Culto

Guillermo Arriaga, guionista y escritor mexicano: “La guerra con Estados Unidos dejó un ego herido en los mexicanos, a muchos mexicanos aún nos pesa”

Novelista y guionista de películas de resonancia internacional, como Amores perros y Babel, el escritor publica El hombre, una ambiciosa novela que explora en los orígenes del capitalismo americano y en la formación de Estados Unidos, a través de la historia de Henry Lloyd, que formó su fortuna a sangre y fuego.

Guillermo Arriaga, guionista y escritor mexicano: “La guerra con Estados Unidos dejó un ego herido en los mexicanos, a muchos mexicanos aún nos pesa”

La pantalla está en negro. El rostro de Guillermo Arriaga tarda unos minutos en aparecer en ella. Cuando por fin se enciende, el escritor y guionista mexicano está en una pose inusual: en el piso de su habitación, con una niña pequeña en brazos. Desde luego, es una imagen muy distante de la rudeza de sus libros y películas como Amores perros. “Por esto me atrasé”, dice a través de Zoom. “Fue una emergencia”, cuenta, con un gesto de alegre complicación por encontrarse al cuidado de su nieta Rafaela, de un año y medio.

La tierna imagen del abuelo y su nieta pronto se matiza cuando mueve el teléfono y la cámara deja ver los trofeos que cuelgan de las paredes: Guillermo Arriaga es un cazador y suele irse a los cerros armado como un apache. De hecho, la idea de su nueva novela, El hombre, nació vinculada a esta afición.

-Esta historia la tenía hace mucho tiempo y traté de hacerla película en los últimos 24 años. Después de Amores perros, mis agentes me preguntaron qué quería hacer. Les dije: quiero hacer esta historia, que me surgió por mi conocimiento de la frontera y de la región donde los apaches vivieron, y por lo mucho que voy yo a Texas -cuenta.

Guionista de renombre internacional, autor de 21 gramos y nominado al Oscar por Babel, Arriaga llegó al cine después de la literatura. Lector de Faulkner y de Rulfo, trasladó las innovaciones narrativas, los saltos temporales y los juegos con el punto de vista de aquellos autores al relato cinematográfico, lo que ha distinguido sus guiones.

-Obviamente hay gente que cree que la influencia es Tarantino, pero no fue. La influencia siempre fueron Faulkner y Rulfo. Siempre quise que la novela influyera en el cine y no el cine en mis novelas.

El hombre es una novela de 600 páginas, de gran fuerza narrativa, donde relata la historia de Henry Lloyd, un hombre que construyó una fortuna y un imperio a sangre y violencia a mediados del siglo XIX en la frontera entre Estados Unidos y México. Sagaz y ambicioso, Lloyd reúne una tropa de esclavos libertos y con ellos saquea, roba, invade y se apropia de tierras. Novela coral y fragmentaria, la historia es narrada por seis voces que atraviesan del siglo XIX al XXI.

—Lo más importante fue descubrir el lenguaje de cada punto de vista. Cuando escribo no tengo preconcebida ni la estructura ni la historia. Voy descubriendo. Empecé con un registro, luego pensé que debía hablar la esposa, luego el ranchero mexicano, un esclavo. Cada uno debía tener vocabulario, puntuación, ritmo y tono propios. Ese fue quizá el mayor desafío.

“Me parece que la novela es un estudio del capitalismo y de cómo el empuje de ciertos hombres construyó Estados Unidos”.

La novela sigue a Henry Lloyd, un capataz que construye una fortuna y un imperio cuyo origen está atravesado por la brutalidad. ¿Qué le interesaba explorar?

Yo siempre quiero contar una historia lo mejor posible. No conozco a los personajes hasta que me enfrento a ellos. No tengo agendas políticas o ideológicas. Quería contar que un tipo libera a un grupo de esclavos y los usa para hacer un ejército para invadir tierras mexicanas. A partir de eso, los temas se fueron revelando.

La novela atraviesa más de un siglo y podemos ver, ya entrado el siglo XXI, a los herederos de Lloyd como mecenas, resguardando una imagen de respetabilidad del fundador del imperio. ¿Puede leerse como una visión de cómo se formaron las fortunas en Estados Unidos?

Me parece que la novela es un estudio del capitalismo y de cómo el empuje de ciertos hombres construyó Estados Unidos. Siempre creemos —sobre todo los formados en el marxismo— que el sistema se autorreproduce como ente ajeno al humano. Pero hubo hombres que forjaron patrimonios de generaciones. En Chile, por ejemplo, los Menéndez y los Brown. Creo que hay que estudiar también lo que hicieron esos hombres y no juzgarlos: hay que ver la fuerza que tuvieron para crear esos imperios. Lo fácil es decir ‘son asesinos’, pero nunca vemos la visión que tuvieron ni cómo se relacionaron con los nativos, los esclavos o los mexicanos. Como novelista, mi obligación es no juzgar. Esa lección la aprendí muy rápido.

