Su trabajo es más importante que el mío

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En estas semanas, desde que apareció el coronavirus, con mi marido tuvimos la suerte de que en nuestros trabajos nos permitieran quedarnos en casa. Especialmente porque tenemos dos niños chicos, y con el jardín infantil suspendido no teníamos mucha opción más que cuidarlos nosotros. Partí yo con la cuarentena y él se sumó una semana después.

El primer lunes de su aislamiento, cuando los niños aún no se despertaban, él agarró su computador y se metió en el escritorio. No le pregunté nada, porque me imaginé que se iba a instalar ahí por comodidad. Yo llevaba una semana con el computador en la mitad del comedor, entre vasos de jugo, legos y lápices de colores. Pero de pronto me di cuenta de que él le había puesto llave a la puerta. Cuando le pregunté por qué, me pidió que los niños no se enteraran que él estaba ahí, sino no podría trabajar tranquilo.

Y así fue. Durante una mañana completa, los niños pensaron que su papá había ido a la oficina. Secreto que no se pudo mantener por mucho tiempo, porque en algún momento mi marido tuvo que salir al baño y a comer. Pero a pesar de que saliera, terminada la primera semana de teletrabajo, me sentí tanto o más cansada que la primera. Si miro para atrás, me doy cuenta de que entre ambas semanas, nada había cambiado. Seguía siendo yo la que estaba ahí en la mitad de los juguetes, la que se levantaba cada vez que uno de los niños quería mostrar sus construcciones o la que preparaba los almuerzos al mediodía. Él brillaba por su ausencia.

Creo que no soy la única. Conversando con amigas, me di cuenta de que el patrón se repite más de lo que me gustaría. Creo que muchas lo justificamos con eso de que las mujeres somos un poco pulpos, capaces de hacer mil cosas a la vez. Pero estos días he pensado mucho sobre esta idea, quizás porque es la primera vez en que mi marido y yo estamos en la misma situación, teniendo que combinar lo profesional con lo doméstico. Creer que las mujeres estamos acostumbradas a hacerlo todo, parece que nos ha llevado de cierta manera desvalorizar nuestro lado profesional. O dicho de otra forma, valorar mucho más el de ellos.

Una de mis amigas cuando conversamos de esto, me dijo: "es que la pega del él es más importante", haciendo alusión a que el hombre es el que gana más, como una especie de sostenedor del hogar. Con ese argumento justificaba el que ellos tuvieran que estar más resguardados en este forzoso teletrabajo. Me acuerdo que mi amiga me dijo: "Imagínate está hablando con su jefe y entra uno de los niños llorando". Yo por dentro pensé que eso ya me había pasado varias veces. Y es que pareciera ser que la sociedad le acepta ese tipo de 'chascarros' más a las mujeres que a los hombres, cuestión que deja en evidencia que lo doméstico sigue siendo responsabilidad de nosotras.

Aunque me cueste reconocerlo, siento que yo también he permitido que esto sea así. Aunque el resto de la semana mi marido no se encerró con llave en el escritorio, muchas veces cuando estaba en la mitad del caos, intentando trabajar y viendo a los niños, si alguno gritaba ¡papá! inmediatamente les decía, 'no lo llamen, que el papá está ocupado'.

La verdad es que yo también lo estaba. Pero como estamos tan acostumbradas a tener que lidiar con lo profesional y lo doméstico a la vez, ya ni siquiera somos capaces de ver que nos estamos llevando una carga que debería ser compartida. Esa es la gran lección que he sacado de esta cuarentena obligatoria. No importa si uno gana más que el otro, la familia es un equipo y en los equipos todos son igual de importantes, y las tareas y beneficios se deben repartir de manera igualitaria. Quizás este tiempo en casa sea un buen momento para comenzar.

María José González tiene 31 años y es diseñadora.

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