Crítica de discos de Marcelo Contreras: Bruce Dickinson decepciona, Shakira vuelve y el rock inglés brilla

Crítica de discos de Marcelo Contreras: Bruce Dickinson decepciona, Shakira vuelve y el rock inglés brilla

Una de las mayores estrellas de la actualidad -y por lejos una de las más mediáticas-, la colombiana Shakira, retorna con un álbum donde precisamente su mundo personal se transforma en cancionero. La voz de Iron Maiden se presenta en solitario con un álbum que sea cae a pedazos, mientras dos emblemas del rock británico, Liam Gallagher y John Squire, forman una dupla de temer.


*Shakira - Las mujeres ya no lloran

A estas alturas, no son muchas las alternativas que deja Shakira, excepto reconocer el atrevimiento de borrar los límites entre la privacidad y el personaje público, en beneficio de su obra, convirtiendo una infidelidad y quiebre matrimonial, en un triunfo artístico y comercial. No es la primera vez que la súper estrella colombiana amasija su vida amorosa en clave creativa -la relación con Antonio de la Rúa y otras fueron convertidas en canciones-, en tanto La mujeres ya no lloran representa un peldaño superior en la material de rótulo conceptual.

Es un álbum con un remitente mundialmente conocido -el ex futbolista Gerard Piqué-, reducido a un guiñapo en formato pop efervescente para todas las edades. A los 47 años, Shakira ha convertido este duodécimo título en un catálogo de su pasado con algunas piezas guitarreras -Cómo, dónde y cuándo-, y de este presente adaptado fluidamente al urbano, aportando musicalidad a un género reiterativo. Con olfato comercial asesino, la colombiana comprende que el pop actual requiere de colaboraciones, que copan más de la mitad del disco con nombres de primera línea en Hispanoamérica como Karol G y Bizarrap. Las mujeres ya no lloran contiene equilibrios musicales que recorren más de 30 años de pop, cortesía de una figura aún al tope de sus capacidades.

*Liam Gallagher & John Squire

“Lo tenían todo: las canciones, las guitarras iban con la ropa”. Así rememora Liam Gallagher el concierto que cambió su vida, The Stone Roses en Manchester, en 1989. 35 años después, el ex vocalista de Oasis cumple el sueño del pibe, aunque para el gran público su nombre resuena muchísimo más que el de John Squire, responsable de las guitarras aquella noche en que Liam decidió encomendarse al rock & roll.

Diez canciones en 39 minutos concentran exactamente lo que se puede esperar de la colaboración entre ambos, una dosis de rock clásico con acento psicodélico, un toque de cachondeo, y un montón de guitarras gloriosas con Squire explorando el rock ácido y endurecido. El sonido de Cream y Jimi Hendrix son evidentes en la excelente Love you forever, con unos redobles de batería que recuerdan los mejores días de Tame Impala, mientras los últimos 30 segundos tributan elegantemente al héroe zurdo afroamericano. También hay algo de pavoneo stoniano en One day at a time y You’re not the only one, completando un glosario de rock clásico. Liam no solo luce recuperado de algunos notorios traspiés vocales en los últimos años, tanto en estudio como en vivo, sino más expresivo con renovada energía y sentimiento. Todo lo que podía salir bien resultó mejor, en esta alianza entre pesos pesados.

*Bruce Dickinson - The Mandrake project

A casi 20 años de su último título solista, Bruce Dickinson despacha un séptimo álbum cuyo único mérito es demostrar el envidiable estado de su voz, tras casi cinco décadas cantando heavy metal clásico. Producido por Roy Z (Rob Halford, Judas Priest), colaborador histórico del vocalista de Iron Maiden, The Mandrake project cojea inmediatamente en el sonido. A ratos las canciones parecen maquetas con texturas opacas, programadas y plásticas.

Con guitarras y bajo a cargo de Roy Z y la batería de Dave Moreno de Puddle of mudd, el sonido es aburridísimo, chato, plano. El disco funciona como una muestra de diversas vetas de rock pesado, metal y progresivo indefinidos e insípidos, con algunos efectos en la voz completamente innecesarios. Resurrection man, a pesar de su arranque spaghetti western, deriva en algo parecido a una mala canción de Kiss, con un injerto de Black Sabbath sin Ozzy. Fingers in the wounds es una sucesión de lugares comunes metaleros en clave musical Broadway, con un giro de oriente medio que sugiere categoría. A la altura de Face in the mirror, la penúltima de una decena de canciones, el disco se cae a pedazos. El cierre con Sonata (Inmortal beloved) confirma que Bruce Dickinson necesita nuevos colaboradores, si pretende que su carrera solista concite interés.

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