¿Honestidad o crueldad? Cuando se confunde ir con la verdad con agredir al otro




A sus 47 años, Consuelo se define como una mujer segura de sí misma. Con sus 100 kilos de peso y su peinado “a lo María Luisa Bombal” dice que tiene el ego “por allá arriba”. Está reconciliada con ella misma, tiene a su marido que ama, a su hija que adora y dice sentirse una mujer plena, feliz. “Siento que tengo todo muy resuelto”. Hace unas semanas viajó a Concepción, su ciudad natal, para el matrimonio de su hermano, donde estaría toda su familia. Son diferentes a ella, cuenta: “todas muy rubias y delgadas y yo no encajo en ese estereotipo”. Pero eso nunca ha sido un impedimento para ella, que disfruta de arreglarse y se siente bella sin importar el contexto. Para el matrimonio eligió un traje y peinado que le asentara y partió entusiasmada a disfrutar de la fiesta. Sin embargo, algo esa noche logró amortillar su autoestima: “Se me acercaron una cantidad de `honestos` que se vieron en la necesidad de manifestar su `preocupación` por mi salud y derechamente avisarme que estaba muy gorda”. Y no solo eso: cuando fue al baño a airearse un poco, escuchó a una de sus familiares comentando su peinado “¿Creerá que se ve bien? ¡La hace ver más gorda!”. Cuando salió, la gota que rebalsó el vaso: un chico se acercó a comentarle que “necesitaba” decirle que se parecía a cleopatra. “Le pregunté si eso era un piropo o una ofensa y no supo decirme. Llegué de vuelta a la casa de la mano de mi marido y mi hija, con la sensación de haber recibido mucha mala onda. Al día siguiente amanecí sin voz. Me hicieron tan bolsa, que terminé en cama con una laringitis aguda.”

Sincericidio, lo llaman: cuando decir la verdad aniquila al otro. Crecemos con la idea de que ser honestos es un valor esencial en la vida, una ética moral elevada. Pero en muchas ocaciones decir la verdad – algo subjetivo por lo demás- sin filtro, empatía ni tacto, deviene en algo cruel e innecesario, que puede causar mucho dolor en el otro. “Creer que decir una verdad es una virtud en sí misma es parte del problema, ya que, por muy verdadero que algo sea o pretenda ser, la virtud va a estar dada por la forma en la que esa visión sea expresada y la intencionalidad que haya por detrás. La sinceridad es virtuosa cuando nos permite construir vínculos seguros y confiables. El sincericidio, en cambio, supone todo lo contrario: exponer verdades sin pensar en las consecuencias de ello, sin tomar en consideración la emocionalidad e individualidad del otro.”, dice la psicóloga Catalina Celsi, especialista en psicoterapia psicoanalítica, quien nos ayuda a entender qué hay detrás de esa “honestidad brutal”.

¿Hay un factor cultural en pensar que la honestidad debe ir ante todo?

Particularmente hoy hay una participación activa de las nuevas generaciones que consideran la libertad como un valor principal. La existencia de canales que permiten expresar opiniones, ideas, sentimientos con total franqueza ayudan a este proceso. Si bien esto es valioso y propicia la libertad de expresión, es también un problema cuando se pierde la responsabilidad y el sentido constructivo. Muchas veces existe una falta de límites y de cuidado de las formas, pudiendo darle un valor excesivo a la franqueza absoluta en desmedro del impacto que genera. Las redes sociales son un claro ejemplo de ello.

Y más allá de lo cultural, ¿existe algún patrón detrás de quienes no tienen filtro?

Hay personas que pueden tener un fallo en el desarrollo de la capacidad empática, algo que se construye desde la temprana infancia. El sincericida también comete un “acto suicida”, tal como refiere el término sincericidio, al ir diciendo verdades sin empatía. Estas personas van acumulando una serie de resultados negativos en sus relaciones y vínculos, alejando a los demás. Por eso es importante reconocerlo como un problema que debiera tratarse.

¿Cuáles son las respuestas o daños psicológicos que puede tener en una persona recibir una “verdad” de manera cruda o cruel?

Pueden haber repercusiones importantes en una persona sometida a verdades crueles por parte de otra. La complejidad de estas repercusiones aumenta cuando han sido hechos reiterativos en el tiempo. Por ejemplo , hay familias en las que decir verdades sin consideración de la forma se constituye como un valor. Muchas veces esto puede llegar a dinámicas de maltrato que merman la autoestima, provocando serias complicaciones en el desarrollo emocional de esa persona.

¿Dónde está el límite entre la honestidad, ir con la verdad por la vida, y ser desubicado o cruel con el otro?

No hay un límite universal, se trata más bien de desarrollar una capacidad empática que permita ajustar y regular lo que uno dice. Si se es capaz de leer al otro en la interacción y de actuar con responsabilidad afectiva, se van a respetar los límites de la honestidad. Tenemos que preocuparnos de nuestras necesidades de expresión, pero debemos incluir en esa ecuación las necesidades del otro para obtener un buen resultado. Lo que falta es aprender a conversar, a generar diálogos que no solo sean un descargo emocional lleno de verdades, sino que una oportunidad para aprender del otro y aprender de uno mismo en el intercambio sincero.

Para quienes creen o tienen la necesidad de “ser sinceros”, en qué deberían pensar antes de decirle esa “verdad” a otro?

Cuando tenemos la necesidad de ser sinceros es importante hacer un proceso reflexivo previo que nos ayude a proporcionar el impacto que nuestras palabras pueden tener. ¿Hay un fin constructivo en lo que voy a sincerar? ¿Estoy buscando ayudar al otro con mis palabras?

Un segundo punto a considerar es reflexionar acerca de las emociones que nos movilizan al momento de expresar algo. Si lo que pretendo decir proviene únicamente del resentimiento, la rabia o la envidia, probablemente no obtenga un buen resultado. Es distinto cuando puedo incorporar a un acto sincero sentimientos amorosos y/o el deseo de construir algo mejor con otro.

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