Respirador mecánico


Dos ideas recorren los fenómenos que el país viene experimentando desde hace más de un año: todo lo que estamos destruyendo no tiene mucho valor porque, en su esencia, forma parte del legado de la dictadura; además, tampoco importa, ya que en el proceso constituyente podremos reparar y rehacer todo de nuevo: las instituciones, el Estado de Derecho, el orden público, el modelo de desarrollo, las bases de nuestra convivencia.

Cómo una sociedad pudo llegar a la convicción de que 30 años de su historia reciente fueron una simple impostura, un pie forzado, un error en el camino que sería imprescindible enmendar. Cómo un sector relevante de esa sociedad se convenció de que la forma de resolver sus problemas pasaba por debilitar las instituciones, por abjurar de las reglas del juego y normalizar su transgresión. Seguramente, porque fue seducida por la idea de que un rito fundacional -hacer una nueva Constitución- permitiría luego desactivar sin grandes dificultades esas lógicas de violencia y destrucción.

Esta semana dimos dos nuevos pasos: la autoridad presidencial quedó definitivamente subordinada al parlamentarismo de facto, sometida a una fronda que desde ahora tiene el campo libre para gobernar vía reformas a la Constitución. En paralelo, el tribunal encargado de velar por el respeto a la Constitución notificó al país que su nueva tarea es preocuparse de las urgencias de la ciudadanía, es decir, la misma función política para la cual esa ciudadanía escoge un gobierno y un Congreso. Fue la forma que tuvo el Tribunal Constitucional de aclarar al país que de verdad opera como una “tercera cámara”, algo que hace un tiempo ya había reconocido su actual presidenta.

La constatación de estos deslindes terminó siendo tan perturbadora que la propia mesa del Senado se abrió a ofrecer una tregua a la autoridad presidencial, algo que no estaba en los cálculos de nadie y que solo vino a explicitar la profundidad del deterioro político vivido en el último tiempo. Es, sin duda, un gesto noble, que puede dar lugar a medidas sensatas en medio de la crisis, y que devela la preocupación de al menos un sector opositor respecto de las implicaciones de lo que el país enfrenta. Con todo, la gran interrogante que este gesto instala es si los otros actores de la oposición -esos que desde el estallido social ven con entusiasmo la caída del actual gobierno- estarán disponibles para sumarse a una iniciativa que, inevitablemente, repone al actual gobierno y al Presidente de la República como autoridades legítimas.

¿Tendrá la actual jefatura del Senado la fuerza y el respaldo del conjunto, o al menos de la mayoría opositora, como para dar viabilidad política a esta nueva apuesta? El gobierno fue esta semana conectado por Yasna Provoste a un respirador mecánico. Lo que queda por saber es cuántos en la oposición estarán dispuestos a apoyar y a jugarse por este salvataje.

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