Paula

Mi mascota y yo: mi vida con 18 especies

Tortuga de patas rojas, gecko leopardo y chinchillas, son solo algunas de las especies que tiene Saida Pollak en su casa en Ñuñoa. A pesar de haber llegado de diferentes lugares, Saida los considera a todos parte de la familia. “Acá son todos hijos”, dice.

“Siempre que nos preguntan cómo es nuestra familia, decimos que somos una familia multiespecie”. Así describe Saida Pollak a su núcleo familiar, que comparte con tres hijos y 18 especies de animales en su casa en Ñuñoa.

Su gusto por los animales empezó desde pequeña. Saida nació sin cuerdas vocales, por lo que no podía hablar ni emitir muchos sonidos. Para entretenerla y poder comunicarse con ella, su madre le regalaba pollitos y patos, “entonces desde chiquitita me enseñaron el respeto por los animales y, bueno, también una adoración por ellos”, cuenta.

Ese interés y cariño se tradujo en su vocación profesional, y también en la vida que hoy lleva: ha adoptado a todos los animales rescatados que componen su familia. En su casa conviven perros, tortugas, reptiles, chinchillas, hurones y muchos más.

Una es Harley, la hurona. “Ella había cumplido su vida útil para hacer terapia y a la persona ya no le servía. Como era viejita, pensaba en ponerla a dormir. Entonces dije que no, que yo me la traía para darle una vida en un hogar y que sus últimos días fueran felices”, cuenta Saida.

Además de los animales rescatados, otros integrantes de su familia provienen del bioparque Huellitas por un Sueño, donde Saida trabaja como zookeeper jefa y encargada de bienestar animal. En este espacio se realizan clases y terapias con animales que, al haber sido criados desde pequeños, pueden desenvolverse sin sufrir estrés.

Algunas de las terapias que imparte están orientadas a niños y niñas con distintas condiciones, ayudándolos a mejorar su relación con el entorno gracias a la conexión con los animales. También trabajan con niños ciegos, quienes pueden conocer y descubrir el mundo animal a través del tacto.

“Aquí nosotros les pasamos el animal, hacemos que lo toquen, y ellos ya se pueden imaginar cómo son las distintas especies: si tienen pelo, escamas, cuál es su textura”, explica Saida. Además, agrega que, a través de este ejercicio, los niños pueden imaginar “cómo son los animales, cómo son sus patitas, sus colitas, sus orejas, porque todos son diferentes, y eso es súper importante para la educación”.

El lagarto, amo y señor de la cama

Así como Saida y su marido consideran a los animales parte de la familia, sus hijos biológicos los ven como hermanos. Cada uno se ha especializado en ciertas especies y, aunque todos colaboran en todo, tienen sus favoritos, de los cuales se encargan especialmente cuando ella no está.

“Cuando estoy de turno en el zoológico y me llaman porque hay algún animalito enfermo, empezamos a descartar enfermedades, y ellos me ayudan con los medicamentos. O, cuando llegan heridos, me asisten con las curaciones”, cuenta Saida. “Tienen sectores asignados: son ellos quienes limpian, alimentan y, si corresponde, administran medicamentos. Las tareas se reparten”, explica.

Al igual que cualquier mascota, los animales de Saida regalonean, tienen sus mañas y también a sus dueños preferidos. “El Blue, el lagarto más grande —un dragón de lengua azul—, duerme con mi hija y, si intento sacarlo, se enoja y emite un sonido que ya sabemos qué significa: está molesto”, detalla. “Y cuando ella se pone calientacama, él se mete entre medio y no se mueve”, agrega riendo.

Y así como las mascotas comunes hacen travesuras, los animales de Saida no se quedan atrás. “Las chinchillas, en la noche, se arrancan y tienen un circuito para subirse a mi cama. A veces se meten debajo de las sábanas y, claro, la primera vez mi marido se asustó mucho. Pero ya se acostumbró y me dice: ‘Saida, anda algún bicho suelto’”, cuenta entre risas.

Además de dedicarse a la educación sobre fauna y las terapias con distintas especies, Saida es bombera hace 20 años y capacita a sus compañeros en rescate animal. “Hago el curso en la compañía de bomberos de Ñuñoa para que tengan más experiencia sobre cómo acercarse a los animales, cómo hay que tomarlos”.

Y en diciembre de este año, su familia decidió dar un nuevo paso: abrirán su propio bioparque en la ciudad de Pucón. “La idea es poder tener animalitos para educación y, a la vez, rescatar a aquellos que no pueden ser liberados y ofrecerles una mejor vida”, cuenta con una sonrisa.

Una vida en la que caben hijos, hurones, dragones, chinchillas y sueños compartidos. Una vida donde, como ella misma dice, cada especie tiene un lugar.

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