El arte de meditar sin meditar




Lo vemos y escuchamos a diario: meditar es una práctica milenaria y milagrosa, que cuando la incorporas a tu vida diaria, solo te aporta bienestar. Concentra tu atención, aumenta tu conciencia, elimina el flujo de pensamientos rumiantes y le da un bálsamo a ese cuerpo nervioso en el que habitas. En el último par de siglos la meditación ha penetrado fuerte desde las culturas tradicionales de oriente hasta nuestra realidad occidental; sus beneficios a la salud mental y física han sido avalados hasta por la ciencia. Un estudio publicado por la Revista Biological Psychiatry, de hecho, comprobó científicamente que la meditación consciente puede cambiar el cerebro de las personas. Quienes practicaron frecuentemente la meditación en aquella muestra, presentaron “más actividad entre las partes de su cerebro que procesan las reacciones relacionadas al estrés”. No se diga más: incorporar la meditación puede mejorar considerablemente nuestra calidad de vida, bajar las revoluciones y acallar la intensidad de nuestra mente. El problema es ¿cómo? Porque a muchos, la sola idea de empezar esta práctica nos transporta a algo inalcanzable, a la imagen de un monje budista sonriente, casi levitando en medio de la bruma del alba, o la de una profesora de yoga estupenda en posición de loto sobre un paisaje natural. Los simples mortales, ansiosos, sedentarios, adictos sin remedio al café ¿cómo accedemos a esos estados meditativos si con suerte tenemos tiempo de comer tranquilos? ¿Qué pasa si no nos vemos capaces de sentarnos así de divinos a calmar nuestro cuerpo y mente? ¿Habrá alguna alternativa menos idílica de meditación que se adapte a nuestras realidad?

Es una duda recurrente con la que se encuentra la profesora de Mindfullness Daniela Fazio Montt en las charlas y clases de meditación que da para distintas instituciones. “Entiendo que hay gente que biológicamente es más inquieta, y que si bien presenta interés y está familiarizada con el concepto de meditación, le hace el quite. A veces también por miedo o desconocimiento te dicen de entrada “yo no me voy a poner a cantar Om”. Por esta misma razón es que Daniela, quien lleva más de 20 años practicando y aprendiendo del yoga y la meditación oriental, trabaja en sus clases con el mindfullnes, ya que le permite atravesar esa barrera en quienes buscan el bienestar pero sienten que la meditación es algo inalcanzable para ellos. Porque existen otras formas de meditar, afirma, desde cantar, caminar o bailar hasta emparejar calcetines. “El mindfullness se realiza en lo cotidiano, trayendo la atención plena a lo que se hace, en el presente, para ampliar mi conciencia. Si estoy caminando o haciéndole cariño a mi mascota, estar EN eso, apagar el piloto automático, cerrar todas las ventanas del computador y dejar la de aquí y ahora, ese es un estado de meditación” Finalmente, dice Daniela, meditar se trata de tener la experiencia de que uno no es sus pensamientos.Si puedo observar mis pensamientos significa que no soy mis pensamientos; situarse en ese observador es la meditación. Estar simplemente presente.”

No solo es cuestión de voluntad

La psicóloga, magíster en psicología clínica de la universidad de Barcelona, Marta Luzorro, advierte que esa dificultad para poner en práctica lo que sabemos que nos hace bien no tiene que ver con la mera voluntad, sino con el sistema en el que estamos insertos. “Vivimos tan exigidos por diversos mandatos, que nos es fácil caer en frustración o malestar al no poder cumplir con lo que nos dicen que debemos hacer para alcanzar el tan anhelado bienestar emocional. Considerando el malestar actual de la época de la inmediatez, no todos pueden acceder a un estado de conciencia plena mientras el mundo funciona a todo vapor alrededor. Actualmente, vivimos en la paradoja de habitar un mundo que habla sobre la importancia del bienestar emocional y la salud mental, mientras te encarga una multiplicidad de tareas y te instalan diversos mandatos sociales que cumplir. Podemos observar empresas, por ejemplo, que realizan espacios de autocuidado para practicar mindfulness, pero al mismo tiempo la estructura de la organización laboral exige al punto de agotar a sus trabajadores. Por lo mismo, creo que es importante concientizar que los discursos actuales en torno a la salud mental deben tener a la base cambios estructurales importantes y avanzar en líneas coherentes. Más que colectivizar métodos de bienestar, creo que es importante concentrarnos en la subjetividad de cada persona y qué es lo que funciona para cada uno dentro de su realidad”.

Para Marta, existen muchas alternativas a la meditación que pueden lograr un efecto similar, y que son más abarcables y realistas en relación a nuestra forma de vida. “Ya sea caminar, hacer deporte, hacer journaling, meditar o escuchar podcasts. Incluso también permitirse descansar. Independiente del método, el malestar de la sociedad actual está hablando y es importante escucharlo para hacernos cargo desde lo que nuestra realidad nos permita”.

