Arquitecto Pauly: un refugio

Calle Arquitecto Pauly
Calle Arquitecto Pauly

Escapamos a sitios que sirven de asilo, escondite, refugio. Espacios reales -veredas, fachadas o paisajes- que nos ayudan a salir de circulación.


Cada uno tiene un mapa sentimental de la ciudad. Una cartografía que remite a lugares que nos marcaron emocionalmente. Esquinas que evitamos pasar, otras que indagamos. Algunos traen recuerdos, otros evocan atmósferas o consignan momentos que nos infligieron dolor. Hay paraderos en los que dejamos pasar las micros imbuidos en un aburrimiento triste, perspectivas de ciertas calles o plazas que nos agitan la respiración.

Peter Handke, en el libro Ensayo sobre el lugar silencioso, escribe sobre la necesidad que tenemos de buscar quietud en medio del ruido. En ocasiones, sentimos el impulso de hacer un alto en el devenir. Escapamos a sitios que sirven de asilo, escondite, refugio. Espacios reales -veredas, fachadas o paisajes- que nos ayudan a salir de circulación. El gusto por aislarnos se mezcla con el ansia de sacudirse de un afuera que se impone físicamente. Handke lo explica en su estilo: "Más llamativo aún era el hecho de que uno, sin propósito ni plan, solo sacándolos de sí mismos, pudiera crear lugares silenciosos, de vez en cuando, en medio del tumulto (precisamente en el tumulto), en medio de la cháchara que a veces mataba el espíritu de un modo incomparablemente más fuerte que el mismo tumulto. Estos lugares se levantan como edificios que lo protegen a uno".

La calle Arquitecto Pauly es un rincón donde me oculto para prescindir del bullicio y el exceso de interrupciones. Está ubicada en la comuna de Providencia, entre Diego de Almagro y Guillermo Acuña. Es una cuadra de casas con antejardines. A la entrada hay un edificio de dos pisos moderno, con una escalera a la vista. Siempre me llamaron la atención esos departamentos, quizás porque me habría gustado vivir ahí. Era una fantasía que tuve de estudiante. Con unos amigos vagábamos por los alrededores del Campus Oriente, como peripatéticos. Y al final del trayecto terminábamos en el Bahamondes, un mítico bar situado en la calle Aguilucho. La independencia en esos años era un deseo intenso. Estaba entre los anhelos adolescentes. Alejarse de los padres para tener una existencia libre permitía asumir costumbres que estaban vedadas.

Desde esos años no he dejado de visitar esa dirección. No conozco a nadie que viva ahí, lo que es un alivio. Me gustan los ciruelos y el follaje que sale de los jardines. Nunca hay agitación. Los vecinos riegan, entran y salen de sus viviendas, lo que permite observar brevemente el interior de estas. Son residencias amplias, sin ostentación. La belleza está lejos de constituir lo central de esta calle. Es la tranquilidad, la falta de gritos y aullidos, su mayor característica. Hace unos veranos salía a dar vueltas en auto a las horas de mayor calor en pleno febrero. Solía terminar en Arquitecto Pauly. Dejaba el motor prendido con el aire acondicionado, mientras fumaba y tomaba Coca Cola Light escuchando música.

En ese estado contemplativo noté una peculiaridad del sector: una estética con tipologías bávaras, austríacas, en determinadas casas. Luego averigüé que Helmut Pauly Gleisner -quien le da nombre a la calle- fue el responsable de esas influencias en el tramo Suecia, Los Leones, Austria. La importancia de estos rasgos es menor, salvo en detalles a los que un ocioso podría atender, como las cornisas, los encuadres de los techos y las rejas con motivos. A lo que se le suma la importancia de las enredaderas, las buganvilias, los ladrillos y la madera gruesa de las puertas de entrada. Da la impresión de que son casas por las que han pasado generaciones con miradas opuestas sobre la decoración. Unas más rebuscadas que otras. Pero lo inmutable, el aura serena que la identifica, no se ha alterado.

He visitado esta calle de noche: es oscura. Se llega a ella por razones melancólicas o amorosas. El silencio se acentúa. Se escuchan pasos, el crujir de las bisagras y ecos de conversaciones. Se ven pocas luces encendidas en los interiores. Uno tiende a sospechar que la vida puertas adentro acaba temprano. Si se apaga o prende la luz de una ventana se modifican las sombras del exterior.

En las inmediaciones hay plazas y servicios. La vida a pie es una posibilidad amable. Hay una feria cerca y locales dedicados a los quesos, empanadas y al pan. Los autos tipo jeeps de lujo y camionetas no se divisan. La ostentación está ausente. Tampoco existe el afán por la austeridad. Lo íntimo y cómodo priman. Eso explica la altura de las murallas, las puntas de las rejas. Más que mostrar miedo al exterior, se observa una aspiración por cuidar lo interno. Aquello que sucede en la familia no se ventila, se infiere del sosiego que está en el aire.

Más de algún personaje de José Donoso podría habitar en Arquitecto Pauly. Tal vez me equivoco, pero no se nota el rastro de jóvenes en esta calle. Sí de parejas, de adultos, de gente mayor que pasea. Es probable que visiten el café Rende Bú, unas cuadras más allá. Los que hemos descubierto la tenue soledad que inunda esta calle nos limitamos a gozar de la contemplación que promueve su calma.

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