Película: Pesadilla americana
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Lo primero que hay que decir de Vivir al límite: es un tapaboca a los críticos que se solazan escribiendo sobre "cine femenino" cada vez que hay una mujer tras la cámara. La apuesta de Kathryn Bigelow (Punto de quiebre) fue retratar a un grupo de tipos que probablemente tienen el trabajo más peligroso del mundo: desactivar bombas en Irak.
Y claro, se trata de soldados norteamericanos en medio de una guerra cuyas secuelas podemos seguir al toque en CNN. Pero lo que vemos es la trastienda de ese conflicto, atravesada por una idea que la directora coloca a modo de epígrafe al inicio de la cinta: "la guerra es una droga". Acá, por momentos, se respira esa misma sensación de enajenación que provocaban esos helicópteros avanzando al ritmo de Wagner en Apocalipsis Now. Porque si el infierno existe, debe ser algo muy parecido a lo que pasa en Irak.
Bigelow está más cerca de Kubrick que de un Oliver Stone, y como suele ocurrir en las buenas películas de guerra, los mejores momentos de Vivir al límite no están en las explosiones ni en las escenas de acción. Lo más conmovedor es cuando la cámara de Bigelow muestra los tiempos muertos de la guerra: de noche, con estos hombres solitarios jugueteando y compartiendo sus recuerdos.
Con sus muy merecidas 9 nominaciones al Oscar, incluyendo la de Mejor Película, Vivir al límite está llamada a convertirse en el epítome de las películas sobre Irak. Incómoda, entretenida y filmada con un vértigo pocas veces visto.
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