“Yo sé que en América Latina la vía fácil es decir “los imperialistas”, y acusar a los Estados Unidos de todo los males. Pero creo que es un país de verdad admirable".

Como dice uno de sus descendientes, ¿Lloyd se enfrentó a los desafíos de su tiempo?

Exacto. Esos hombres se enfrentaron a circunstancias históricas muy complejas. Ahora, yo admiro a los Estados Unidos como país, porque ¿en qué momento se convirtieron en un imperio? En 1848 eran un país en formación y ya para la Primera Guerra Mundial eran una potencia. Yo sé que en América Latina la vía fácil es decir “los imperialistas”, y acusar a los Estados Unidos de todo los males. Pero creo que es un país de verdad admirable. Obviamente tiene sus claroscuros, pero no podemos juzgarlo solamente desde una perspectiva. A medida que escribía me di cuenta que estaba hablando del surgimiento del capitalismo americano.

El epígrafe de la novela viene de Tolstoi: “Nada más fácil que señalar al malvado; nada más difícil que entenderlo”. ¿Ese fue su esfuerzo?

Así es. Yo tuve una reunión con un grupo de psicólogas y psicólogos, y ellos me decían “es un psicópata”. Yo les dije: no sé si es un psicópata o si es un hombre de su tiempo. O sea, lo más fácil es añadirle un adjetivo sin tomar en cuenta todas las circunstancias en las que estuvo rodeado. El siglo XIX fue la época de formación de los países, como lo podemos ver en Argentina, en Chile, en Colombia, en México, y ese parto fue muy doloroso. O sea, se pelearon todos. Ustedes se pelearon contra Bolivia, luego contra Perú. Y luego se formó la Triple Alianza en contra de Paraguay para quitarle las tierras. Y luego Brasil invadió Uruguay. Y a nosotros nos invadieron los americanos.

La novela ilumina un tema bastante desconocido: la guerra con Estados Unidos y el enorme territorio que perdió México.

La gente que no conoce bien la historia de México no sabe la envergadura del territorio que se perdió: México perdió el equivalente a Argentina. México mide dos millones de km² y perdió unos 2.400.000 km². El proyecto de nación era un desastre. Se invitó a colonos americanos a habitar el territorio y el conflicto real surgió porque México había abolido la esclavitud y no les permitió tener esclavos. Y eso fue lo que provocó, en el fondo, la guerra de secesión de Texas de México.

“La guerra dejó un ego herido en los mexicanos, a muchos mexicanos aún nos pesa, nos duele”.

¿Era un mal plan? Hay un personaje que dice: “Un gringo nunca deja de ser gringo”.

Era una ilusión invitar a los blancos a unirse a México. Era pensar que se iban a integrar solo por cambiar el nombre, pasar de John a Juan, y pasar de ser protestante a católico. Era iluso pensar que esta gente iba a dejar atrás sus raíces porque México les decía: “Te doy tierras a cambio de que te vuelvas mexicano”. Bueno, eso no sucedió. Las identidades estaban formándose. No hay que olvidar que el concepto de nación es muy joven, y para imponerlo se necesitó mucha violencia en todo el mundo.

¿Quedan cicatrices perceptibles de esa guerra?

La guerra con Estados Unidos dejó un ego herido en los mexicanos, a muchos mexicanos aún nos pesa, nos duele. Y muchos que se quedaron del otro lado siguen sin sentirse americanos. He conocido vaqueros en Texas que no hablan inglés, hablan español y se dicen mexicanos. Pero no quieren venir a México. Es complejo, hay que estar en la frontera para entender.

¿Cómo le resuena hoy el discurso trumpista antimigrantes?

La verdadera vergüenza somos nosotros, que no damos trabajo ni vida digna a nuestros ciudadanos. Ellos tienen sus razones para hacerlo. Cuando se impulsaron las medidas neoliberales, con Reagan y Thatcher, se abrió el comercio global, pero no se vio que también se abrían los mercados laborales. A mí me tocó ver cómo el campo mexicano quedó devastado porque no pudimos competir con los productos americanos. Por eso hubo una migración masiva a Estados Unidos. Y Estados Unidos no vio que al abrir mercados destruían la fuerza laboral blanca. Y los primeros países que impulsaron el libre comercio, Gran Bretaña y Estados Unidos, fueron los primeros en bajarse del barco con el Brexit y el trumpismo. La clase blanca americana está enojada: está enojada con los migrantes, con la pérdida del trabajo, con la pérdida de su cultura. Y obviamente alguien tenía que capitalizar eso. Lo más fácil es juzgar, pero yo creo que hay que comprender todas las vicisitudes que tiene este asunto.

