¡Enciérrenlas!


“¡Enciérrenlas!”, ha sido la sugerencia del Concejal a padres de niñas y adolescentes, quien escribió en un grito desesperado de limpiar la imagen de su hijo Jurguen Roca, acusado de violación de una niña de 12 años. Hace unos días otra joven de 19 años, ha sido violada y asesinada en Nueva Imperial, y posiciona la necesidad de abrir el diálogo sobre lo reduccionista de las declaraciones (y usualmente soluciones) para abordar la violencia patriarcal.

“¡Enciérrenlas!”, es una forma brutal de posicionar la responsabilidad en las victimas de abuso sexual, es algo que hemos aprendido y naturalizado históricamente, donde la mujer es la tentación del mal, y, por ende, la responsable de la violencia, los abusos y discriminaciones que vivimos.

La pregunta por reflexionar es, ¿Cómo es posible pensar que la responsabilidad de una violación recae directamente en la víctima? La culpabilización de las víctimas ha sido un tema estudiado para comprender no solo como opera el sexismo en los victimarios, su círculo de protección y las instituciones que se transforman en estructuras cómplices de la violencia patriarcal.

Culpar a la víctima es la actitud que sugiere que quién fue agredida es responsable y ocurre cuando se asume que una persona hizo algo para provocar la violencia recibida. Es componente clave de lo que llamamos “la cultura de la violación”. Usualmente, escuchamos declaraciones sutiles; no debió caminar sola, era de noche, usaba cierto tipo de ropa, bebió demasiado, estaba en determinada fiesta, sonrío demasiado. Dentro de esta cultura de culpar a las víctimas, a las mujeres se les dice que cambien su propio comportamiento para evitar ser agredidas o violadas. A las mujeres se les dice repetidamente que se vistan de manera menos provocativa, beban menos alcohol y no se pongan en situaciones de riesgo.

Lo problemático de culpabilizar a las victimas es que muchas de las sobrevivientes de violencia sexual no denuncian sus agresiones. Si la sobreviviente sabe que será culpada por el abuso, no se sentirá segura, ni cómoda de hablar o denunciar. Por lo tanto, es fundamental cuestionar e interrumpir aquellos discursos en que se refuerza la culpabilización de las victimas de violencia y abuso sexual. No importa su ropa, cuánto bebieran o si tenían una relación previamente consensuada con el perpetrador, no se debe culpar a la víctima. Les compartimos los siguientes puntos a pensar cuando enfrentamos conversaciones sobre violencia sexual para interrumpir ideas naturalizadas de culpabilización de la victima.

