“No sabía nada sobre la vida”: James Hetfield, los demonios de un héroe del silencio en Metallica

Silencioso y tímido, el líder de Metallica, una de las bandas más ruidosas del planeta, llegó a la música casi por accidente, pero esta no solo le proporcionó fama y fortuna, sino el refugio necesario en las horas más difíciles de su carrera, cuando el alcohol amenazó con ahogar su fibra creativa. En Culto repasamos la vida del músico en sus propias palabras.


La música llegó casi por accidente. Uno que al joven James Alan Hetfield, un muchacho nacido en Downey, California en agosto de 1963, le dio voz. Las biografías disponibles lo retratan como un joven tímido, taciturnio y retraído, criado un hogar regido por un padre camionero, profundamente conservador, religioso y alcohólico. Por ello su madre, quien había sido diseñadora y cantante lírica, decidió inscribirlo en clases de piano.

“Empecé a tomar clases de piano cuando tenía unos ocho años porque mi madre me vio básicamente tocando la batería en un piano en la casa de alguien una vez y pensó: ‘¡Oh, es músico!’ Así que tomé algunas lecciones en la casa de una anciana, que apestaba, pero al final me dio galletas”, relató la voz de Metallica al portal Music Radar.

Pero aquellas galletas le abrieron una puerta. De las piezas de compositores clásicos del pasado encarnados en antiguos daguerrotipos, el joven James pasó directo al rock sudoroso y real de Black Sabbath, gracias a la colección de discos de su hermano mayor.

“Sabbath fue la banda que puso la palabra heavy en mi mente. El primer álbum de Sabbath era de mi hermano, y me lo ponía a escondidas en su tocadiscos. No me estaba permitido tocar nada suyo, pero lo hice, y ese primer disco de Sabbath se me metió en la cabeza. Si oías la primera canción, ‘Black Sabbath’, sentados a oscuras con los auriculares puestos, te acojonabas. Luego entra el riff del Diablo, ¡y ya eres suyo!”, recuerda en la biografía Nacer, crecer, Metallica, morir, de Paul Brannigan e Ian Winwood.

Black Sabbath

De allí el paso a la guitarra fue natural y no había que soportar ancianas y ni galletas. “Mis hermanos, que son 10 años mayores que yo, estaban en bandas en ese momento, así que siempre había una batería, un piano y una guitarra en la casa -cuenta James-. Eran como juguetes. Me encantaba el rock duro, así que tomé la guitarra”.

Entre baterías y guitarras

Pero mientras el sueño americano se derrumbaba con la crisis del petróleo, el fiasco de Vietnam y los convulsos setentas, el matrimonio Hetfield acababa con una carta del padre anunciando que no regresaría. Con sus hermanos mayores ya emancipados, al joven James le cayó la pesada carga de convertirse en el “hombre de la casa”. Un peso que le agobiaba y del que encontraba alivio solo en la música. Aquellos días, dice, acabaron por definir su estilo.

“Tenía el oído bastante desarrollado por las clases de piano, así que sabía si desafinaba o no, si sonaba bien o no -cuenta Hetfield-. Siempre me gustaron los riffs densos y rotundos. También me atraían los ritmos y la percusión, porque había estado enredando con la batería. Todo el estilo rítmico vino de la percusión, porque golpeaba las cuerdas de la guitarra igual que una batería”.

De hecho, en esos primeros días, James muchas veces dejaba la guitarra en una esquina para ocupar el lugar en el sillín y aforrarle duro a los platillos y los tambores. “Me encanta tocar la batería, así que muchos de los ritmos vienen de ritmos que tengo en la cabeza. Muchas veces, cuando estás haciendo un ritmo y la batería toca exactamente ese ritmo, es menos efectivo. Lo veo mucho en ciertas bandas en estos días: ‘aquí está el riff de guitarra y el bombo y la caja están haciendo exactamente lo mismo’”.

Esos años también definieron otros gustos. De esos tiempos radica el interés de Hetfield por las películas de Clint Eastwood, el prototipo del tipo duro, el que después llevó a Metallica con la archiconocida introducción de The Ecstasy of Gold, la pieza que ilustra parte de la secuencia del cementerio en El bueno, el malo y el feo, con la que abren todos sus conciertos; como si ello, lo vinculara con aquellos viejos días en que eran otros quienes tenían el protagonsimo.

“No recuerdo la primera vez que lo vi. Me hice fan de Clint Eastwood desde pequeño (...) fue uno de mis primeros mentores en la pantalla. Lo quería imitar. Era el tipo duro, fresco y tranquilo -detalló en el marco del festival Mill Valley Film Festival-. Cada uno de los personajes tenía su propia técnica de supervivencia: cómo cruzaban el desierto, la guerra, cómo luchaban por su vida... todos tenían su propia manera de hacer las cosas. Y ya sabes, Clint era el mejor”.

Un enemigo silencioso

Tiempo después vino el momento en que cambió su vida. Bastó responder a un aviso en el periódico para reunirse por primera vez con un joven danés flacucho, exaspirante a tenista profesional, pero con una exagerada confianza en sí mismo. Lars Ulrich por entonces tenía más entusiasmo que habilidad para la batería y la sesión resultó un fiasco nada memorable. Pero al tiempo después, la posibilidad de aparecer en un compilado -gracias a la labia de Ulrich- derivó en la creación de Metallica -cuyo primer logo fue diseñado por James-. Ya no había vuelta atrás.

Pero no fue sencillo. “En ese momento, Hetfield era la persona más tímida con la que me había cruzado en toda mi vida -recuerda Ulrich en la mentada biografía-. Le costaba horrores decir un simple hola y le era del todo imposible mirar a los ojos. Era supertímido y le incomodaba estar con gente. Recuerdo cuando conoció a mis padres: lo veías casi ocultándose, de tan retraído”. Y eso que era el cantante del grupo.

