La batalla increíble por la música chilena

Desde hace más de una década, la gran lucha de los músicos nacionales apunta a recuperar los derechos fonográficos de sus discos, o sea, aquellos que permiten publicarlos y comercializarlos. Muchos han llegado a tribunales y han tenido como protagonista a Pedro Valdebenito, un ingeniero dueño de una parte importante del patrimonio musical del país. El hecho ha dado pie a situaciones insólitas o a que los más grandes álbumes chilenos no estén disponibles en ninguna parte. El caso más emblemático lo encarna Violeta Parra.


Violeta Parra estaba furiosa. Atormentada por la separación de su gran amor, el antropólogo suizo Gilbert Favre, y por la escasa repercusión de su proyecto La Carpa de La Reina, llegó en agosto de 1966 hasta las oficinas del sello EMI Odeon para mostrar sus nuevas canciones. Era la casa discográfica donde había grabado casi la totalidad de su obra. Pero -visceral como toda su vida- una serie de nuevas condiciones simplemente no le parecieron y pegó el portazo por fuera.

Se fue caminando desde la sede de la compañía en calle Brasil hasta la oficina de su competencia directa, RCA Victor, en Matías Cousiño, para negociar con ellos la salida de su siguiente álbum. No había tiempo que perder, su decisión tenía carácter de irreversible. Habló con la secretaria y le exigió contactar al jefe de la disquera. “Efectivamente, me llama mi secretaria para decirme que Violeta Parra había llegado y que quería hablar conmigo. Yo justo iba saliendo a un almuerzo y no la conocía. Pero le dije que tenía cinco minutos para atenderla. Lo único que sí sabía era que ella vendía pocos discos, vendía menos de 300 copias, y a mí me aceptaban 500 como mínimo para grabar a alguien”, rememora hoy Jorge Rencoret, en ese entonces gerente de marketing y ventas de RCA Victor.

Luego sigue: “Estaba bastante ajada, embarrada, venía muy desaseada. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que venía furiosa porque en EMI no la habían dejado grabar sus nuevas composiciones. Y que había firmado una especie de salvoconducto que le permitía liberarse de ese sello para firmar con otro. Quería mostrarme a mí las nuevas canciones, para ver si me interesaban. Como tenía poco tiempo, mandé a pedir una guitarra y le comenté: ‘Muéstreme un solo tema’”.

Parra tomó la guitarra y cantó Gracias a la vida.

“Yo estaba en mangas de camisa y se me pusieron los pelos parados. Nunca en la vida me había pasado algo así. Era una canción fuera de serie. El agradecimiento a la vida más bello que yo haya escuchado”, remata Rencoret.

El contrato lo firmaron casi de inmediato y dio paso a Las últimas composiciones de Violeta Parra, álbum aparecido en noviembre de 1966 y que se convirtió en su canto de cisne antes de su suicidio, en febrero del año siguiente, con canciones como Volver a los 17, Run Run se fue pa’l norte, El Albertio y, naturalmente, Gracias a la vida.

Fue la última gran decisión de su carrera. Y también la que hoy sigue generando réplicas: desde hace más de una década, el trabajo representa una de las batallas más increíbles de las que tenga memoria la cultura popular chilena. Una disputa que por un lado tiene a su hija mayor, Isabel Parra, presidenta de la Fundación Violeta Parra y quien recibe los derechos autorales de la artista, y por el otro, a Pedro Valdebenito, un ingeniero eléctrico de 80 años dueño de los derechos conexos del álbum, o sea, aquellos que permiten publicar, comercializar y explotar un fonograma. En términos simples, él es el “dueño” del disco.

Eso sí, ninguno de ellos puede publicar el título sin autorización del otro. Y en los últimos años, no se ha llegado a un acuerdo que permita editarlo. Por lo mismo, el testimonio más relevante y emotivo alguna vez grabado por un artista en el país hoy no está disponible de modo oficial en ningún formato ni nadie puede escucharlo tal como fue concebido. Figura así en un limbo, en un insólito nudo ciego, un tira y afloja sin salida. Si se trata de ejemplificar, es como si una producción de The Beatles no pudiera ser publicada en Inglaterra, o como si una pieza seminal de Bob Dylan no estuviera disponible en Estados Unidos.

El conflicto ha reflotado en los últimos días luego de que Valdebenito entablara una querella criminal contra la Fundación Violeta Parra ante el Octavo Juzgado de Garantía de Santiago, debido a que la entidad publicó en 2017 sin su permiso una edición en CD de Las últimas composiciones que se vendía en el museo dedicado a la cantante en calle Vicuña Mackenna -el que ya no existe-, pero con otra carátula y con dos temas extras. La acción judicial se remitió a la fiscalía local de Ñuñoa y se despachó una orden de investigar distintas diligencias a la Bridepi (Brigada Investigadora de Delitos de Propiedad Intelectual).

