Álvaro Bisama: “Escribir una novela, ahora mismo, es una carta de amor a la literatura”
Oráculo, publicada por Seix Barral, se llama la nueva novela del destacado escritor nacional. Se trata de su regreso a la ficción tras siete años. En sus páginas despliega una serie de historias cruzadas por un personaje en común, que abordan diferentes tiempos y espacios, donde mezcla de todo, pop, gótico, libros, bibliotecas, narraciones de historias. En rigor, es un homenaje a la literatura y la lectura. Su autor habló con Culto.
A simple vista, parece un volumen de relatos, pero para su autor, Álvaro Bisama Mayné (50), Oráculo se trata de un artefacto literario que funciona como una novela. Con un guiño a Roberto Bolaño, es un libro fragmentado cuyo hilo central son un personaje principal -Giordano, un ferviente lector-, una misteriosa casa y una vocación por hacer literatura sobre literatura. En la capa subterránea, se trata sobre libros y bibliotecas.
“Hay una voluntad episódica. Por un lado, quería todo que se sacudiera de un capítulo a otro: el género, los ambientes, la época. Tampoco me parecía que hubiese otra forma de narrarlo. La novela me parecía el único formato posible, una máquina que contaba historias. Así que fui de a poco, hilando los detalles. Para mí, hay una relación directa entre la forma y los mismos materiales y temas con los que se cruzan los personajes; con las bibliotecas rotas, los archivos inventados, los narradores y voces que cambian y se desvanecen en el aire como fantasmas. Pero por otro quería que cada capítulo fuera un relato autónomo, que se leyera como una pieza de un puzzle que el lector iba reconstruyendo, de un mundo en el que podía recorrer, perdiéndose en el libro”.
Publicada por la casa Seix Barral, es el regreso de Bisama a la ficción desde Laguna (2018, Alfaguara). “La novela se fue construyendo paulatinamente, primero en notas y fragmentos a lo largo de varios años abordando ciertas zonas y géneros sin cuestionarme demasiado, entrando y saliendo de la ciencia ficción o la novela histórica, haciendo que el libro dibujase su propio mundo, su propia luz. La casa apareció como los personajes y sus voces, como un enigma que descifraba mientras lo escribía. Era más bien un misterio que un concepto; acaso un horizonte; un misterio en torno al que circulaban los personajes, algo que los atraía como si fuese un augurio o una trampa, a veces se encontraban ahí pero sobre todo se perdían”.
“Entonces las historias empezaron a escribirse en relación a ese misterio, a presentarse como imágenes sueltas de las no me podía desprender hasta que las escribiera, como si hacerlo significara volverlas concretas para entenderlas. A veces esas imágenes eran más claras, en otras se revelaban en la medida de que lo escribía, cambiando una y otra vez. Me gustaba ese juego de espejos, esa estructura que se descubría a sí misma porque me remitía a la libertad del formato novelesco, a la posibilidad de moverme de registro de un lado a otro, cruzando géneros e historias una y otra vez”.
-¿Fue un desafío mantener un hilo conductor que no fuera lineal, sino más bien una “fuerza de gravedad” que amarra los mundos?
Cuando escribía Oráculo nunca dejé de tomar apuntes de ideas o bocetear tramas. Llené cuadernos completos con esas notas y cruces posibles, con los detalles que eran esas líneas invisibles de la novela. En un momento, las notas nuevas reemplazaban a las viejas, y el material iba creciendo y cambiando una y otra vez, reflejando mis lecturas, las posibilidades de las tramas. Me di cuenta de que lo que me importaba tenía que ver con ese tono, que no hacía distinciones entre lo real y lo fantástico, entre lo apócrifo y lo cierto, entre los paisajes leídos o alucinados. Ahora me doy cuenta de que eso quizás quedó también cifrado en el ritmo de la prosa.
-En este libro hay monstruos, imbunches, fantasmas de soldados de la Guerra del Pacifico. ¿Lo consideras una especie de museo de los monstruos?
