Glaciar patagónico guarda la mayor cantidad de fósiles de ictiosaurios del mundo: Reptiles de afiladas mandíbulas e increíbles nadadores de los mares de hace 140 millones de años

Ilustración de cómo lucían estos animales. Crédito: Luis Pérez, paleoartista magallánico.

En el campo de hielo patagónico sur está el glaciar Tyndall, que con el paso de los años ha dejado el rastro de una fauna marina que hace millones de años fue abundante: los ictiosaurios. Un tesoro en una zona clave para responder preguntas trascendentales de la evolución y extinción del estudio paleontológico.


El lugar en que hoy está el glaciar Tyndall, uno de los más extensos del Campo de Hielo Patagónico Sur, en el Parque Nacional Torres del Paine, hace 140 millones de años era muy diferente. El mar estaba presente en toda la zona, que conformaba una cuenca producida por los intensos movimientos terrestres que en ese entonces estaban desmembrando la llamada Gondwana para dar paso a los continentes que hoy conocemos.

En ese mismo lugar unos reptiles marinos encontraban las condiciones ideales para vivir y reproducirse. Eran los ictiosaurios. Reptiles marinos o “lagartos peces” del Tyndall. Con una anatomía similar a los actuales delfines, pese a no ser de la misma especie, poseían una aleta caudal y una aleta dorsal de cartílago, que se pudo saber era así gracias a unos especímenes muy bien preservados en Alemania hallados hace algunas décadas.

Fósil de un ictiosaurio en el Museo Wiesbaden de Alemania.

Reptiles e increíbles nadadores, estaban mejor adaptados que cualquier otra especie a la vida en los mares, pese a que necesitaban salir a la superficie periódicamente para respirar. Con dientes afilados en sus largas mandíbulas y ojos grandes, el sur de Chile cuenta actualmente con uno de los depósitos o yacimientos paleontológicos más grandes e importantes del mundo de esta especie.

El registro supera los 50 ejemplares. La mayoría proveniene del período Cretácico (entre 252 y 66 millones de años atrás), con especímenes en distintas etapas de su desarrollo: neonatos, juveniles, adultos y hembras preñadas, lo que lo convierte en una zona clave para la ciencia en la investigación de estos animales prehistóricos.

El glaciar Tyndall es uno de los más extensos del Campo de Hielo Patagónico Sur, en el Parque Nacional Torres del Paine.

“Su nivel de adaptación al medio marino fue tan grande que desarrollaban a sus crías internamente, no necesitaban salir a desovar a la orilla y daban a luz en el medio acuático. Tenían pulmones, además de fosas nasales en el cráneo, lo que les permitía cada cierto tiempo salir a respirar. Además de ésto, sus crías se adaptaron para nacer en el medio marino de forma tal, que les permitiese nacer sin ahogarse”, explica la paleontóloga Judith Pardo de la Universidad de Magallanes (UMAG), quien lidera un proyecto para extraer a lo menos un espécimen grande de la especie para comprender aún más, desde diversas aristas, cómo fue su existencia.

Ictiosaurios en la Patagonia

Se alimentaban de peces, moluscos y fueron depredadores. Hay ictiosaurios de muchas especies. “Algunas especies del Triásico llegaron a medir hasta 24 metros de largo, incluso se encontró una mandíbula en Inglaterra que indica que pudieron alcanzar los 27 metros de largo. En ese tiempo (Triasico) también convivían con especies de un metro y medio de largo. Los ictiosaurios cretácicos median entre tres metros y medios y siete u ocho metros de largo”, señala Pardo.

La investigadora fue la primera en acercarse y descubrir el mundo de los ictiosaurios australes hace más de una década, cuando aún era estudiante de pregrado en la U. de Magallanes y luego durante su doctorado en Alemania.

“Llevo varios años estudiando los ictiosaurios y las únicas excavaciones que se han hecho fueron en 2009 y 2010 financiadas por el gobierno alemán, en el contexto de mi postgrado”, cuenta. En aquella ocasión, pudieron extraer y trasladar material acotado, cuyo estudio permitió abrir una puerta prometedora para descifrar el enigma sobre cómo vivieron y evolucionaron los presentes en la Patagonia.

Se desconoce qué tan agresivos eran los que vivían en Chile. “No lo sabemos, lo vamos a poder comprobar con el estudio”, explica Pardo sobre un análisis que se realiza gracias a la evidencia que queda en el material fosilizado y de acuerdo con la unidad anatómica afectada. Así podrán determinar el grado de agresividad entre ictiosaurios de esa localidad. “Lo que sí sabemos es que se alimentaban de peces, pero no sabemos aún qué tan agresivos eran entre ellos”, añade.

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Se alimentaban de peces, moluscos y fueron depredadores.

Esa zona era una cuenca marina. “Todo era mar”, dice Pardo. El continente en ese tiempo era Gondwana y unía a África, Oceanía, Antártica, Nueva Zelanda, Australia e India y se estaba empezando a fragmentar para tomar la forma de los continentes actuales. Fue así cómo se abrió la Cuenca de Rocas Verdes, “que se transformó en un refugio para ellos”, señala Pardo.

En la zona han encontrado una tremenda cantidad de fósiles de especímenes de adultos, juveniles, hembras preñadas y una tremenda cantidad de peces asociados. “Todo eso nos hace pensar que éste era un ambiente ideal para dar a luz a sus crías, esta cantidad de ictiosaurios en un área pequeña de solo 10 km es increíble. La mayoría de ellos están completos y sus esqueletos articulados, algo que no se ve en otros sitios”, indica Pardo.