  • Ella lo pidió, lo quería o se lo buscó. Independiente de la edad, el lugar o la hora, nadie pide ser violada. Para una víctima, es un acto humillante y degradante. Nadie “pide” ni merece este tipo de ataque. Esto es culpar a la víctima y desplazar toda responsabilidad del victimario.
  • No fue “totalmente” una violación. Todavía existe la necesidad de diferenciar entre “violación legítima” y presuntamente “violación ilegítima”. Este sentimiento equivocado tiene un efecto silenciador sobre las sobrevivientes de violencia sexual, y significa usualmente un cuestionamiento sobre sus experiencias de violencia, y como consecuencia, no denunciar porque consideran que serán poco creíbles. En este punto, también se cuestionan aquellas declaraciones de “no hubo penetración,” o la idea de “no le pegué para que tuviera sexo.” Recordemos que puede existir violencia sexual sin penetración oral, vaginal o anal. Y, ojo, los perjuicios sobre la penetración también son altamente heteronormativos. Lamentabemente, la violencia sexual y el abuso sexual infantil pueden tomar muchas formas y pueden ocurrir de forma no heterosexual. En estos casos, además, es común que el silenciamiento sea, incluso, mayor, justamente por el mayor desafío de nombrar y denunciar.
  • Ella no dijo nada. Relacionado con lo anterior. Cada vez que alguien es obligado a tener relaciones sexuales contra su voluntad, vivió violencia sexual, independientemente de si resistió, se defendió o dijo “no”. Hay muchas razones por las que una víctima no dice nada contra su atacante, incluidos el impacto, el miedo, las amenazas o el tamaño y la fuerza del atacante, o las relaciones de jerarquía o poder que quién violenta tiene con la víctima.
  • No parece una víctima. Los sobrevivientes exhiben un espectro de respuestas emocionales a la violencia sexual que son diversas: calma, pena, histeria, risa, rabia, apatía, conmoción. Cada sobreviviente afronta el trauma del asalto de una forma diferente.
  • Ella era muy madura para “x” años. Relacionado con el punto anterior. Se tiende a sobresexualizar y desinfantilizar a las niñas - en particular las niñas racializadas -, aludiendo a su desarrollo físico o emocional “como adultas”. Esto es patentemente falso, una niña de 12 años es una niña. Punto. Esto hasta se refleja en nuestras leyes; menores de 14 años no pueden dar consentimiento, se asume, desde luego, que es una violencia sexual.
  • Ella lo quiso, aunque no lo dijo. No hay líneas grises cuando se trata de consentimiento. La falta de un “no”, no es consentimiento; sino que se requiere de un activo “sí”. Además, y volviendo a punto anterior, por ley, les niñes menores de 14 años no pueden dar consentimiento.
  • Ella mintió. Investigaciones sitúan las tasas de informes falsos entre el 2 y el 5%. Eso significa que el 95-98% de los informes de violación o abuso sexual son ciertos. Por lo tanto, la probabilidad de que una víctima mienta es muy baja.
  • Sólo fue un desliz que ocurrió una vez. Los estudios sugieren que la mayoría de las violaciones o abusos sexuales son cometidas por victimarios reincidentes; esto es aún más el caso para el abuso sexual infantil. Por eso, hablamos de “grooming”; esto es el proceso en lo cual un adulto mayor de edad manipula a lo largo del tiempo, en muchos casos ya ejerciendo violencia psicológica, emocional y hasta económica antes de que se llegue a concretizar el abuso sexual infantil propiamente tal. Hoy en día esto también se ejerce a través del “ciber-grooming”, lo cual implica el uso de las redes sociales y el internet.
  • Si una niña es violentada sexualmente, es porque la familia no la protegió. Esta es precisamente la línea de argumento del padre del perpetrador. La cultura de violación nos lleva a cuestionar la sobreviviente y no el perpetrador, a cuestionar a nuestras propias acciones, como mujeres y como madres, tías, vecinas, amigas de sobrevivientes: ¿qué podría haber hecho mejor? No es nuestra responsabilidad tratar de evitar la violencia sexual, sino es la total responsabilidad de los perpetradores. Por tanto, debemos invertir mucho más tiempo y energía en la prevención de la violencia sexual, enseñando sobre consentimiento, violencia sexual y educación sexual integral: ¡Para que ellos no violen!
  • La violación es sólo cuando sea con violencia física y perpetrada por un desconocido. En realidad, en la mayoría de los casos, la sobreviviente conoce al perpetrador y pocas veces se produce como un “ataque aislado en un callejón sin salida”. Más común es proceso de grooming o de intensa manipulación a largo plazo por parte de victimario, en particular en estos casos de mucha diferencia de edad (incesto, pedofilia, abuso sexual infantil, etc.)
  • Finalmente, el abuso sexual infantil se practica contra niñes de todo tipo. Hasta ahora hemos elegido hablar de “niñas”, porque estadísticamente son mayoría de lxs sobrevivientes, y por el caso reciente que gatilló esta columna. No obstante, no queremos dejar fuera el hecho que también hay niñes de todo tipo afectades por el abuso sexual infantil. Casos muy conocidos en Chile desde el año 2000 confirman esto, por ejemplo el Caso Spiniak o el Caso Karadima, y tanto casos más de abuso sexual infantil perpetrados por autoridades de la Iglesia, los colegios, los Scout, entre otras organizaciones.

Volviendo a la idea de “¡enciérrenlas!”, con la cual partimos. Evidentemente, en el caso del padre del perpetrador tiene que ver con una maniobra, para desplazar la culpa desde su propio hijo hacia la sobreviviente, de forma cruel y misógina. Pero, ¿no es nuestra respuesta frente el abuso sexual infantil también, muy comunmente, un “¡enciérrenlos!”? ¿Existen otras respuestas más allá de la cárcel y esquemas punitivistas? Por cierto, cuando se habla de violencia sexual, y, en particular, abuso sexual infantil, es difícil. Incluso las feministas más acérrimas y con posturas anti carcelarias dudan: ¿pero cómo es posible tener estos hombres en nuestras calles, en nuestras casas? Ahí nuestro gran desafío.

Por último, como sociedad, debemos promover, en su máximo grado, programas educativos y preventivos, desde el jardín infantil y el colegio, sobre la violencia sexual y el abuso sexual infantil. Esto es: educación sexual integral feminista desde los primeros años de vida. Y, por otro lado, ¿qué hacer con los perpetradores y los que ya han perpetrado estos crímenes - como el mismo hijo de este concejal -, cómo aseguramos que no violenten de nuevo?

Sin duda aquí no hay respuestas fáciles, pero si se aprende lo que es la “cultura de la violación”, a través, de comentarios y justificaciones como los del concejal en Lota, entonces, también se puede desaprenderla. No obstante, como vimos las semanas siguientes en los múltiples mensajes de apoyo hacia el concejal y su hijo, esto conlleva un camino largo y complejo.

*Ana Luisa Muñoz García, Pontificia Universidad Católica de Chile

*Hillary Hiner, Universidad Diego Portales

*Andrea Lira, Universidad de Magallanes

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