-Creo ir por otro lado. Para mí, el libro compone más bien un mundo deformado pero posible. Por eso está lleno de museos bizarros e inventados, de bibliotecas espectrales o condenadas, de partes de la ciudad que se resisten a la luz, de papeles quemados o rescatados, de tecnologías imposibles que solo pueden ser resueltas por quienes se han abandonado a esas visiones, a quienes han entrado en las aventura que supone la novela. Por eso los mundos, vidas y lenguajes distintos; el pasar de la Colonia a un futuro incierto, del Santiago de Rubén Darío y los modernistas a las pistas secretas de despegue rusas; de las discos góticas a los bares franceses llenos de dandys, de castillos en ruinas a las playas del Litoral Central; de la Patagonia y el mar abierto a las explanadas vacías de la Luna. De los soldados muertos a las visiones de los bibliotecarios, los ángeles corrompidos a los cosmonautas y los cantantes de la Nueva Ola. Los monstruos y maravillas de todo tipo son parte de algo más grande, un mundo hecho de antigüedades que no son tales, de objetos imposibles y trizados, destruidos o averiados.
-¿Qué fue lo más complejo de la escritura de esta novela?
Comenzar. Escribir y descartar. Perseguir algunas imágenes o voces y luego perderlas en el camino.
-Hay un hilo conductor del libro, que son los manuscritos -con piel humana-, las bibliotecas, además hay lectores y contadores de historias. ¿Es una especie de carta de amor a la literatura?
Escribir una novela, ahora mismo, es una carta de amor a la literatura. Es apostar por algo existe en el pasado y el presente a la vez. Es pensar en que la ficción puede captar el ruido del mundo, en leer lo real. Quizás por eso muchos de los personajes de la novela son lectores: buscan descifrar su propia letra mirando la de los otros. Narrar sus historias también fue reconstruir una biblioteca fantasma pero también trabajar contra el presente para procesarlo de otro modo. Quizás todos están atrapados entre sus propios libros y la que sucede en la calle, entre la tradición y lo invisible. Todos ellos habitan la misma deriva, buscándose entre los pliegues del relato, volviéndose espejos los unos de los otros, siempre unidos por medio de la ficción, que es un lugar que se puede habitar, un lugar de libertad donde el terror convive con la lectura de Huysmans o Darío; y las viejas crónicas coloniales con la melancolía extraña y fluorescente de Santiago.
-Hay un paseo por varios géneros, de la historiografía de Blest Gana, al policial y la ciencia ficción. ¿Es un riesgo adentrarse de una sola vez de tantos géneros diversos?
No lo creo. Esa multiplicidad de registros me pareció natural respecto a lo que estaba escribiendo, a las historias del libro. Era algo cómodo porque estaba trabajando con géneros y formatos que leo con gusto desde hace años y sobre los que he escrito algunas cosas. Es uno de los aspectos que más me gustan del libro, la posibilidad de que varios géneros convivan y se mezclen: la novela histórica, el policial, la ciencia ficción, o el terror. Por eso Giordano, que es el personaje central, también va cambiando de un momento a otro mientras aparece y desaparece; a veces es un archivista o un profesor; o una suerte de lector paranoico de la literatura chilena; o un delincuente.
-La casa de Oráculo es un espacio que no obedece a las leyes del tiempo ni del espacio. ¿Qué simboliza la casa en esta novela? ¿Funciona como una metáfora de la propia memoria/historia de Chile?
La casa es una metáfora extrema, alucinante y terrible. La novela esboza la idea de lo fantástico permite descubrir cierto hilo fundacional de la identidad donde la casa chilena, como símbolo, es una casa del terror, un lugar donde desaparece todo: el tiempo, el espacio, los lazos familiares, como sucede en el poema de Juan Luis Martínez. El horror o la maravilla funcionan como otras formas secretas del mito, como versiones torcidas de la lengua, como la excusa para narrar episodios nacionales deformes. Ahí la violencia es otro lenguaje, otra forma de la memoria.
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