Un naufragio impensable



El "Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución" se firmó solemnemente una madrugada, hace ya más de un mes (15 noviembre). Un extendido respiro de alivio recibió aquella imagen de nuestra vituperada clase política, cansada pero feliz, compartiendo el arribo a un pacto, un camino posible, con costos y concesiones, con dosis de generosidad. Fue uno de los pocos momentos altos que ha podido exhibir nuestra política en los últimos meses, un soplo republicano, eso tan escaso que los ciudadanos esperan de ellos y para lo cual fueron elegidos. Casi cuando despuntaba el alba consiguieron sobreponer sus diferencias, presionados a ofrecer una salida a una explosión social que amenazaba con desmantelar el estado de derecho. Su oferta, lo sabemos, fue radical: una hoja en blanco, cuyo destino final es la tierra prometida; que incluye un éxodo del mundo que conocemos y, a no hacerse ilusiones, también una travesía por el desierto que será larga y fatigosa. Un todo inseparable, como ha sido siempre, desde los tiempos de Moisés.

Pero las cosas se han complicado. El acuerdo unánime dejó vacíos que serían llenados más adelante. La paridad de género, cuotas para pueblos indígenas e independientes son temas cuya formula de arreglo está siendo demoledora. Algunos, al parecer, están teniendo dudas sobre lo que firmaron esa madrugada de noviembre; y otro grupo, a no olvidar, nunca estuvo en el acuerdo original (me refiero al Partido Comunista y sectores del Frente Amplio), pero ahora quieren influir. La Cámara, tensionada al extremo, aprobó la reforma requerida pero no las cuotas. Y en un malabar legislativo, una comisión aprobó separadamente esas mismas cuotas. Todo muy confuso.

El tránsito por el desierto, por si alguien no lo ha advertido, ya comenzó. Dejando de lado los costos económicos, que pueden ser devastadores, la nueva Constitución, o lo que cada uno imagina de ella, está provocando fracturas en todos los sectores políticos, amenazando con un "big bang" descomunal.

En el oficialismo, la UDI, Evópoli y RN tienen posiciones divergentes respecto incluso a la necesidad de una nueva Constitución. La oposición, por su parte, se desgarra en recriminaciones fratricidas. Lo más grave, todo bajo un clima de funa y miedo que pone en riesgo la legitimidad del proceso completo.

El Senado, me entero, aprobó la reforma pero sin incluir cuotas, una solución improbable. Si finalmente no se alcanzara arreglo, si cae el pacto, estaremos ante la más formidable derrota de la clase política chilena desde el naufragio de 1973. El acuerdo era la solución, la única solución que ese mundo pudo acordar para la crisis. Nuestra política, en ese caso, tendría que aceptar que fue incapaz de representar la demanda social; peor aún, que fue incapaz de implementar su propio acuerdo. El problema es que ya no hay vuelta atrás, al frente está el desierto.

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