no comparte la violencia, que no la justifica, pero reconoce su eficacia para generar temor, e indirectamente su utilidad política. ¡Qué tiempos éstos, en que la banalidad hasta se da aires!

“La violencia, por supuesto que generó condiciones para el acuerdo. Pero la violencia por sí sola no podía mover la aguja”, dijo Quintana. Hacían falta, cómo no, políticos desinhibidos en noviembre de 2019, como los parlamentarios que embaucaron a Gonzalo Blumel, entonces ministro del Interior, con el cuento de que la llave de la paz en Chile era reemplazar la Constitución, lo que incluyó hacer creer a Sebastián Piñera que le estaban ofreciendo un nuevo texto que llevaría su firma. Han pasado dos años desde aquella negociación presionada por los constitucionalistas de Plaza Italia, y su resultado está a la vista: el país se encuentra en medio de un pantano constitucional. Elegiremos Presidente de la República y parlamentarios en pocos días más, y no sabemos cuánto durará su mandato.

La historia de este período reservará un lugar poco honroso para quienes, a la cabeza del Senado y la Cámara, avalaron la creación de un segundo parlamento, al que le regalaron la potestad constitucional del Congreso. Quintana no defendió las atribuciones históricas del Congreso, y luego, para disimular, proclamó el “parlamentarismo de facto”, la variante populista que ha socavado las bases de la democracia representativa. ¿Soluciones de facto? ¿Qué puede decirse sobre las implicancias de tanta inconciencia?

La más grave manifestación de deslealtad hacia la democracia ha sido, sin duda, la condescendencia oportunista con el bandidaje y la delincuencia con rostro “social”. En los hechos, los líderes opositores convirtieron en aliados políticos a los activistas de la destrucción y el pillaje. Les sirvieron hasta ahora, pero ni se imaginan los cuervos que han criado.

La miopía política puede acarrear nuevas calamidades a nuestro país. Lo demuestran los demagogos que, desde sus cargos parlamentarios bien pagados, alientan el desvarío de los que creen en la “capacidad transformadora” de la revuelta y la molotov. Como si la historia no hubiera enseñado nada, en el mundo de la izquierda sigue viva la propensión a sembrar vientos.

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