Columna de Ascanio Cavallo: Tema de los dos traidores

Juan Guaidó

Hace 20 años, nadie habría imaginado que la alegre Venezuela se iba a convertir en el fantasma con cadenas que es hoy. Nadie habría imaginado que parte de la comunidad democrática de Occidente, incluyendo al Grupo de Lima, propiciaría un golpe militar. Quizás alguien sí se habría cuestionado lo que nadie parece preguntar hoy: ¿A dónde lleva ese camino? Parece improbable que, después de contener varios cuartelazos, los militares venezolanos corran a ponerse a disposición de Guaidó.


El 31 de enero de este año, la revista Foreign Affairs publicó un artículo titulado "Cómo Sudamérica cedió el campo en Venezuela", cuyo autor, Olivier Stuenkel, sostenía que la diplomacia del continente, empezando por la brasileña, han perdido influencia sobre la crisis venezolana a manos de cuatro fuerzas extrarregionales: Estados Unidos, China, Rusia y Cuba. Tres meses más tarde, el Grupo de Lima, reunido en Santiago, admitió esta situación al requerir el cese del apoyo a Maduro por parte de Rusia, China y Cuba, a los que agregó a Turquía. La semana pasada, el deslenguado secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, reveló que la salida de Maduro estaba acordada y que Rusia la detuvo el mismo martes 30 de abril.

Así están las cosas. Ni el creativo Grupo de Lima, ni el prudente Grupo de Contacto, ni el invisible Mecanismo de Montevideo, ni mucho menos el neonato Prosur están teniendo mucho peso en lo que ocurre en Caracas. Ruido, sí.

Pero con poco ruido, Putin ha logrado que Cuba y Venezuela equiparen lo que Estados Unidos le hace en Siria y el Báltico y tiene el control indirecto de los militares venezolanos a través del armamento que le canjea ya no solo por petróleo, sino directamente por los pozos. China es el mayor acreedor de Venezuela: estimaciones conservadoras calculan que tiene unos 62 mil millones de dólares "invertidos" en Caracas, algo así como la mitad de la deuda externa que Venezuela reconocía hasta el 2015, cuando dejó de informar sus cifras. ¿Y Turquía? Es el principal comprador del oro venezolano, cuyas reservas ya estarían en un cuarto de lo que eran en 2014. Cuba no tiene dinero para prestar, pero maneja la cúpula del chavismo y, sobre todo, de sus Fuerzas Armadas. Es la improbable coalición de los inciviles maestros de ceremonias Putin, Xi, Erdogan y Castro.

De modo que la derecha sudamericana, gobernando la mayoría de sus países, hace más ilusionismo que política regional. Esta semana, el presidente encargado Juan Guaidó se embarcó en una especie de golpe de Estado lento y el Grupo de Lima se apresuró a denominarlo "cívico-militar" (¿es que ya no tiene resonancias en Chile ese concepto?) con un llamado explícito a que las Fuerzas Armadas se rebelen contra Maduro. Por su lado, la oposición venezolana estudia todos los días el Artículo 187 (11) de la Constitución chavista, que permite que la Asamblea Nacional autorice misiones militares extranjeras en territorio venezolano. No piensa en una misión de militares del Grupo de Lima o Prosur, ni de los gobiernos de derecha que la exaltan, sino derechamente en una invasión de marines. La desesperación puede pensar lo impensable.

La izquierda del continente lo tiene aún más difícil. Ya es mucho soportar la torpeza iletrada de Maduro como para aceptar, además, el viento derechista que moviliza a Guaidó y a los líderes de la insurrección antibolivariana. Y, del otro lado, ¡Putin, Xi y Erdogan! La consigna en contra del imperialismo norteamericano se autofagocita si hay que defender a tales defensores.

Pero si la izquierda ha de deducir alguna lección, no ha de ser de Maduro, sino de su origen, el "comandante eterno", Hugo Chávez (que es, de paso, el firmante de 14 de los 15 bonos soberanos que tienen a Venezuela con la deuda más alta de la historia). Chávez murió en el momento justo en que el país iniciaba su recesión y bastante antes de que cayera en el default endémico en que está ahora.

Pero es inicuo pretender que con él las cosas habrían sido distintas. Mientras dispuso de petróleo, se dedicó a firmar generosos (y oscuros) contratos petroleros con el Caribe y con Brasil y Argentina, además de controlar los gobiernos de Bolivia y Ecuador. Fue el mayor bocazas del hemisferio, pero tuvo que ser el rey de España quien lo hiciera callar. Lula, el matrimonio Kirchner, Pepe Mujica lo trataron con interesada condescendencia. La izquierda chilena se salvó solo porque el comandante se atravesó con Ricardo Lagos, al que detestaba con sincera intensidad. Después patronizó a la Presidenta Bachelet en todas las fotos oficiales (y nadie reclamó por ello), aunque quizás ya era demasiado tarde para meter las manos un poco más allá del senador Navarro, que renunció al PS precisamente durante ese gobierno.

De modo que, con la excepción consuetudinaria del PC y de sectores del Frente Amplio, la izquierda chilena está relativamente libre del influjo chavista. Estaría en condiciones razonables de clamar por una restauración democrática en Venezuela. Pero ha enmudecido. Solo saca la voz para impugnar las iniciativas del Presidente Piñera y la dedicación personal del canciller Ampuero. ¿Cuánto le costará esto en el futuro cercano?

Hace 20 años, nadie habría imaginado que la alegre Venezuela se iba a convertir en el fantasma con cadenas que es hoy. Nadie habría imaginado que parte de la comunidad democrática de Occidente, incluyendo al Grupo de Lima, propiciaría un golpe militar. Quizás alguien sí se habría cuestionado lo que nadie parece preguntar hoy: ¿A dónde lleva ese camino?

Parece improbable que, después de contener varios cuartelazos, los militares venezolanos corran a ponerse a disposición de Guaidó. Si es que llegan a la conclusión de que Maduro es un obstáculo, es poco verosímil que lo despachen para reconocer a un presidente encargado sin armas. Y un régimen militar podría ser una gangrena como lo fueron García Meza para Bolivia o Noriega para Panamá.

Para evitarlo se necesita un traidor. Alguien que se desprenda de Maduro y los cubanos y toda la costra del chavismo, de un día para otro, con el mínimo de riesgo y el máximo de eficacia política. Se necesita que el traidor tenga el coraje de decir que actúa por el futuro de su patria y usar toda esa cacharrería que se inventaba Chávez.

Y luego se necesitará otro traidor para repartir amnistías entre el mismo chavismo y los que han desvalijado el país, alguien que reprima la sed de venganza y esté dispuesto a entregar perdonazos aunque tengan sabor a ricino, y se aguante 10 años antes de poner la primera querella por los muertos sobre los que camina la legión bolivariana.

De eso se tratan las transiciones.R

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