“Conozco bien a la clase baja blanca americana: está asustada. Se sintió asfixiada“.

¿De todos modos, no es una paradoja una nación formada por migraciones que decide cerrar sus puertas?

Se sintieron perdiendo una batalla cultural. Llegaban migrantes de otra religión, raza, valores. Tuvieron miedo. Conozco bien a la clase baja blanca americana: está asustada. Se sintió asfixiada. Comprender eso no es aceptarlo, pero sí es necesario para en un diálogo profundo no satanizar de inmediato.

En la novela hay personajes que descubren que tienen sangre esclava y eso les incomoda. ¿Sigue pesando con fuerza el racismo en Estados Unidos?

Por supuesto. Estados Unidos tiene partes luminosas, pero también esta parte que el país quiere erradicar pero que persiste. Lo más fácil ha sido culpar a los afroamericanos de ser flojos, desordenados o criminales, sin ver que es una respuesta a una falta total de oportunidades. Y para muchos tener sangre negra aún causa incomodidad y resquemor. Quise hablar de esa contradicción que tiene Estados Unidos y de la necesidad de blanquear genealogías.

El cine

Hace unos meses, el Festival de Cannes celebró los 25 años del estreno de Amores perros, una película que refrescó el paisaje fílmico y puso al cine mexicano en la primera línea del cine mundial. La película se reestrenó en numerosos países y su afiche volvió a empapelar las calles.

¿Qué significó para Ud. Amores perros?

Significó hacer una película muy mexicana, sin copiar esquemas gringos. En ella hablé de mi barrio y Alejandro (González Iñárritu) lo retrató. Es una película profundamente latinoamericana y profundamente chilanga. Y propulsó la confianza en historias locales. Luego Alfonso Cuarón hizo Y tu mamá también y Guillermo del Toro volvió a filmar El laberinto del fauno. Muchas películas latinoamericanas resonaron en su público.

Ud. viene de la literatura, pero ha tenido una trayectoria importante en cine: ganó el premio al mejor guión en Cannes, fue nominado al Oscar. ¿Qué ha significado para Ud.el cine?

Una posibilidad maravillosa de contar historias. Amores perros tuvo tres millones de espectadores en México. Conseguir eso en libros es casi imposible. Me permitió aliarme con cineastas. Y jóvenes que no habían nacido cuando se estrenó me dicen que es su película favorita.

Esa película tan urbana contrasta con la cercanía con el desierto que exhibe El hombre. ¿Responde a un vínculo biográfico?

Sí, es vivencial. Yo soy cazador; cazo solamente con arco y flecha. He recorrido gran parte del país y eso me permitió conocer la frontera. En los lugares donde cazo todavía encuentro puntas de flecha de apaches de 200 o 300 años. Yo quiero que mi obra, cuando es urbana, huela a calle; y cuando es rural, que se huela al monte. Que sepan que sí sé de lo que estoy hablando.

Las descripciones de animales son muy precisas.

Conozco muy bien a los animales. He piscado algodón; sé lo que significa recolectar, sé lo que significan las horas interminables bajo el sol, arrastrando esa bolsa de algodón. Y espero haberlo retratado en la novela. Los animales los conozco perfectamente: sé de las huellas que dejan, dónde comen, dónde duermen, cuándo se aparean, por qué huyen, a qué huelen, qué saben.

Y está el tema de la muerte también: las descripciones son muy vívidas...

Cuando alguien me dice que por qué cazo, mi pregunta es, lo que no entiendo es ¿por qué no cazas tú? Que si cazaras, entenderías de dónde viene la comida, entenderías quiénes somos como especie. Yo cazo a la espera, y mientras estoy esperando a que se acerquen los animales, que tardan días, puedo ver muertes cotidianas. Puedo ver a un halcón matar una paloma, a un coyote matar un conejo, a una garza comerse una rana. O sea, la muerte está constantemente presente en la naturaleza. Y de alguna manera algo de naturaleza aún nos habita.

Para cierta sensibilidad animalista tal vez sea difícil de comprender.

Yo sé que hay gente que dice “yo no mato nada porque soy vegano”. Pero nunca han visto la destrucción de los campos, y cómo al rastrillar el monte vas decapitando una cantidad de polluelos y de conejos. Yo sí he visto las consecuencias del desmonte; yo sí he visto los animales muertos para sembrar brócoli.

Hay un momento en la novela en que un personaje dice “estamos sentados en un trono de sangre”.

Para construir la civilización se necesitaron muerte y huesos. El progreso ha dejado un rastro de sangre, de muerte, y cada país tiene un punto de quiebre. Chile tuvo el suyo, terrible. Fui a Argentina y Chile en dictaduras y era durísimo. Casualmente —y sé que va a ser una paradoja— cazar te torna en un humanista.

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