Erradicando a la machista: Mi hijo es un gran papá




Cada vez que veo interactuar a mi hijo con mis nietas, me sorprendo de lo buen papá que es. Tiene dos niñitas de 5 y 3 años y desde el día uno él se hace cargo de todo: las muda, les hace las leches, arma la mochila para llevarlas a cualquier parte. Incluso les hace los peinados que ellas quieren y aunque no sepa cómo hacerlos, busca tutoriales en YouTube hasta que las deja tal y como ellas le piden. También he visto que las niñas lo adoran y que, por ejemplo, cuando se caen, lo primero que gritan es papá.

Y con esto no quiero decir que mi nuera sea una mala madre, ella quizás es un poco más relajada de lo que yo fui cuando mis hijos eran chicos, pero no tengo ningún problema con ella. Solo que me sorprende lo cariñoso, preocupado y excelente padre que es mi hijo. Al principio incluso me preocupaba un poco, porque lo veía cansado y pensaba que entre el trabajo y las niñas se estaba llevando una carga fuerte. Pero ahora lo miro con orgullo y admiración.

Tanto, que el otro día en un almuerzo familiar se lo comenté a mis otras dos hijas. Una de ellas está soltera y la otra casada y tiene dos niños chicos también. Apenas les dije que encontraba que su hermano era un excelente padre, la más joven y soltera me dijo: “Igual que mi hermana no más”. Me cuestionó porque destacaba una cualidad en él que no era más que su responsabilidad y principalmente porque nunca me había escuchado decir que mi otra hija era una buena madre, siendo que ella también muda, hace las leches, arma las mochilas y hace lindos peinados.

Y aunque hasta ese minuto no lo había visto, tiene toda la razón. Solemos asignar calificativos positivos a los hombres que por iniciativa propia asumen tareas que se asocian a lo doméstico. Como una imagen que he visto un par de veces en Facebook en la que aparece una frase pintada en una pared que dice: “El hombre que cocina, lava los platos y hace el aseo de su casa es un adulto funcional, no un ser especial”. Las veces que la he visto, si bien me ha hecho sentido, la he dejado pasar sin reflexionar mucho más. Es como cuando te enteras de algo que te incomoda, pero que sabes que va a ser más fácil olvidar que enfrentarlo.

Porque eso pasa con estas cosas. Hemos vivido una vida entera viendo y asumiendo que ciertas conductas son normales y romper esos paradigmas es una decisión valiente, pero compleja. Y pasa mucho con el machismo. Darse cuenta de que muchas mujeres –de mi generación al menos– somos machistas porque fuimos criadas así, pero no solo eso, luchar contra nuestro propio machismo, es un punto de partida que no tiene vuelta atrás. Un camino difícil que muchas preferimos no tomar.

Pero llegan momentos, como esa conversación que tuve con mis hijas, en los que siento que no me puedo seguir haciendo la tonta. Lo lindo es que son mis propias hijas las que me abren los ojos y me permiten ver que si he vivido toda la vida de una manera, no pasa nada si ahora decido cambiar. En este caso en particular creo que la enseñanza es que no puedo seguir pensando que mi hijo es un buen padre porque hace lo que le corresponde. Ni menos puedo seguir reconociendo su rol de padre y no el de madre de mi hija, porque eso implica asumir que todas esas tareas, que ambos realizan, son una cualidad en los hombres, sin embargo una responsabilidad en las mujeres.

Cuando nacieron mis hijos fui yo la que me hice cargo de todo. Quizás un par de veces mi marido hizo dormir a alguno o lo mudó cuando yo no estaba. Pero –y aunque siempre trabajé fuera de la casa– la crianza y lo doméstico era mi responsabilidad. Y así fue también para mi madre, mi abuela, mi bisabuela y el resto de las mujeres que componen mi familia. Por eso es importante cambiar el discurso. Por eso es importante dejarse interpelar por las nuevas generaciones. Porque aunque hasta en mi generación las tareas domésticas y de crianza fueron exclusiva responsabilidad de las mujeres, espero que para mis hijas, nietas y bisnietas, la pega sea más compartida.

Rosario Fuenzalida (66), secretaria.

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