Culto

Este es otro análisis sobre el disco de Rosalía

Sugiere la española que a su cuarto y nuevo álbum se le escuche a oscuras y de corrido, una invitación por completo subversiva en la vigente cultura de distracción constante y comunicación por reels: “Mientras más entramos en la era de la dopamina, más quiero lo contrario”, sentencia ella.

Este es otro análisis sobre el disco de Rosalía

Lux sí que es un disco en extremo importante para el pop contemporáneo, pero no por las razones que en estos días alimentan su incesante sobreanálisis. No son los trece idiomas en el canto ni la Orquesta Sinfónica de Londres. No es la ópera ni es Björk. No es dar con el destinatario de La perla (“ladrón de paz… / redflag andante… / terrorista emocional…”), ni colgarle a su portada la ridícula responsabilidad de poner de moda a las monjas.

A un trabajo de tan minucioso urdido, de tan evidente ambición, parece prematuro, incluso a una semana de su salida, intentar definirlo a cabalidad. “¿Si acaso le pido mucho a mi audiencia? Pues sí”, reconoció Rosalía en una de las entrevistas ofrecidas en estos días sobre un álbum de quiebres descolocantes y poesía con asumida vocación de trascendencia (lo confirma, por ejemplo, que a la magnífica superposición de planos micro/macro de La yugular la cierre el extracto de una antigua entrevista a Patti Smith). Sugiere la española que a su cuarto y nuevo álbum se le escuche a oscuras y de corrido, una invitación por completo subversiva en la vigente cultura de distracción constante y comunicación por reels: “Mientras más entramos en la era de la dopamina, más quiero lo contrario”, sentencia ella.

Ha surgido ya en torno a Lux un neologismo a la medida: según ciertos críticos, estamos ante el primer disco antialgorítmico del siglo XXI.

Apagar y prestar atención. Hacerle trampa a la economía distractiva con una grabación que impide saltar de track en track. En su libro-manifiesto How to Do Nothing (2019), Jenny Odell fija como un rasgo de la era Trump “su impaciencia con cualquier cosa matizada, poética o menos que obvia. Tales 'nadas’ no son tolerables, pues no las podemos usar, apropiar ni comprar para despacho". El pop será explícito y fácil, o no será. Pero Lux es todo lo contrario a aquello. Quienes le han impugnado al disco la carencia de una proclama política explícita ante un mundo convulso manejan un muy estrecho concepto de la protesta. Al medio del barullo de nuestro actual debate —particularmente cacofónico en estos días preelectorales en Chile—, una reflexión sobre la propia muerte como la que esboza Rosalía en la conmovedora Magnolias es un desafío al paradigma de enorme relevancia. Porque, entre otras cosas, se formula no al margen del pop para masas, sino que cumpliendo impecablemente con todas sus casillas de negocio y promoción.

La única frase impresa sobre el polímero del disco es de Simone Weil, pensadora francesa que acuñó la idea de una «ética de la atención», alerta a las necesidades y el sufrimiento ajeno, y a las condiciones sociales que los explican. Sugería ella aproximarse a las obras de arte, sin tratar de interpretarlas, “sino simplemente mirarlas hasta que de ellas brote la luz. La atención ha de ser una mirada y no un apego”. Cada época articula sus énfasis de humanismo, y así estamos: hemos llegado al punto en que un disco que alienta la escucha atenta es, en sí, una forma de resistencia.

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