Valdebenito dice en el texto que tal versión en CD es derechamente pirata y que vulnera la Ley de Propiedad Intelectual, calificándolos de “responsables del delito de reproducción, comunicación pública, modificación y comercialización de copias no autorizadas del fonograma que contiene la obra musical Las últimas composiciones de Violeta Parra...”.

Pedro Valdebenito.

En conversación con este medio, Valdebenito asegura que la querella tiene varios propósitos, pero uno de los principales es llegar a un acuerdo para que el álbum pueda ver la luz del modo más formal posible, quizás como el último gran proyecto de su vida. “Pero también la querella busca otras cosas. Primero, que (Isabel Parra) la corte con la difamación. En algunos medios me ha tratado de ladrón, de discípulo de Pinochet, de que yo me robé el master de este disco, de que yo me lo hice de forma fraudulenta. También apunta al pirateo que ella hizo del álbum. Eso estuvo muy mal y debe haber una sanción. Pero, sobre todo, me gustaría establecer que la adquisición de este fonograma por mi parte fue de modo totalmente legal”, resume.

Los abogados que representan a Valdebenito subrayan que el objetivo único de la querella es que se apliquen las sanciones correspondientes que establece el Código penal ante el “pirateo” del registro.

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Pedro Valdebenito se inició en 1964 como diseñador de televisores de la empresa RCA Victor, compañía que se nacionalizó en 1971 bajo el gobierno de Salvador Allende y que pasó a llamarse IRT. Con la marcha de las décadas, impulsó una serie de movimientos que le permitieron ir de a poco adquiriendo el inmenso catálogo musical de la firma, una de las más importantes del siglo pasado en el cancionero nacional. Primero, en 1988 compró su planta de duplicación de casetes. En 1991, los dueños le licenciaron parte de su repertorio, el que repartió en multinacionales como BMG y EMI.

Ahí tuvo su primer contacto con Las últimas composiciones de Violeta Parra, ya que el disco formaba parte de ese lote, al ser el único que la cantautora grabó con la discográfica. Para poder licenciarlo, llegó a un acuerdo con la propia Isabel Parra ese mismo año 91, donde se establecía el pago de las regalías correspondientes. “O sea, durante ese período con Isabel Parra nosotros fuimos socios y explotamos conjuntamente el álbum sin problemas”, precisa Valdebenito.

Pero en 1996, IRT llegó a su fin, liquidó todo lo que poseía y Valdebenito aprovechó de dar el gran golpe: por $ 345.106.444 compró todo el catálogo de la empresa y se convirtió en su propietario absoluto. En esa adquisición se cuentan casi tres mil master que cubren desde 1933 hasta 1980, y que contienen casi toda la diversidad de música chilena concebida en el siglo XX. ¿Ejemplos? Diecisiete fonogramas de Tito Fernández, una decena de Margot Loyola, un par de Los Jaivas, otros de grupos de rock como Los Vidrios Quebrados, Panal o Congregación y, naturalmente, la gran joya de la corona, el disco final de Violeta Parra.

Bajo ese escenario, Valdebenito ya no debía llegar a acuerdos con nadie para comercializar tales títulos. Ante ello, Isabel Parra decidió en 2006 demandarlo en el Segundo Juzgado Civil de San Miguel por el concepto de apropiación de obra, litigio que culminó siete años después y que obligó al funcionario a pagarle a la intérprete $ 4 millones por derechos artísticos y $ 14 millones por derechos morales. Y, además, tal resolución estableció un elemento clave: desde ese momento, Las últimas composiciones de Violeta Parra también debían contar con la autorización de Isabel Parra para editarse.

Isabel Parra. Foto : Andres Perez

“Esa resolución fue insólita, porque en ninguna parte del mundo el dueño del fonograma va a pedirle permiso al artista para sacar un álbum”, reclama Valdebenito. Tal precedente ha precipitado que hoy el disco esté en tierra de nadie. El productor sigue: “Ojalá Dios ilumine a la compañera y ella permita que se pueda solucionar el tema, reconociendo que se ha equivocado al inundar el país con mentiras hacia mi persona. Debería permitir que el disco salga de la mejor forma, o lo podemos trabajar juntos sin problemas. Pero lo que ella quiere es adueñarse completamente del álbum, ser ella la que controla todo, y eso no se lo voy a permitir”.

Contactada por Culto, Isabel Parra a través de sus representantes aseveró que no quería participar de este reportaje. Sus cercanos cuentan que está “muy afectada” por lo que está sucediendo con el tema.

