Una elección que reflejó los males de nuestro sistema político

La tortuosa forma en que logró elegirse la nueva mesa de la Cámara de Diputados ilustra los riesgos del “transfuguismo” y la atomización de partidos, haciendo urgente un cambio en nuestro sistema político.



El Partido Comunista (PC) finalmente logró ocupar la presidencia de la Cámara de Diputadas y Diputados, de la mano de Karol Cariola. Más allá del simbolismo que representa el hecho de que un militante de esta tienda por primera vez ocupe la testera -y que la propia Cariola haya dicho que con ello se termina un “veto anticomunista”-, esta elección tiene bastante menos épica de la que se pretende, y en cambio ha resumido a la perfección los males que aquejan a nuestro sistema político, donde con toda crudeza se han revelado los riesgos de la falta de disciplina parlamentaria, así como el peligro de que los acuerdos del Congreso queden supeditados a esta especie de tiranía que desde hace un tiempo ejercen grupos minoritarios.

Muy decidor de lo anterior es que la nueva mesa -que es una amalgama entre el PC, el PDG y la DC- logró imponerse por apenas un voto, revelando que esta elección terminó siendo decidida por un puñado de parlamentarios “díscolos”, independientes e integrantes de pequeños partidos, y no por las negociaciones directas entre grandes bloques políticos, que era la costumbre en estos casos.

Probablemente el caso más ominoso de indisciplina parlamentaria se vio esta vez en el diputado Gaspar Rivas, quien logró quedarse con una de las vicepresidencias, sin perjuicio de que también hubo un diputado que se ausentó de la sala porque ninguno de los dos bloques satisfizo su petitorio. Rivas decidió apoyar la carta comunista, a pesar de que su partido (PDG) no estaba por esa opción, lo que finalmente le valió ser expulsado de la colectividad. Rivas sostuvo que el Ejecutivo- en particular el ministro Secretario General de la Presidencia- le ofreció a cambio de su voto una de las vicepresidencias, versión que luego cambió, pero que bastó para que sectores de oposición recusaran a la mesa y presentaran una moción de censura, alegando injerencia indebida del Ejecutivo, la que se votará este lunes.

La existencia de estas figuras que aparecen dispuestas a entregar su voto al mejor postor, sin ninguna sustancia ideológica o de mínimas convicciones, daña profundamente la imagen del Congreso, pero además resiente fuertemente la estabilidad institucional, porque finalmente los acuerdos que puedan celebrar los principales partidos políticos pueden quedar críticamente supeditados a los caprichos de estos pequeños grupos, cuyo comportamiento resulta impredecible.

Por su parte, el lamentable rol que jugó el PDG, sin ninguna capacidad a estas alturas para poder asegurar certeza y disciplina de sus parlamentarios -tras la partida de Rivas quedó con una sola diputada-, ilustra las consecuencias que conlleva para la salud de nuestra democracia la proliferación excesiva de partidos, muchos de los cuales carecen de proyectos políticos representativos. Con una veintena de colectividades con representación parlamentaria, es fácil darse cuenta de los problemas de gobernabilidad y las dificultades para forjar acuerdos con tal nivel de atomización. Todo esto no hace más que reforzar la noción de que resulta urgente avanzar en reformas a nuestro sistema político, donde aspectos que habían sido consensuados en el último proceso constituyente, como un umbral mínimo de votos para tener representación parlamentaria o la pérdida del escaño en caso de renuncia al partido, serían un importante primer paso, pues previsiblemente desincentivarían el “transfuguismo” y permitirían aspirar a un sistema con menos partidos, pero más fuertes, lo que debería traducirse en mayores dosis de estabilidad.

Parte del debate que se ha dado esta semana también ha girado en torno a la procedencia de los ofrecimientos que hizo el Ejecutivo para captar votos en favor de Cariola. El llamado “pirquineo” es una práctica de uso habitual en el Congreso -algo que por lo demás se puede observar incluso en las democracias más desarrolladas-, y aunque estéticamente no siempre se vea bien ante la ciudadanía, es la forma que tienen los gobiernos para negociar acuerdos políticos con los parlamentarios. Si es que en este caso el Ejecutivo traspasó determinados límites -algo que hasta aquí no consta- deberán ser los propios parlamentarios los encargados de esclarecerlo, pero en todo caso lo que no se puede reprochar es que esta vez el gobierno procuró hacer una mayor conducción política, justamente lo que se critica le faltó en la elección del Senado, considerando que la mesa quedó en manos de la oposición. Es decir, se le critica por uno o por otro lado, lo que no deja de ser llamativo.

Resta ahora por despejar cómo se votará mañana la moción de censura que han presentado los partidos Republicano y Social Cristiano. Además de lo inaudito que resultaría desbancar a una mesa que lleva apenas una semana de constituida, sería un grave error que la oposición decidiera votar a favor una petición de este tipo. El hecho de que algunos denuncien que hubo una supuesta intervención indebida del Ejecutivo, no borra la legitimidad de su triunfo, pues la regla es que la presidencia la gana quien suma más apoyos. Si la oposición no fue capaz de organizarse mejor el día en que se votó la nueva mesa, y fruto de sus propios errores perdió esta oportunidad, el tratar de ganarla ahora por “secretaría”, aduciendo una censura sin mayor fundamentación, además de sentar un mal precedente para los procesos eleccionarios solo empeoraría el espectáculo que ya vimos esta semana, y sin duda crisparía mucho más el ambiente político.

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