Más aún con una tentación siempre rondando. Las juergas regadas de cervezas -muchas cervezas- y discos de heavy metal sonando a tope, la granjearon a Metallica el apodo de Alcoholica. Ello le costó el puesto al guitarrista Dave Mustaine en un episodio que dejó algunas heridas y un rencor que después el rubicundo decantó en la formación de Megadeth. Pero el fantasma del alcohol rondó a James durante años.

Metallica en 1989. De izquierda a derecha: James Hetfield (voz, guitarra), Lars Ulrich (batería), Jason Newsted (bajo) y Kirk Hammett (guitarra). Foto por: Paul Natkin/WireImage

Pero hacia el cambio de milenio las cosas cambiaron. Metallica era un monstruo de estadios, un coloso del rock que acababa de salir de dos discos -Load y ReLoad- que los fans más acérrimos detestaron, pero compraron de igual forma, y además se permitieron cruzar una barrera con la grabación de S&M, un experimento que los reunió con la Sinfónica de San Francisco, al mando de Michael Kamen -quien había escrito la partitura para Nothing Else Matters-. Pese a todo había una sensación de insatisfacción que acabó de estallar durante las sesiones para St.Anger.

Por esos días, James había sido el impulsor de la expulsión de Jason Newsted de la banda, su eterno chivo expiatorio. Pero solo con Lars y Kirk Hammet de aliados las cosas no mejoraron. Los días pasaban y su ánimo decayó, mientras el alcohol consumía sus menguadas energías. De hecho, reconoce que se perdió el cumpleaños de uno de sus hijos por sumarse a una expedición de cacería de osos en Rusia, por supuesto, regada con generosas raciones de vodka local.

“Me siento culpable de que no estoy inspirado todo el tiempo -cuenta en el filme Some Kind of Monster, algo así como el Let it be de Metallica-sobre todo cuando todos los demás lo están. Es decir, llegamos al punto en que oímos la canción dos veces en ProTools y sé que Bob [Rock, el productor] vendrá a pedirme alguna idea para la letra. Mierda. Me daba terror el proceso”.

En esos días, James se alejó del proceso para hacerse cargo del problema e ingresar a rehabilitación. Pero tras algunas vueltas en que no se supo que podría pasar, finalmente regresó para terminar el disco; uno de los más crudos, con una batería casi de garage y sin ningún solo de guitarra. Luego vino una era en que aprovecharon de tributar en vivo a algunos de sus discos más legendarios y además de grabar discos (como Death Magnetic) que de alguna manera dialogaban con el espíritu de aquellos días de canciones más largas e intrincadas que habían seducido a generaciones de jóvenes alrededor del orbe.

Metallica en la actualidad. De pie: Lars Ulrich, Robert Trujillo y James Hetfield. Sentado: Kirk Hammett.

“Cuando éramos jóvenes nuestros únicos fans eran nuestros amigos y todos vivíamos las mismas luchas -le dijo a La Tercera en 2017-. Ahora estamos todos más viejos y es maravilloso pasarle la música a nuestros hijos, y luego ellos a sus hijos. Ver tres generaciones en nuestros shows es increíble. Aunque yo jamás habría ido a un concierto de Metallica con mi padre o madre”.

Pero siempre había tiempo para reflexionar sobre esos días más complejos.“Ir a rehabilitación me enseñó sobre las prioridades”, le contó a Kerrang! en 2003. “He estado en Metallica desde que tenía 19 años, lo que puede ser un entorno muy inusual, y es muy fácil encontrarse sin saber cómo vivir fuera de ese entorno, que es lo que me pasó a mí. Yo no. No sabía nada sobre la vida. No sabía que podía volver a casa y vivir una vida familiar. No sabía que podía vivir mi vida de una manera diferente a como era en la banda desde que tenía 19 años, que era muy excesivo y muy intenso. Y si tienes un comportamiento adictivo, entonces no siempre tomas las mejores decisiones por ti mismo. Y definitivamente no tomé las mejores decisiones por mí mismo”.

Pero la pesadilla volvió.

En septiembre de 2019, tras grabar un segundo S&M (más arriesgado y que incluyó una sección en que la banda hizo las cambiadas con la orquesta y tocaron música de Alexander Mosolov) Metallica debió cancelar una gira que pasaba por Nueva Zelanda y Australia, debido a una recaída de Hetfield con su rival más enconado. “Dos o tres días después de [grabar] S&M2 , me dijeron que James tenía algunos problemas y que tenía que ir y lidiar con eso, y nadie en ese momento realmente sabe lo que eso significa”, detalló Lars, el eterno socio, a la revista So What, del fan club oficial del grupo.

“Hablamos un par de veces -agregó-. Estábamos enviándonos mensajes de texto. Empezamos a tener más claridad, quiero decir, estamos llegando a los 40 años aquí. Te rindes a los elementos. Es parte del viaje y, obviamente, ninguno de nosotros está oficialmente casado”, agregó el baterista.

Y allí, una vez más, Hetfield volvió a enfrentarse a sus demonios. Ingresó a rehabilitación esa temporada y volvió a reaparecer en público el 31 de enero de 2020, con ocasión de una exhibición de su colección particular de autos de lujo. Y pese a la pausa de la pandemia, y la idea de volver a grabar con sus compipas -en sesiones vía Zoom- el músico ha detallado en algunas contadas entrevistas como finalmente, es la música lo único que lo acabó por sostener.

“La música me ha salvado la vida todos los días -señaló en charla con Kerrang, el 2021-. Ha sido una pasión mía desde los primeros tiempos. La música ha sido una salida para mí, ha sido una conexión, ha sido mi mejor amigo durante toda mi vida”.

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