La Mafalda feminista que llevamos dentro




La semana pasada, cuando se supo de la muerte de Quino, el creador de Mafalda, en pocos minutos las redes sociales se colmaron de homenajes. En uno de los tantos que leí incluso fue catalogado como el primer hombre feminista del país vecino. Lo planteaban como pregunta y, aunque no conozco profundamente la historia de Argentina, apostaría que al menos fue el primero capaz de cruzar fronteras con sus consignas. Y claramente el feminismo era una de ellas.

Mafalda nació en 1964 y rápidamente se popularizó en Latinoamérica. En esos años en que el rol de la mujer se limitaba a las cuatro paredes del hogar, Quino puso en la voz de una niña el clamor por transformaciones sociales que ahora nos parecen tan propias, pero que en ese entonces eran muy lejanas. Y lo siguieron siendo por varios años, por eso, la primera vez que tuve en mis manos una historieta Mafalda –a fines de los años ’80– me pareció, a lo menos, curiosa. Era una niña que se alejaba por completo de los estereotipos a los que estaba acostumbrada a encontrar en cuentos y dibujos animados.

Pero me gustó. No sé si a esa edad y en ese contexto lograba entender tan bien el mensaje, pero me divertía y, más allá de eso, de cierta manera me reconocía en ella. Como en aquella historieta en que interpela a su madre preguntándole: “¿Qué te gustaría ser si vivieras?”, mientras la mamá realiza las tareas domésticas. Porque sin saber de teorías feministas, a mis ocho años ya me sorprendía que mis referentes femeninos le dedicaran tanto entusiasmo a las labores hogareñas, sin siquiera cuestionarse que allá afuera había tanto que aprender, por tanto que luchar, pero también tanto que disfrutar.

La primera vez que viajé a Buenos Aires con mi familia, a los 15, casi el ochenta por ciento de los recuerdos que traje tenían algo de Mafalda. Y es que esa chica irónica, graciosa, que iba directo al grano, fue un referente para muchas. Y es tremendamente potente que haya sido una niña y no un niño, porque nos enseñó que nosotras también podíamos criticar y no solo acatar. Y no solo eso, nos mostró que lo personal era también político y que las injusticias sociales no eran temas que solo podían discutir los señores políticos, sino que todos, incluso las niñas.

Pero en mi caso, el patriarcado y sus mandatos fueron más fuertes y durante mis años de juventud y adultez, mis historietas de Mafalda quedaron guardadas en cajas en el entretecho. Y sus enseñanzas, también. Estos días, y a propósito de la muerte de Quino, desempolvé esos recuerdos y me aterró pensar en la idea de que mi hija de cinco años algún día me pregunte qué me gustaría ser si viviera. Y aunque sé que mi vida es diametralmente distinta que la de mi madre y de mi abuela, igual hay dibujos de Quino en los que me reconozco en ese rol de madre.

Pero me lo tomo con humor, porque justamente eso es lo que nos enseñó a hacer Mafalda. Ser consciente de esos estereotipos, encontrarlos dentro nuestro e ironizar con ellos. Finalmente es parte de la deconstrucción a las que cualquier mujer mayor de 30 tiene que enfrentarse a diario.

Estos días he leído mucho la frase “todas fuimos Mafalda”, pero creo que también todas hemos sido en algún momento su sacrificada madre o su enamoradiza amiga Susanita. Me quedo mejor con otra frase que me encontré en redes: “Todas las Mafaldas que llevamos dentro siguen vivas, en cada instante de lucha, en cada palabra crítica, en cada clamor por justicia social, por igualdad para las mujeres y los menos favorecidos”.

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