Prendamos la luz

Vistas Santiago

Algunos son alondras madrugadoras. Otros somos búhos nocturnos. Bien para nosotros, los búhos, haber nacido en esta época. Así, sin más, nos basta tocar un interruptor y se hizo la luz. Hace algunos años no era tan simple.

En uno de sus notables papers, William Nordhaus, profesor de Yale y premio Nobel en 2018, midió el verdadero precio de la iluminación en el tiempo. Su investigación muestra cómo, en promedio, bastan 2 minutos de trabajo para pagar la cuenta de iluminar una habitación por 3 horas todas las noches del año, mientras que hace un par de siglos, para tener la misma luz, debíamos trabajar 1.000 horas para comprar las velas necesarias. Eso es 19 horas de trabajo cada semana para obtener algo que hoy ni escatimamos.

Entender los factores del espectacular progreso de la iluminación entrega algunas lecciones para dar contexto a nuestro controvertido y poco profundo debate sobre las "40 horas".

Primero, por supuesto, están los saltos tecnológicos. Sin duda las velas son románticas, pero requieren 150 veces más energía que una ampolleta de filamento incandescente para emitir la misma luz. Ni hablar de la mayor seguridad y facilidad de esta innovación. Y, más aún, las recientes lámparas led resultan ser seis veces más eficientes que las ampolletas tradicionales.

Segundo, fueron instrumentales las mejoras en la organización industrial. A pesar de que la ampolleta fue inventada en 1879 por Swan y Edison, tuvieron que pasar algunas décadas para que comenzara la adaptación masiva de la luz eléctrica. Pues los relevantes gastos en infraestructura requieren distribuir sus costos entre multitudes de consumidores. Así, las grandes eficiencias solo se consiguen cuando el orden político facilita la coordinación del sistema y genera suficiente confianza para que se realicen las inversiones necesarias. Eso toma tiempo y en el intertanto se generan conflictos. Icónica es la historia de los lamperos de Nueva York, cuando en 1907 se declararon en huelga y no encendieron el gas de las 25.000 luminarias públicas, dejando la ciudad sumida en la oscuridad de la noche. La razón, su oposición a las lámparas eléctricas que se instalaban en el Central Park y que amenazaban sus puestos de trabajo.

Tercero, el valor del trabajo. La famosa productividad de la que tanto se ha hablado últimamente. Esta depende no solo del nivel de calificación y educación de las personas, sino también de su entorno. En la manufactura, la labor de un individuo resulta en aportes radicalmente distintos según la funcionalidad de su entorno, tanto en la organización como de la maquinaria o tecnología disponible. Ambos factores multiplican la contribución de su trabajo. Si hay una organización disfuncional, sin importar los esfuerzos, el resultado final tendrá poco valor. Por el contrario, cuando se invierte en mejoras, parte del producto adicional va al rédito del capital comprometido, y otra queda en las manos del trabajador. Es justamente esto una de las fuerzas tras la inmigración. El migrante es el mismo en ambos países, pero su aporte es más valioso en un entorno ordenado y moderno, lo que redunda en su mayor remuneración.

En estos factores reside gran parte del contraste entre países. De hecho, el chileno promedio, a diferencia de los 2 minutos del estadounidense, requiere trabajar 20 minutos para iluminar sus noches. Lo mismo sucede con el acceso a educación, salud, vivienda, alimentación, movilización. En fin, con la calidad de vida de la nación.

Algunos se han encandilado y creen haber encontrado atajos que no existen. Hemos avanzado mucho, pero bien sabemos que aún nos falta camino por recorrer y estamos lejos de lo que podemos conseguir como nación. No olvidemos que el progreso puede ser vertiginoso en forma ascendente pero también descendente. Escribo estas líneas desde India, donde aún hay 170 millones sin acceso a electricidad. Del resto, algunos simplemente se cuelgan al sistema sin recibir la cuenta, mientras otros deben trabajar en promedio ocho horas para iluminar una habitación en un año.

Volviendo a Chile, en el debate de las 40 horas los intercambios a veces parecen propios del teatro de Ionesco. Tal vez haya pocas luces, pero hay mucha cámara y acción.

Clave es el rol del Estado en empujar mejoras para que adoptemos mejores formas de organizarnos y promover el desarrollo de nuevas inversiones. He ahí la razón para mejorar la flexibilidad propuesta por el gobierno y evitar poner más obstáculos en la competitividad global de nuestra economía. Sin importar cuántos minutos, horas o días sean necesarios, debemos seguir trabajando para encender algunas ampolletas en el Congreso.

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