Revista Que Pasa

La impostora

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Parece que al fin Woody Allen se cansó de turistear y de sus paseos banales por París, Barcelona y Roma para dedicarse a lo que todos esperamos del hombre que alguna vez dirigió Manhattan y Crímenes y pecados: hacer buenas películas.

En Blue Jasmine, su última cinta, Nueva York y Los Ángeles son apenas los destellos del mundo en crisis de Jasmine (Cate Blanchett), una mujer que de un día para otro pasa de una opulenta vida con departamento en Park Avenue y casa en los Hamptons a la quiebra, al quedar al descubierto los turbios negocios de su marido (Alec Baldwin). En la ruina, pero con la dignidad intacta, la elegante Jasmine viaja a Los Ángeles para refugiarse en la casa de su hermana (la gran Sally Hawkins de Happy-Go-Lucky, de Mike Leigh), una mujer sencilla que mantiene una relación con un mecánico más bien vulgar. 

Más que pasearnos por L.A., Allen indaga en la conflictiva relación entre las dos hermanas (ambas son adoptadas, explica forzadamente el guión), pero sobre todo, gasta sus energías en mostrar la progresiva caída material y existencial de Jasmine. Tal como el arribista protagonista de Match Point o el escritor fracasado de Conocerás al hombre de tus sueños, Jasmine es una impostora (en verdad se llama Jeanette) y toda su vida de rica neoyorquina ha sido una gran fachada, pero esta vez no hay redención posible. Hasta en Alice la protagonista lograba reinventar su vida, pero curiosamente ahora Allen no tiene piedad con Jasmine. Y así, más sombrío que nunca, el director termina prefigurando a la Jasmine de Cate Blanchett como una suerte de Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo. Una mujer amarga, con un pasado esplendoroso del cual sólo quedan fogonazos, y un futuro cada vez más decadente.

"Blue Jasmine", de Woody Allen.

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