Amor y revolución: La historia de amor que nació en una marcha




“Por esos días hermosos en los que Chile despertó, y en los que a nivel interno vivíamos un torbellino de emociones -entre la incertidumbre, la ansiedad y la dificultad de categorizar lo que sentíamos-, había también una necesidad profunda por entregar y recibir ternura y afecto. Ir a la plaza a exigir nuestros derechos y una vida digna nos había despertado de un letargo demasiado largo, pero junto al despertar había también temor y, en consecuencia, un instinto natural por congregarse y armar comunidad. ¿Cuántas veces sentimos las ganas de conversar con la persona que teníamos al lado por esos días? ¿Cuántas veces sentimos la necesidad de conocer e interactuar con nuestro vecino? Porque esos días sentimos que algo nos había devuelto el alma al cuerpo, estábamos vivos, sobre estimulados y ávidos por conocer, interactuar y marchar por nuestros ideales. Ese algo que nos había devuelto el alma era justamente el tejido social que se estaba configurando; habíamos pasado demasiado tiempo evitándonos, y al fin nos encontramos. Así, en ese contexto, conocí a Miguel.

Fue a finales de octubre del 2019, en esa época en la que pese a no tener claridad respecto a los posibles desenlaces, sentíamos que no quedaba otra más que ir a caminar, hacer presencia y mantenernos firmes por un cambio. Yo iba con mi papá, quien marchó a mi lado desde el principio, y con amigas, y él iba con sus compañeros de la universidad. Nos habíamos visto ya un par de veces, y habíamos cruzado miradas, pero no nos habíamos hablado. No estábamos ahí para pinchar, aunque todos los días sintiéramos que alguien se había llevado nuestro corazón en la plaza. Porque el amor y la revolución van de la mano, y es también una sensación propia de la juventud. Todas y todos se veían hermosos porque en el fondo estábamos todos con nuestras convicciones claras. Esa determinación es atractiva, y por un instinto casi visceral, llama la atención. Pero aun así, teníamos claros nuestros motivos por estar ahí. En familia, en grupo y en manada. Estábamos exigiendo nuestros derechos.

Pero en una ocasión nos encontramos en el mismo lugar. Él iba con pancartas y yo con una cacerola. Estábamos con mascarilla por los gases, pero reconocí sus ojos de una. Le pregunté entonces por qué venía. Y me dijo ‘por mi familia, quienes no pueden estar acá hoy”. Yo le dije que a veces me perdía en el por qué, pero que sentía que era lo único que podía hacer. A lo que él me respondió que a veces los grandes cambios se daban así, sin tener mucha claridad respecto al cómo ni el por qué, pero haciendo presencia. Habíamos estado en un estado de somnolencia permanente en el que la vida nos pasaba por encima, y estar ahí, pese al miedo y a la incertidumbre, era como un shot de dopamina natural dijimos. Desde ese día, decidimos marchar juntos y unir nuestros grupos. Así fue que mi papá y él rápidamente empezaron a hablar y supieron que los dos tocaban el piano. A la semana ya lo había invitado a nuestra casa para que tocaran juntos.

Han pasado dos años desde entonces y el lunes también marchamos lado a lado. Es curioso porque a veces decimos que nos conocimos marchando y esa efervescencia se mantiene hasta el día de hoy. Lo conocí protestando con amor, y seguimos en las mismas. Y a veces nos preguntamos si todo fue por estar ahí, romantizando las marchas y los ideales de lucha, porque quienes iban ciertamente lo sentían; eran días en los que se removían todas las emociones y una estaba mayormente sensible y susceptible. Pero fuera cual fuera la razón, la cosa es que nuestros caminos se cruzaron caminando en una plaza en la que, sea cual sea la visión o el color político, se hizo historia”.

Ali López (26) es cientista política.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.