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Françoise Vannier: “La geología es un terreno de hombres y trabajar en territorios masculinos nunca fue un obstáculo para mí”

En un mundo del vino e ingeniería dominado por hombres, la francesa se abrió camino leyendo la tierra con una mezcla de rigor científico y sensibilidad femenina. Tras una década en la industria del petróleo y treinta años recorriendo viñedos desde Borgoña hasta Chile, se ha convertido en la voz más respetada en la disciplina. De visita en Santiago para La Paulée, habla de su reconversión profesional, del valor de la experiencia y del sutil poder que -dice- las mujeres imprimen cuando trabajan con la naturaleza.

Casi el 70% de las personas que se dedican al estudio del vino, son hombres. Sin embargo, la mayor especialista en los vinos y suelos de Borgoña es la geóloga francesa Françoise Vannier, que ha dedicado los últimos 30 años de su vida a comprender la tierra y la vid que nace de ella.

Estará de visita por solo unos días en Chile, donde dictará una clase magistral en la feria La Paulée, una festividad de origen medieval que se realiza en Borgoña para marcar el cierre de la temporada de vendimia y que hoy tiene lugar en solo tres ciudades del mundo: Mersault, Nueva York y, este 21 y 22 de noviembre, en el restorán Barrica 94, en Santiago.

Aquí, conversa sobre cómo es hacer carrera en un terreno masculino y esa suerte de “superpoder femenino” al momento de producir o fabricar lo que emprendamos: ese que ella define como la sensibilidad propia del género.

Vannier nació a pocos meses del famoso “Mayo de 1968”, esa “segunda revolución francesa” que terminó con el gobierno de Charles de Gaulle. Creció en el campo con familia y abuelos, y al momento de escoger una carrera optó por geología, profesión que sin saberlo la hizo dividir su vida laboral en dos tiempos: pasó 10 años buscando oro negro para las gigantes petroleras. Y desde hace 30 años, vive recorriendo los viñedos del mundo: desde su Borgoña natal hasta los valles chilenos, para descifrar los secretos del terruño o “terroir”, ese concepto francés que se utiliza para definir como la tierra, el suelo, el tipo de uva y la persona que lo cultiva, hace que la botella que se produce en un campo, no se parezca a otra. La humanidad marca la diferencia.

En estas dos vidas de Françoise Vannier, hay un mismo hilo conductor: la tierra investigada con cerebro de mujer, en una disciplina en el mundo donde aún se es minoría. En Chile, por cada 10 geólogos, solo tres son mujeres. La vida de la geología es dura: implica trabajo en terreno, subir cerros a temperaturas extremas y largas jornadas fuera de casa, lo que hace algunos años, parecía incompatible con la idea tradicional de familia.

Fue esa elección la que hizo saltar a Francoise a principios de este mileno. “Debía irme como expatriada a Angola mientras mi marido conseguía un puesto en Dijon. Con tres hijos, no me imaginaba bien nuestra vida familiar”, cuenta.

Esa renuncia en 2000 no era un plan de carrera, sino una puerta que se abría hacia lo desconocido. Fue al regresar a su Borgoña natal que se presentó una oportunidad inesperada. “Conocí a viñateros que me dijeron: ‘necesitamos estudios geológicos’. Ni siquiera había imaginado que este oficio existía”. Fue el comienzo de una reconversión total, que lideró sola, como pionera. “Es una profesión que no se aprende en la escuela. La construí por mí misma”.

La mujer de la tierra

La palabra “terruño” (terroir) está en el corazón de su experiencia. Un concepto casi místico que ella define con una claridad científica y poética. “No es solo la tierra. Es un lugar con características precisas -el paisaje, el suelo, el subsuelo- pero que es puesto en valor por el trabajo humano”. Para ella, un vino de terroir es el relato de un encuentro entre la naturaleza y la historia. Una historia que Borgoña cuenta desde hace dos mil años y que Chile, con sus quinientos años de viticultura, escribe a su manera. Al punto, que ha situado a nuestro país entre los mayores productores del mundo.