La teoría que se plantea para entender el cómo llegaron tantos ejemplares, y que han desarrollado con especialistas alemanes en una investigación anterior, es que los ictiosaurios pudieron ser arrastrados por corrientes de turbulencias producidas por la gran cantidad terremotos que afectaban en ese momento al planeta, y al fondo marino, “lo que produjo una gran avalancha de sedimentos que los arrastró a un fondo marino tan profundo que no permitió la degradación de sus carnes por bacterias”, dice Pardo.

Como resultado de esa acción a la fecha se han detectado más de 50 fósiles de estos réptiles marinos extintos en las grandes formaciones rocosas de ese inhóspito lugar de la Patagonia. “Es un verdadero cementerio de ictiosaurios”, sostiene Pardo.

En busca de respuestas

En un afán científico que no ha cesado para Pardo, con distintos estudios asociados a los ictiosaurios como sus paleopatologías, busca continuar explorando los tesoros del glaciar Tyndall.

Como investigadora UMAG, a fines de 2020 postuló y se adjudicó un proyecto ANID con el Dr. Rodrigo Villa también de la UMAG como patrocinante, para en un plazo de tres años concretar un programa de campañas científicas en terreno para excavar nuevamente el sitio y extraer, a lo menos, un espécimen grande esta especie de edad Cretácica. “El conocimiento de ictiosaurios cretácicos aún es deficiente a nivel global, debido al incompleto y escaso registro fósil”, aclara.

La investigación busca obtener, de aquellos registros fósiles eventuales de desenterrar, resultados sobre la diversidad, disparidad y paleobiología de los ictiosaurios. Además, establecer grados de madurez ósea y nichos ecológicos, para evaluar dice “posibles transiciones dietarias ocurridas a lo largo de su evolución y que podrían ayudar a establecer conexiones paleobiogeográficas con ictiosaurios de otras latitudes”.

La investigación busca obtener registros fósiles eventuales de desenterrar, resultados sobre la diversidad, disparidad y paleobiología de los ictiosaurios.

Se trata de definir más la taxonomía, es decir, qué especies son, compararlas con otros coetáneos del planeta que están en Colombia, Argentina, y el hemisferio norte para saber qué tan emparentados están filogenéticamente.

“También estudiar la paleobiología de ellos porque tenemos hembras preñadas con sus embriones en diferentes estadios de gestación, lo que nos permitirá profundizar en cuanto a la biología del desarrollo de estos animales, algo que no se ha estudiado mucho en ictiosaurios cretácicos por falta de material fosilizado. Aspectos relacionados a su dieta y a cómo ésta se fue adaptando a los cambios en sus ecosistemas marinos por alteraciones externas”, especifica la investigadora.

La pregunta que buscan responder, indica Pardo, es saber el por qué están estos ictiosaurios en esa zona, “de dónde vinieron, hacia dónde se dispersaron -porque es probable que no todos hayan muerto en la localidad- los estudios filogenéticos nos permitirán comprender el grado de parentesco con ictiosaurios de otras localidades del planeta y ayudar a responder la pregunta acerca de la dispersión de los ictiosaurios”.

Una tarea no exenta de dificultades. Toda la Región de Magallanes es de difícil acceso y requiere invertir en logística, afirma la investigadora. “En el caso del glaciar Tyndall, para llegar debemos caminar 20 kilómetros y usar caballos y helicóptero para trasladar toda la carga y los materiales de trabajo hasta el borde del glaciar, lo que significa un gasto enorme para el proyecto”, comenta. Todo eso, sin contar el gasto de alimentación para todos los integrantes durante los días de campaña (que, por lo general, son al menos tres semanas).

Pero también requieren de la compra de ropa técnica para soportar las temperaturas y el viento en terreno que, muchas veces, dice “no alcanza a ser incluido en los ítems del presupuesto del proyecto, debiendo invertir cada uno en la vestimenta de forma personal”.

Es por esa razón, explica Pardo que quedan muy pocos recursos para financiar las publicaciones. Lo mismo ocurre con la asistencia a asistencia a congresos y pago a los colaboradores.

Ante eso plantea que sería recomendable repensar el criterio de asignación en base a los territorios donde se ejecutan los proyectos: “Sería bueno que ANID considere de qué macrozona son los investigadores que se adjudican los fondos y en dónde serán ejecutados los proyectos, pudiendo destinarse más fondos para investigación en las zonas extremas. Así mismo, considerar más fondos para líneas de investigación nuevas y que no cuentan con infraestructura para el desarrollo del proyecto, ni con capital humano capacitado, debiendo invertir parte de los recursos en ello”.

La continuidad en el tiempo de estos proyectos sólo se verá beneficiada con el apoyo de capital humano especializado que idealmente se quede en la región, añade la investigadora.

“Somos pocos los investigadores que estamos trabajando en paleontología en Magallanes (contados con una mano) y la Región de Magallanes se destaca a nivel nacional por la gran cantidad de localidades fosilíferas, lo que constituye -como se ha demostrado recientemente con la publicación de Nature de los colegas de la Universidad de Chile y del INACH - que esta región se puede consolidar como un punto caliente a nivel mundial para el estudio paleontológico de biotas del pasado y resolver preguntas trascendentales respecto a su evolución y extinción”, subraya.

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