Tocar, cantar y contar
Hay un rasgo particular de la producción de libros sobre músicos chilenos, y es que muchos de ellos están escritos por sus mismos protagonistas. Solo en estas semanas llegan a librerías tres ejemplos, de Horacio Salinas a Aldo Macha Asenjo.
Dentro del gran bosque editorial local, el sector de libros sobre música chilena es más extendido de lo que pueda pensarse a lo lejos. En 2024 aparecieron 23 títulos. El año previo, 45 (el sitio MusicaPopular.cl mantiene un catastro actualizado al respecto). Los hay de investigación, fotografía, ensayo y pedagogía; pero, sobre todo, crónicas y biografías que, en torno a bandas o solistas, comparten rasgos de época que al fin ofrecen crónicas valiosas sobre nuestra historia reciente. Quienes los leemos (o escribimos) sabemos bien que la música nunca se trata solo de música.
Hay un rasgo particular de la producción de libros sobre músicos chilenos, y es que muchos de ellos están escritos por sus mismos protagonistas. Solo en estas semanas llegan a librerías tres ejemplos: en Música imaginada, Horacio Salinas recuerda el cruce de los años de exilio de Inti-Illimani a parte de su propio recorrido como compositor y guitarrista (complementa su estupendo libro previo, La canción en el sombrero); mientras que Miguel Conejeros delinea en Prototipo su inusual trayecto del punk-pop (Pinochet Boys, Parkinson) a la electrónica (F600), según un firme manifiesto de creación independiente. Cristóbal González, en tanto, se vale de su cercanía con el círculo del rock y la nueva cumbia (es integrante fundador de Santo Barrio) para firmar con propiedad la primera crónica biográfica sobre Aldo Macha Asenjo: Lo que hay que soñar, hay que vivirlo.
Para antes de fin de año se ha confirmado, además, la crónica de Mario Planet sobre su trabajo en los primeros tres discos de Upa!, un grupo de distintiva propuesta hasta ahora escasamente documentada en investigaciones.
Se dice que para conocer a un músico bastan sus canciones, pero ninguna obra es ciento por ciento autobiográfica; y, aunque lo fuese, las circunstancias en torno a la creación son también referencia necesaria. Gran parte de lo que hoy podemos aprender sobre la Nueva Canción Chilena está descrito en libros de Isabel y de Ángel Parra, Eduardo Carrasco y Gitano Rodríguez; tal como el hip-hop local se entiende mejor gracias a los muy recomendables libros con que Lalo Meneses, Gastón Cenzi Gabarró, Guillermo Navarro y Freddy Olguín han contado su trayecto respectivo en Panteras Negras, Makiza, Los Marginales y otros colectivos (en contraste, el libro de Ana Tijoux es una mirada introspectiva, de pocos datos sobre su trayecto profesional).
Se entiende que Pogo titulara su certera autobiografía como El peor de Chile. Pero que el recuento de (acotados) recuerdos escritos y fotográficos de Jorge González se autopresente en portada con la palabra “Héroe” no parece tan buena idea. En este campo no hay pautas: al testimonio escrito sobre su experiencia en el trabajo musical nos invitan tanto Christell como Mauricio Durán (Los Bunkers), el jazzista Lucho Córdova y la estrella juvenil Denisse Rosenthal, el extremo Lalo Aller (Dadá) y el clásico Willy Bascuñán. Patricio Manns dejó su autobiografía inconclusa, pero lo que alcanzó a levantar vale como por tres vidas. Pablo Garrido, en cambio, pionero del jazz en Chile y fundamental investigador sobre la cueca, legó en 1940 unas memorias tan breves como inquietantes. El título es elocuente: Tragedia del músico chileno.
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