De todos modos, hoy existe una forma inaudita de escuchar Las últimas composiciones: el álbum está “escondido” de forma desordenada y aleatoria en un disco compilatorio de 98 canciones titulado Toda Violeta Parra: el folklore de Chile, y que está disponible en Spotify. La querella de Valdebenito también apunta a la Fundación Violeta Parra como responsable de esta maniobra, que considera ilegal.

Por otro lado, la propiedad del ingeniero eléctrico sobre el álbum se extiende por 70 años desde la publicación del fonograma. O sea, recién en 2036 quedará liberado de sus derechos fonográficos y será de dominio público.

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Pero el nombre de Pedro Valdebenito no se agota en Violeta Parra. Su presencia en la escena chilena es tan esencial como incómoda. Dentro de su catálogo comprado a RCA Victor/IRT estaban los cinco primeros discos de Fernando Ubiergo, los que Valdebenito podía publicar y distribuir a su antojo.

El propio Ubiergo se dio cuenta en 1999 -cuando editó el álbum Los ojos del mar-, que en paralelo en las disquerías habían compilados de sus grandes éxitos en los que él no había tenido ninguna clase de participación. Y mientras su disco más reciente costaba $ 9 mil, el que resumía su carrera se comercializaba a $ 2 mil. O sea, se daba una situación insólita: sin haberlo buscado, tenía que competir consigo mismo. “Era extrañísimo: yo sacaba un nuevo álbum, pero mi catálogo era mi peor enemigo. Tenía mucha rabia, lo encontraba impresentable”, rememora el hombre de El tiempo en las bastillas.

Fernando Ubiergo. FOTO: PABLO OVALLEISASMENDI/ AGENCIAUNO

Hastiado de la situación, hace poco más de una década decidió demandar a Valdebenito por concepto de daño moral y patrimonial. Y le ganó el juicio en tres instancias. La resolución obligaba al productor a pagar una suma millonaria, pero ambos llegaron a un acuerdo: Valdebenito le devolvió todos los master correspondientes a Ubiergo para que desde ese momento él fuera el titular perpetuo de su obra. No hubo ningún monto de por medio, sino que sólo la restitución del material al cantante. “A mí no me interesaba a plata. Lo que quería era recuperar mis discos, para yo poder darles el uso que quisiera. De mi parte no hay rencor”, cuenta Ubiergo, quien ya ha subido varios de esos trabajos a plataformas digitales.

Con Illapu la suerte fue distinta. Valdebenito es “dueño” de su disco Raza brava (1977), grabado para IRT y que tiene canciones como Amigo y Paloma Ausente. El propio promotor decidió hace unos años licenciar parte de esas canciones para distintos compilados de Illapu que, por ejemplo, se vendían con los diarios en los quioscos.

El conjunto no estuvo de acuerdo y se querelló contra él. Pero Valdebenito ganó la arremetida judicial. “Les fue mal, porque la justicia reconoció que como productor del fonograma no tenía por qué pedirles permiso a ellos para sacar el álbum o las canciones. El disco es mío 100%”, recalca Valdebenito. Illapu no quiso emitir declaraciones al respecto para esta nota. Hoy, Raza Brava, una de las entregas fundamentales de la agrupación, no está disponible en ninguna parte.

Con Los Jaivas, el diálogo fue más distendido. Valdebenito es propietario de los derechos conexos de su segundo disco, La ventana, grabado para IRT y donde asoman clásicos como Todos juntos y Mira niñita. De hecho, el grupo se dio cuenta de que su dominio no les pertenecía cuando en la década de los 90 se toparon con una descuidada versión en CD de La ventana que hasta tenía el logo antiguo del conjunto: legalmente, el ingeniero podía editarlo sin la venia de ellos. Claudio Parra, fundador de Los Jaivas, ha dicho que prefirieron acercarse en ese momento a Valdebenito para colaborar en las siguientes ediciones del trabajo: “Dijimos: si lo van a reeditar igual, mejor contribuyamos para que esto salga lo mejor posible”. Valdebenito responde: “Los Jaivas fueron unos caballeros. Son otra clase de Parra”.

Quilapayún no tiene vínculos con Valdebenito, pero el manejo de su patrimonio también guarda episodios singulares. El colectivo recién a fines del año pasado pudo subir casi la totalidad de su discografía a servicios digitales, luego que prácticamente no existiera. De hecho, ni siquiera estaba disponible la Cantata Popular Santa María de Iquique, cumbre de la música chilena.

El master original se perdió durante la dictadura, pero una amiga del grupo, una bailarina del ballet Pucará, conservó una copia que le fue entregada en los años 70 por Eduardo Carrasco, fundador de Quilapayún. Mientras ella se mudaba de casa en 2014, encontró en un baúl la cinta y decidió entregársela al grupo. Recién ahí pudieron trabajarla para su posterior edición. Un ejemplo de suerte. Pero también del estado a momentos caótico en que sobrevive lo más grande del patrimonio musical chileno.

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