El irreemplazable Ser Humano
La semana pasada, Hollywood presentó a Tilly Norwood, la primera actriz creada íntegramente por inteligencia artificial (IA). No se trata de una animación o un avatar, es una “actriz digital” con agente, contrato y proyecciones de carrera. Más aún, con una cuenta de Instagram que tiene poco más de 58 mil seguidores.
La productora Particle 6, los creadores de Norwood, la han calificado como “la próxima Scarlett Johansson o Natalie Portman”. Pero ante el revuelo causado -incluida quejas del sindicato de actores de Hollywood-, su creadora respondió que “ella no es un remplazo de un ser humano, sino un trabajo creativo, una pieza de arte”. Si bien es un argumento que suena bien, no convence. La obra de arte jamás reemplaza al artista y necesita de su creador para que le dé sentido. Así, mientras el arte amplía lo humano; la sustitución por algo artificial, lo borra.
Lo peligroso es la consideración de que una actriz artificial sí puede desplazar a una actriz real, no porque pueda imitar gestos y “actuar”, sino porque responde mejor a un ideal fabricado. De hecho, en el video promocional de Tilly Norwood un hombre dice literalmente “hará todo lo que yo le diga. Estoy enamorado”.
Pero esto no es algo que apareció de pronto y, lamentablemente, ni siquiera una excepción. De acuerdo con cifras de HypeAuditor -especialista en temas de marketing digital-, hoy existen más de 200 influencers virtuales activos en redes sociales, con contratos publicitarios que superan los 3 mil millones de dólares anuales. Sus rostros y cuerpos son creados por IA y sus personalidades son modeladas según las preferencias de un determinado público objetivo. De esta manera, el fenómeno de Tilly Norwood no es un accidente, es una consecuencia. Las plataformas de inteligencia artificial sistematizan millones de imágenes disponibles en internet, muchas de ellas saturadas de estereotipos de género, raza y belleza. En vez de corregirlos, los amplifican con precisión matemática. Así, cuando una IA “imagina” a una mujer exitosa, suele devolver la imagen de una joven blanca, delgada, de sonrisa impecable. No hay malicia en el algoritmo, pero sí un reflejo exacto de los sesgos que tenemos.
El problema no termina en la pantalla, sino en nuestra sociedad. En redes sociales, estos rostros perfectos se convierten en modelos de referencia para millones de niñas, niños y adolescentes. Según un estudio de la University of London, 80% de las encuestadas señaló que las redes sociales las hacia sentir mal consigo mismas. La inteligencia artificial, diseñada para entretener o inspirar, termina configurando un estándar imposible de alcanzar, donde lo deseable es ficticio.
Y los sesgos no se limitan a la apariencia física, sino que también afectan la manera en que construimos conocimiento. Esta semana, una importante consultora admitió haber entregado al gobierno australiano un informe con errores e información falsa, generado parcialmente con IA. De acuerdo con la prensa australiana, el incidente es “un ejemplo claro del riesgo de las llamadas ‘alucinaciones’, los errores o datos inventados que a menudo generan los modelos de IA”. Es decir, no sólo inventa rostros, cuerpos, sino además datos e información; así, distorsiona la apariencia, pero también la verdad.
Lo que es claro es que ya sea una obra de arte o la revisión de un informe, la IA no reemplaza la intervención humana. Por supuesto, facilita procesos, pero no sustituye nuestro juicio crítico. La promesa de que la IA lo hace todo mejor y más rápido debe ser sopesada con el hecho de que la inteligencia humana no se mide en terabytes, sino en racionalidad, criterio y experiencia. Podemos no ser los mejores procesando datos, pero somos los únicos capaces de dotarlos de sentido.
Por eso, más que nunca, lo humano es esencial. Es nuestra verdadera brújula en medio de la automatización. Y es el ser humano, con todos nuestros errores e imperfecciones, el que es capaz de crear en conciencia y preguntarse el propósito de lo que crea.
La inteligencia artificial seguirá avanzando, y bien usada puede mejorar nuestras vidas. Pero el progreso sin reflexión puede convertirse en un espejismo. Porque si delegamos el juicio, la sensibilidad y la imaginación, no solo perderemos el arte, perderemos la capacidad de reconocernos en lo que hacemos.
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