Opinión

Retiremos los libros

Ya conocemos las dos candidaturas que competirán en la segunda vuelta presidencial de diciembre. El resultado confirma lo que anticipaba la Encuesta de Opinión Pública del Comparative National Elections Project (CNEP) 2025: un país más polarizado, con enojo, desconfianza hacia quienes piensan distinto y dudas del funcionamiento de la democracia. En un escenario así, el populismo crece. Nada bueno puede surgir si no trabajamos deliberadamente para corregirlo.

En este ambiente, es preocupante escuchar propuestas como “retirar los libros que son ajenos al alma nacional”. Surge entonces una pregunta inevitable: ¿Quién define qué representa o no el “alma” de un país? Es razonable exigir una adecuada curatoría en el material infantil, pero muy distinto es abrir la puerta a la censura. Ray Bradbury lo retrató en Fahrenheit 451: una sociedad que quema libros para preservar una supuesta pureza. Es ficción distópica, pero la historia nos enseñó —hace apenas un siglo— que la realidad puede ser incluso más siniestra. Sabemos lo que viene después.

La libre competencia de ideas es el antídoto natural contra la censura y el fundamento de la deliberación democrática. Ni la cancelación de perspectivas distintas ni la negación de hechos permiten construir acuerdos sobre la vida en común. Hasta hace poco más de 200 años, la historia de la humanidad estuvo marcada por la opresión, la arbitrariedad y la ausencia de libertades individuales. Hemos avanzado demasiado como para retroceder. La libertad de expresión es el pilar de la democracia, y la lectura —que se masificó con la imprenta, reduciendo la mediación religiosa— abrió paso al pensamiento crítico y a la autonomía individual. A partir de ese momento, el mundo cambió para siempre.

A casi un cuarto del siglo XXI, las palabras de Tocqueville sobre la democracia siguen vigentes, en particular, cómo igualar libertad e igualdad. Para ello: (i) participación ciudadana activa; (ii) libertad de asociación; y (iii) libertad de prensa para, contrapesar el poder del gobierno y evitar el conformismo. Ninguna de estas condiciones prospera sin ciudadanos que lean, analicen y dialoguen.

Aquí el mundo empresarial tiene un rol central. Las empresas —quizás la comunidad donde más tiempo compartimos— son el espacio donde mejor se expresan los valores democráticos. ¿Cuánto hacemos para que sus trabajadores sean ciudadanos comprometidos con el bien común? ¿Cuánto fomentamos la reflexión, el debate informado y la lectura? Los libros nos permiten conocer mundos y voces distintas, desarrollar empatía y aprender a dialogar con quienes piensan distinto. Solo así es posible construir acuerdos y afectos, y por tanto confianza, ingrediente clave para crear valor.

Hoy abundan ejemplos de autocracias que llegan al poder por la vía democrática, pero que luego modifican las reglas para perpetuarse en el poder, erosionando libertades y derechos. La lección es clara.

Defendamos nuestra democracia en todos los espacios: familia, trabajo, amigos, estudios, y también en la vía pública. Las sociedades avanzan cuando logran acuerdos. Cuando se polarizan, la violencia está a un paso. Y con ella solo hay destrucción, para nosotros, nuestros hijos y nietos. Desde las empresas podemos hacer mucho.

*El autor de la columna es profesor adjunto de Ingeniería Industrial en la Universidad de Chile y managing partner en CIS Consultores

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