Métodos alternativos a la meditación

En definitiva: aunque muchas personas luchen contra las formas clásicas de meditación, sus beneficios sí están disponibles para todos. Aquí, un listado de maneras cotidianas de encontrar paz basada en la experiencia de algunos “frustrados” de la meditación tradicional.

Journaling: Desde el último tiempo se ha acrecentado el interés por está práctica, que consiste en poder escribir en un cuaderno diversos pensamientos o realizar preguntas. “Escribir es una vía privilegiada para conectar con nosotros mismos, ya que es en el silencio entre el lápiz, el papel y tú, donde uno puede hablarse con honestidad. Lo ideal del journaling, es poder armar un espacio adecuado con un ambiente ideal que te permita conectar con algún olor, música o sensación que posibilite la escritura. Sin embargo, esto no es algo limitante para su realización, ya que independiente que sea en la mañana, en la tarde o por las noches, podemos sentarnos a escribir sobre algo”, dice Marta Luzorro.

Subir cerros: La vida adulta trajo para la psicóloga Agustina Bosio una dosis no menor de claustrofobia, cuenta; un agobio intenso por las tareas cotidianas, la maternidad y el trabajo que se le esta haciendo cuesta arriba. Un día simplemente salió a caminar para, de alguna manera, escapar de esa sensación de encierro. “En un principio salía por el barrio, hasta que un día se me ocurrió ir al Cerro San Cristóbal. Llevaba casi 20 años en Santiago y nunca lo había subido a pie. Cuando llegué a la virgen me puse feliz, descubrí que mientras estaba caminando podía dejar fluir mis pensamientos sin culpa y sin tener que detenerme a resolver algo que necesite de mi atención. Estaba pura y exclusivamente para mí y por mí. Solísima”. Algo que coincide con los objetivos de la meditación: “Durante el ascenso, me hice consciente de cómo cuando la exigencia física aumentaba, dejaba de pensar tonteras y automáticamente, me centraba en las señales de mi cuerpo, atenta y sensible a la necesidad de ese momento. Estaba en el presente más presente posible.”

Tareas domésticas: La periodista y librera Francisca Mancilla cuenta que, aunque lo ha intentado varias veces, nunca ha podido meditar porque es demasiado ansiosa. “Trato de estar con la mente en silencio y duro dos segundos. Una vez mi psicóloga me dijo que intentara hacer distintas tareas y que me enfocara solo en la tarea. No para distraerme, sino para acallar la mente. Al cambiar el concepto de meditación se me facilitó heavy: lavar la loza, hermanar calsetines, recortar. Ocupar las manos me quita el peso, porque para mí tener la mente quieta y el cuerpo quieto es demasiado. Lavar la loza para mí es lo máximo, siempre me ofrezco. Lavarme el pelo también y estar muy conciente de todos los pasos que estoy haciendo: el shampoo, el bálsamo, enjuagar. Me sirve para las crisis de ansiedad, son actividades donde mi cuerpo está ocupado pero no necesito la cabeza para pensar”.

Dibujar: El artista visual Javier Lewin tiene una técnica meditativa, que independiente de su oficio es aplicable para cualquier persona: dibujar, sin un plan establecido, sin saber para dónde vas. “Empiezo a tirar líneas muy suaves y de a poco comienzan a aparece cosas que me sugieren lo que podría venir luego y así, hasta terminar el dibujo... o más bien, hasta decidir parar, pues no hay nada reconocible en la imagen. Mientras hago este tipo de dibujo, creo que medito, pues puedo al tiempo de estar rayando con el bic sobre la superficie del papel, pensar en otras cosas, pajaronear, dejar que mi cabeza siga su propio camino, y que esto no se transforme en una distracción que ‘arruine’ lo que físicamente estoy haciendo”.

Tejer: “Cuando llevo unas semanas medio descabelladas de trabajo hago el ejercicio consciente de decir “ya, ahora voy a tejer, sin pantallas, solo música (o un podcast)”. Dice la socióloga Soledad González. “Infaliblemente llega la calma después de un ratito. Ahora estoy tejiendo una manta a crochet que consiste en tejer 18 círculos que se van uniendo. Es un proyecto largo pero relativamente sencillo, entretenido. Me resulta muy tranquilizador y satisfactorio hacer algo concreto”.

Nadar. El contacto con el agua y el nado son para Paulina Breschi una forma de meditación activa. “Al nadar, el peso de tu cuerpo se aliviana, liberando tensiones, y comienza un proceso fluido de respiración -inhalar por la boca y exhalar por la nariz- que requiere mucha concentración en el aquí y el ahora. Durante ese período, tu mente, cuerpo y alma solo están enfocados en ese ejercicio simple de respiración y en la coordinación de tus brazos y piernas para impulsar el agua -independientemente del tipo de nado: croll, espalda, mariposa, etc. Al sumergir mi cabeza en el agua, una profunda sensación de paz me invade. Es como entrar en otra dimensión: otra presión en tus oídos y otra profundidad del sonido, que te llevan solo a escuchar -en ese misterioso silencio que da el agua- el sonido de tu corazón”.

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