Su mirada se ilumina cuando habla de sus viajes a Chile. Lejos de los clichés, encontró aquí una tierra de contrastes y potencia. “Lo que más me impactó fue la belleza y la grandiosidad de los paisajes. Chile es un lugar fascinante”. Describe que cuenta con una naturaleza “más ruda” que en Europa, que exige una “obstinación” por parte de quienes la trabajan; la del agricultor chileno que lucha contra la sequía y de la necesidad de regar para cultivar la vid en muchas regiones.

Una dureza que, paradójicamente, convive con la calidez de su gente. “Los chilenos son muy acogedores y muy curiosos. Quieren saber, quieren comprender. Es gente que aprecio mucho, cuando vengo aquí me tomo vacaciones”.

Su trabajo para grandes viñas chilenas como Errázuriz y Santa Rita, o sus exploraciones en los valles del Biobío y del Itata, le han confirmado una convicción: “¡Por supuesto que hay terroirs en Chile! Un terroir es un lugar adaptado a una producción específica, a las manos de quien la trabaja”. Pero hace una advertencia: ha visto viñas secas y acuíferos salinizados por la sobreexplotación. Para ella, “el mayor desafío de la viticultura chilena es la gestión del agua: si no se abordan prácticas sostenibles, el futuro será incierto.

La sobrevivencia de las viñas depende de un uso responsable del agua y de prácticas que respeten el equilibrio del ecosistema”. Además, sostiene que “en Chile coexisten grandes empresas vitivinícolas y pequeños productores que se unen para vinificar sus uvas en cooperativas. En Francia ocurre algo similar, pero en Borgoña los pequeños tienen más peso económico y un reconocimiento mayor”.

Una sensibilidad diferente

Moverse en universos tan masculinos como el del petróleo y el del vino nunca pareció ser un obstáculo para ella. ¿Su método? El trabajo. “Mi personalidad es así: yo trabajo, y se me juzga por mis resultados. Me hago mi lugar demostrando que puedo aportar algo útil”. Lo dice sin afán de reivindicación de género, pero con una serena seguridad, mientras afirma su identidad. “Me aferro a mi feminidad. A menudo voy en pantalones al campo, pero puedo usar un vestido para un evento. Soy una mujer”.

Ella observa que las mujeres aportan una sensibilidad diferente. “No sabría explicarlo, pero no tenemos los mismos enfoques. Hay una forma de entender la vida que es distinta, y eso se refleja en nuestras profesiones”. Una mirada que, quizás, permite no posicionarse como conquistadora de la tierra, sino como su aliada. “El hecho de ser mujer quizás hace que no sea percibida como una ‘rival’ por los hombres. No necesitan adoptar una actitud de superioridad conmigo”.

Hoy, al frente de su consultora Adama, continúa descifrando suelos, pero gran parte de su misión se ha convertido en la transmisión de su conocimiento. A las jóvenes que se inician en estas carreras, les aconseja audacia e integridad. “Hay que hacer lo que una realmente quiere, no dudar en explorar los caminos alternativos. Y, sobre todo, ser honesta consigo misma y desarrollar el espíritu crítico. Intento ser coherente con mis principios y aconsejaría lo mismo”.

Si pudiera hablar con la joven que fue a los 20 años, le hablaría de la importancia de la experiencia. “La geología es una profesión en la que cuanto más envejeces, más sabes. Cada nueva parcela que ves te permite comprender mejor las demás”.

Pero, por encima de todo, le diría que siga su pasión. Un mantra que ha transmitido a sus tres hijos, quienes han seguido caminos radicalmente diferentes: médico, recursos humanos y equitación. “Siempre les dije: ‘hagan lo que quieran, pero tienen que tener ganas de levantarse por la mañana’”.

- Siendo la mejor en tu disciplina en el mundo: ¿qué te queda por cumplir?

Tomarme más tiempo para mí. Y ese tiempo, culmina con una copa de vino. No es un vino específico. El mejor vino es el que se comparte con los amigos. Es el vino del compartir. La tierra, al final, es solo un punto de partida. El destino, sin embargo, es siempre humano.

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